Eterno Retorno

Tuesday, April 10, 2012





La moda y el poder

Por Daniel Salinas Basave

El espíritu de una época suele verse irremediablemente reflejado en la forma de vestir y el estilo personal de los hombres del poder. Por frívolo que pueda parecer, las modas de los políticos son a menudo el lenguaje que sintetiza un momento histórico y sus ideales. Por ejemplo, en la Revolución Francesa, usar el llamado gorro frigio era toda una declaración de principios de adhesión a las causas populares. Esta caperuza en forma de cono y con la punta curvada que hemos visto en los cuadros de Delacroix, era el símbolo que identificaba a su portador como simpatizante revolucionario. Por el contrario, vestir con demasiada opulencia o llevar ropajes de noble, era algo que podía costar la guillotina en el París de 1794. En los primeros años del México independiente, el quebrado imperio de Agustín de Iturbide no fue capaz de diseñar un modelo político para la nueva nación, pero sí en cambio fue capaz de diseñar los caros trajes de los caballeros de la Orden de Guadalupe y el manto de armiño que lució Agustín I el día de su coronación. Algo similar ocurría con Antonio López de Santa Anna, su “Alteza Serenísima” que vistió a su escolta de opereta como si fueran la guardia imperial de la reina de Inglaterra. Muy pocos años después, con el triunfo de la Revolución de Ayutla en 1855 y la llegada de los liberales al poder, la austeridad republicana reinó en la moda. Benito Juárez y los suyos vestían trajes siempre oscuros y nada ostentosos y predicaban con un estilo de vida modesto en donde cualquier forma de lujo era mal vista. En tiempos de Porfirio Díaz, la moda fue tratar de parecer francés. Con el ministro de Hacienda Yves Limantour como máximo referente, los funcionarios porfiristas trataban de vestir como señoritos parisinos y llegaban al colmo del ridículo de hablar en francés. Todo aquel que quisiera triunfar en política debía autoproclamarse cientificista (seguidor de la doctrina de August Comte) y pasear en su carruaje por Plateros con un sombrero de copa y un bastón. Con el triunfo del nacionalismo revolucionario las cosas cambiaron. La reivindicación de lo indígena y la exaltación todos los símbolos que pudieran interpretarse como nacionalistas o patrióticos, fue la moda en tiempos de Obregón y Calles, reflejada en el movimiento muralista. El odio a lo extranjerizante y el anticlericalismo a ultranza como religión fue la marca de una época en donde todos los políticos bautizaban a sus hijos con nombres en náhuatl. Luis Echeverría quiso sintetizar la estética del tercer mundo en su inseparable guayabera y en los trajes de tehuana de su esposa, mientras que Salinas de Gortari empezó a poner de moda el moderno estilo del tecnócrata neoliberal. ¿Cómo es el político actual? Un tipo con complejo de metrosexual, que las más de las veces se preocupa mucho más por su imagen que por sus ideas. La imagen de un legislador eternamente pegado a su iPad mientras en tribuna se define el futuro de la nación, parece ser la estampa de nuestros tiempos, pero sobre ello ahondaremos en el próximo número.