Desde hace más de 35 años el rock tiene bajo la manga un as de espadas, un puño de hierro que ha nacido para perder y vive para ganar, un motor de ruda energía que hace vibrar cualquier cabeza.
Esa declaración de principios pronunciada por Lemmy al arrancar cada concierto parece simplificarlo todo: “We are Motörheadand we play rock and roll”. Y los conciertos como los álbumes son igualitos, rituales donde nada cambia. Gira tras gira abren con Doctor Rock y We are Motörhead e invariablemente cierran con Ace of Spades y Overkill. Uno sabe lo que va a escuchar y sin embargo lo desea tanto.
Una leyenda viviente del rock and roll cuyos integrantes no le piden nada en experiencia, edad y energía a los mismísimos Rolling Stones.
Una reliquia ancestral del rock auténticamente pesado y corrosivo. Y es que cuando los integrantes de Metallica y Slayer eran todavía unos mocosos de secundaria que se exprimían los barros frente al espejo, existía ya un trío capaz de devastar los tímpanos de la audiencia más feroz.
En cualquier escenario del mundo que se encuentren, Motörhead cierra religiosamente sus conciertos con su himno Ace of spades antes de arrojar todo el acero de guerra con la matadora Overkill y poner de manifiesto que los viejos metaleros son como los mejores vinos.
Creo que si hay un tipo del medio artístico con quien desearía tomarme una foto y beberme una cerveza o un Jack Daniels, ese es Lemmy Kilmister.
Los placeres simples son los que hacen que la vida valga la pena ser vivida y Motörhead es uno de ellos.