Carlos Hank González decidió ser político a los 22 años de edad, en pleno auge del glamur alemanista. Atrás empezaban a quedar las asonadas y cuartelazos compulsivos de caudillos y generalotes que a balazos se arrebataban la presidencia. Hank González nació en un momento clave para el sistema político mexicano, el turbulento tiempo que definió en una encrucijada la institucionalización del nacionalismo revolucionario. En 1927, cuando nace Hank González, Plutarco Elías Calles tronaba sus chicharrones como máximo jerarca revolucionario del país, pero Álvaro Obregón soñaba con la reelección. Francisco Serrano pagó con su sangre la osadía de intentar interponerse en los planes de su querido compadre (“Panchito mira nomás como te dejaron, todo agujerado”, pronunció Obregón ante el cadáver de su inquieto compadre) Las católicas balas de León Toral, benditas por la mano de la Madre Conchita, truncaron en la Bombilla la carrera de Obregón. Los tres títeres del Maximato iniciaron su desfile por la Presidencia mientras el que realmente mandaba en México, Plutarco Elías Calles, movía los hilos desde su casa. Llegaría después Cárdenas con su agrarismo y su educación socialista que Hank González vivió de niño. Los turbulentos tiempos de la Segunda Guerra Mundial, la amenaza de la rebelión almazanista y las bravuconas tentativas del incómodo hermano Maximino, caracterizaron el sexenio de Manuel Ávila Camacho. Esos fueron los años de formación del joven Hank González, cuya oratoria encendida sedujo a Isidro Fabela. Cuando el fundador del Grupo Atlacomulco había dado su bendición para que su joven ahijado iniciara su ascendente camino para dejar de ser un pobre político como su abuelo, mandaba en el país Miguel Alemán. Eran los tiempos del “acuérdate de Acapulco, María Bonita, María de mi alma”, de los amores de cabaret, de los danzones dedicados en el Salón México y de los todopoderosos encorbatados que ya no ostentaban el título de general, sino de licenciado; cachorrillos revolucionarios para quienes la palabra empresario ya no era sinónimo de demonio y para quienes la riqueza y el glamur dejaron de ser un pecado como en los tiempos de la austeridad cardenista. El milagro mexicano se consumaba en las fortunas que milagrosamente empezaron a multiplicarse como los panes y los peces de los mesías postrevolucionarios. Fue en ese escenario como se inició en la política el hombre que mayor provecho económico le sacaría a la función pública. Carlos Hank González se casó con la maestra Guadalupe Rhon García, originaria de Tenango del Valle y pronto nació su primogénito Carlos, seguido de Cuauhtémoc, que llevó el nombre náhuatl que por mandato sacramental debían llevar los segundos hijos de los paladines del priismo en aquellos años nacionalistas de culto a lo indígena. Mario, Maricela e Ivonne llegaron poco después. En 1956, cuando el gobernador mexiquense Salvador Sánchez Colín le regaló la presidencia municipal de Toluca, la carrera de Hank González iba en franco ascenso. Era un joven alcalde de 28 años de edad al que los astros se le alineaban y la fortuna le sonreía cuando llegó al mundo su benjamín, al que bautizó con el nombre del inmigrante alemán que le heredó el color de los ojos y la imposibilidad de ser presidente. Jorge se llamó el niño. Jorge Hank Rhon.
Monday, July 04, 2011
Carlos Hank González decidió ser político a los 22 años de edad, en pleno auge del glamur alemanista. Atrás empezaban a quedar las asonadas y cuartelazos compulsivos de caudillos y generalotes que a balazos se arrebataban la presidencia. Hank González nació en un momento clave para el sistema político mexicano, el turbulento tiempo que definió en una encrucijada la institucionalización del nacionalismo revolucionario. En 1927, cuando nace Hank González, Plutarco Elías Calles tronaba sus chicharrones como máximo jerarca revolucionario del país, pero Álvaro Obregón soñaba con la reelección. Francisco Serrano pagó con su sangre la osadía de intentar interponerse en los planes de su querido compadre (“Panchito mira nomás como te dejaron, todo agujerado”, pronunció Obregón ante el cadáver de su inquieto compadre) Las católicas balas de León Toral, benditas por la mano de la Madre Conchita, truncaron en la Bombilla la carrera de Obregón. Los tres títeres del Maximato iniciaron su desfile por la Presidencia mientras el que realmente mandaba en México, Plutarco Elías Calles, movía los hilos desde su casa. Llegaría después Cárdenas con su agrarismo y su educación socialista que Hank González vivió de niño. Los turbulentos tiempos de la Segunda Guerra Mundial, la amenaza de la rebelión almazanista y las bravuconas tentativas del incómodo hermano Maximino, caracterizaron el sexenio de Manuel Ávila Camacho. Esos fueron los años de formación del joven Hank González, cuya oratoria encendida sedujo a Isidro Fabela. Cuando el fundador del Grupo Atlacomulco había dado su bendición para que su joven ahijado iniciara su ascendente camino para dejar de ser un pobre político como su abuelo, mandaba en el país Miguel Alemán. Eran los tiempos del “acuérdate de Acapulco, María Bonita, María de mi alma”, de los amores de cabaret, de los danzones dedicados en el Salón México y de los todopoderosos encorbatados que ya no ostentaban el título de general, sino de licenciado; cachorrillos revolucionarios para quienes la palabra empresario ya no era sinónimo de demonio y para quienes la riqueza y el glamur dejaron de ser un pecado como en los tiempos de la austeridad cardenista. El milagro mexicano se consumaba en las fortunas que milagrosamente empezaron a multiplicarse como los panes y los peces de los mesías postrevolucionarios. Fue en ese escenario como se inició en la política el hombre que mayor provecho económico le sacaría a la función pública. Carlos Hank González se casó con la maestra Guadalupe Rhon García, originaria de Tenango del Valle y pronto nació su primogénito Carlos, seguido de Cuauhtémoc, que llevó el nombre náhuatl que por mandato sacramental debían llevar los segundos hijos de los paladines del priismo en aquellos años nacionalistas de culto a lo indígena. Mario, Maricela e Ivonne llegaron poco después. En 1956, cuando el gobernador mexiquense Salvador Sánchez Colín le regaló la presidencia municipal de Toluca, la carrera de Hank González iba en franco ascenso. Era un joven alcalde de 28 años de edad al que los astros se le alineaban y la fortuna le sonreía cuando llegó al mundo su benjamín, al que bautizó con el nombre del inmigrante alemán que le heredó el color de los ojos y la imposibilidad de ser presidente. Jorge se llamó el niño. Jorge Hank Rhon.
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