La colega Anabel Hernández tiene huevos, tanates, ovarios… o como quieras llamarle tú a la franca valentía y la brutal honestidad. Sí, ella es una mujer valiente. El 21 de junio acudí al Cubo a la presentación del libro Los señores del narco, organizada por los colegas y amigos de La CH, que remando contracorriente han sumado dos meritorios años de vida. Felicidades. La CH es como la aldea de Asterix del periodismo digital, el único reducto de resistencia, la única página que apuesta por reportajes de profundidad y que no está obsesionada en ganar por cuatro segundos la primicia de la última ejecución, como si la única finalidad del periodismo fuera vencer en una prueba contra reloj. Reportajes como el de la mafia de los trasplantes o la devota y constante cruzada anti-Sempra de Fausto, son trabajos que apuestan por algo más que un periodo de vida de 15 minutos. Aguante La CH.
Como presentadora o conferencista, Anabel Hernández sabe cautivar al público. Es una presentadora fuera de serie que tiene claro cómo contagiar la pasión que evidentemente siente por su trabajo. Si hay algo que me repatea de las presentaciones de libros de cualquier género, es que los autores se pongan a leer frente al público páginas enteras de su obra. Eso es el colmo de lo patético. Esa costumbrita de los escritores sólo refleja falta de creatividad e inseguridad. Cuándo entenderán los autores que una presentación no es una lectura (el día que me veas leer en una presentación mía, puedes tirarme un huevazo o escupirme). En ese sentido, creo que Anabel ha hecho la mejor presentación de libro que he visto en muchísimo tiempo en Tijuana, sea de obras literarias o periodísticas.
Anabel tiene la rara costumbre de llamar a las cosas por su nombre, de tirar certero y a la cabeza y de eludir el vicio de la ambigüedad que tan bien practican nuestros intelectuales y académicos. Contra el típico discursito falto de compromiso del académico del Colef o el editorialista queda-bien que generalizan, eluden y se esconden en el “no podría yo dar una opinión fundamentada porque no hay estudios que lo validen…”, Anabel le pone nombre y apellido a los demonios. Aquí el malo, el ojete, el culero y el mierda de la película se llama Genaro García Luna y a Anabel no le tiembla la voz para acusarlo de proteger al Chapo. Tampoco le tiembla para llamar vendidos a López Dóriga y a Carlos Marín o para echar en cara la pasividad de esos millones de espectadores que asisten pasivos a la destrucción de su país. No coincido con todo lo que dice, pero admiro la forma tan valiente en que lo hace. Fuera del pasaje de su peregrinar por Guadalupe y Calvo (con el que identifico, pues yo viví un mes en Baborigame en el corazón del triangulo maldito) no he leído su libro y posiblemente no vaya a tener tiempo de leerlo nunca. Hay más lecturas que horas en la vida y esos breves minutos de hedonismo prefiero destinarlos a la literatura o al ensayo, no a los libros sobre el Chapo. Sin embargo, reconozco que Los señores del narco es algo más que un librito sanborns-maruchán y tal vez algún día lo lea, aunque por ahora hay muchos en fila (Murakami, Ítalo Calvino, Leonardo Padura aguardan en sala de espera)
Eso sí, considero un error no haber abierto las preguntas al público. Las preguntas deben ser de viva voz, un verdadero diálogo, no por medio de papelitos. Yo no aceptaría eso en una presentación mía, pero es cuestión de estilos. No sé si haya sido petición de Anabel o logística de mis colegas de La CH, pero hubiera sido mucho mejor abrir el micrófono.
Salí del Cecut y a caminé de regreso a la oficina, pues tenía un asunto pendiente por supervisar. Justo cuando salía de ahí, como a las 21:00, el tartamudear de una ametralladora irrumpió en la Zona Río. Cuatro minutos después sonaron las sirenas. Creo que nadie fue ejecutado, pero la sinfonía del arma automática me recordó que vivo en el país de revista Proceso y Anabel Hernández.