Publicado en el Info Baja de JULIO. DSB
Verano
J.M. Coetzee
Literatura Mondadori
Por Daniel Salinas Basave
La lectura que le dio bienvenida a este intenso 2011 fue Verano de Coetzee. ¿Por qué elegir al Premio Nobel sudafricano como lectura inaugural del año? Por violar mis propios principios de rechazo a críticos y encuestas. Verano fue designado, por una sólida y calificada encuesta realizada por el diario español El País y la página Babelia, como el mejor libro del 2010. En la lista de los diez mejores destaca Blanco Nocturno de Ricardo Piglia (librazo ya reseñado en este espacio, de lo mejor que he leído últimamente y que como todo lo de Piglia es alucinante) Dublinesca de Vila-Matas (pariente hormonal de mi Réquiem por Gutenberg) El sueño del Celta de Vargas Llosa (que con toda franqueza quedó a deber) y un poemario de José Emilio Pacheco que no he leído y al que le llueven flores en diluvio. Aunque por tradición religiosa siempre mando al diablo las encuestas y los top 10, ahí va Daniel de borrego curioso a buscar a Coetzee a Librería El Día y vaya sorpresa, pues debo admitir que el narrador sudafricano le está dando la razón a los críticos. Digo, no sé si sea de verdad el libro del año y si sea mejor que Piglia, pero la realidad es que Verano es, por lo menos, un ave rara, por no decir absolutamente fuera de serie. Como experimento narrativo me parece de lo más original e innovador.
Los escritores son (¿somos?) tipos terriblemente ensimismados, egocéntricos incurables. Todos los escritores acaban escribiendo su autobiografía y eso es exactamente lo que ha hecho Coetzee. Verano forma parte de una trilogía iniciada con Infancia y Juventud y habla de los años de regreso a Sudáfrica, cuando Coetzee anda llegando a los treinta y retorna a vivir a la derruida casa de su anciano padre en Ciudad del Cabo, a principios de los años 70. Lo interesante es que en esta autobiográfica ficción, el autor se asume muerto y pone a trabajar a un hipotético biógrafo inglés, quien realiza una investigación sobre el recientemente fallecido escritor John Coetzee y entrevista a algunas de las mujeres que lo conocieron en la juventud. De hecho, salvo por unas breves notas, el libro se concentra en las entrevistas. En la ficción, el narrador de la autobiografía no es Coetzee, sino tres mujeres y un viejo amigo, aunque en realidad Coetzee esté bien vivo y él se haya encargado de poner voz a todos los testimonios que sobre él ofrecen al inexistente biógrafo inglés, lo cual podría parecer el colmo del egocentrismo, de no ser porque el narrador se atreve a sostener, en boca de una de las entrevistadas, detallitos tan íntimos como lo malo y lo torpe que es en la cama, algo que es un escupitajo al ego de cualquier hombre y que costaría horrores reconocer públicamente. Es solo un detalle, un ejemplo para mostrar que la imagen que Coetzee dibuja de sí mismo en boca de las mujeres que lo conocieron en la época en que escribió su primer libro, no es en absoluto favorable. No es fácil asumirse como un timorato y un pésimo amante en boca de una mujer. Vaya, estamos acostumbrados a las autobiografías azotadas, en donde el personaje bien puede confesar vicios y pecados, siempre justificándose, autoretratado como un alucinado paladín de las letras capaz de inmolar su vida en nombre de los demonios literarios que lo poseen. Lo que francamente sorprende, es que el narrador ceda la voz a las mujeres de su juventud, aunque en realidad sea él quien escribe sus palabras. Lo que se refleja no es lo que las mujeres realmente pensaban de Coetzee, sino lo que Coetzee piensa que sus mujeres pensaron de él, lo cual no es nada afortunado. Ahora bien, no debemos perder de vista que en teoría estamos ante una novela, un experimento narrativo de ficción que en ningún momento hace compromisos con la verdad absoluta. No son, técnicamente, las memorias de Coetzee o su autobiografía, aunque los detalles cronológicos coinciden con la realidad. De hecho en la narración de una de las mujeres, Coetzee le entrega la edición de su primera novela, Tierras del poniente, recién publicada, aunque otra de las mujeres, la inalcanzable y fatal bailarina brasileña (que inspiró la novela Foe), confiese que jamás ha leído ni leería a Coetzee y por si fuera poco da por hecho que sus libros deben ser malísimos, pues alguien tan torpe, tan frío, y que para colmo baila muy mal, difícilmente puede escribir un buen libro. La brasileña Adriana es su amor platónico y el testimonio que la mujer ofrece sobre Coetzee (aunque al final sea el mismo Coetzee el que le da la voz) es absolutamente devastador. Como contexto, el libro nos pasea por la aislada sociedad sudafricana de los setenta donde aún rige el apartheid y nos ofrece un retrato casi faulkneriano de la cultura rural afrikanner y su incomprensible lengua, que salpica cada párrafo del testimonio de la prima Margot. Más allá del absurdo de los top 10, me queda claro que Verano de Coetzee es el mejor experimento literario autobiográfico que ha caído en mis manos. "Es la autobiografía falsa más verdadera y genial de la literatura", afirma la escritora Nuria Amat. ¿El futuro estilístico de las memorias? Esta acuchilladora tercera persona resulta mucho más honesta que el siempre subjetivo y mentiroso imperio del yo.