Eterno Retorno

Tuesday, December 01, 2009


BIBLIOTECA DE BABEL
Un encuentro
Milán Kundera
TusQuets

Por Daniel Salinas Basave

Irremediablemente, llega un momento de la vida en que las conversaciones con los amigos más entrañables se transforman en giros repetitivos sobre lugares comunes. Sabemos de antemano lo que escucharemos y acaso descartamos por completo la posibilidad de una sorpresa, pero aún así, la idea de reencontrar años después a ese viejo compañero nos emociona. Pongámoslo de esta manera: imaginemos que en la adolescencia tuvimos un amigo de lo más cercano cuya compañía resultó una influencia decisiva en nuestra vida. En su momento, ese compañero fue capaz de hacernos ver el mundo de otra manera y nos condujo por fascinantes caminos hasta entonces inexplorados. De forma casi imperceptible llega la edad adulta, los cambios de ciudad, las nuevas responsabilidades y de aquel amigo nos queda tan solo un gratísimo recuerdo. Cada cierto tiempo, digamos cada tres o cuatro años, volvemos a reunirnos con nuestro antiguo colega y el resultado son nostálgicas conversaciones cargadas de sentimiento que disfrutamos al máximo, aunque nunca hay nada nuevo ni mucho menos sorprendente en la charla. ¿Por qué iniciar así esta reseña? Porque esa es la sensación que me queda cada que me reencuentro con la obra de Milán Kundera. Tan familiar y entrañable me resulta, que lo repetitivo y predecible de sus nuevos trabajos no me parece un defecto. Así me resultó Un encuentro, su más reciente libro. El viejo amigo de la adolescencia está nuevamente frente a mí, sentado en la mesa de un bar, contándome otra vez esa anécdota y recreando con mínimas variaciones aquella idea que me platicó hace 20 años y me voló la cabeza. Sí, lo confieso sin que suene a descalificación: la sensación inmediata al comenzar la lectura de Un encuentro fue la de “esto ya lo había leído antes”. Kundera es fiel a sus obsesiones, tanto, que me cuesta trabajo encontrar diferencias sustanciales con anteriores ensayos como El telón, Los testamentos traicionados o El arte de la novela. Da la impresión de que toda la obra ensayística de Kundera sea, en primera instancia, una reflexión sobre los motivos de los creadores, pero ante todo, una defensa a ultranza de la novela como la gran trinchera del arte, si bien en esta ocasión incursiona también en reflexiones sobre la pintura, concretamente Bacon y, como ya es una tradición en este hijo de compositor, la música, con su habitual homenaje a Janácek
A mis 18 y 19 años edad, caminaba por la vida con un libro de Milán Kundera bajo el brazo. Mi puerta de entrada a su mundo fue El libro de los amores ridículos, aunque el verdadero hechizo llegó con La insoportable levedad del ser. Eran los tempranos noventa y entonces me di a la tarea de rastrear toda su obra anterior. Particularmente fascinante me pareció La vida está en otra parte y El libro de la risa y el olvido. Sí, el recuerdo de aquellos años tiene para mí un inocultable tufo kunderiano. Hay narradores capaces marcar un momento de la vida y Kundera fue uno de ellos. Pero la juventud no es eterna y la fascinación por nuestras plumas sagradas tampoco. Algo sucedió con el Milan moderno que rompió el embrujo. ¿Fue mi edad y madurez emocional? ¿O fue el estilo de un narrador que abandonó el checo para pasar al francés?
Hace algunos años, en la reseña de La ignorancia, escribí sobre un Milan Kundera extraviado como Ulises en busca de su Ítaca literaria. Lo siento, pero el Kundera afrancesado de La lentitud, La identidad y La ignorancia, me resulta una opaca sombra del Kundera checo de La broma o La vida está en otra parte.
Algo similar me está sucediendo con los ensayos kunderianos. Tal vez haga falta una relectura, pero así de entrada, me parecen variaciones sobre lo mismo; Rabelais, Kafka, Cervantes, Dostoievski, Roth, con sus habituales guiños a sus amigos latinos Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. Tal vez la gran diferencia con las anteriores obras ensayísticas, es que en estricto sentido, Un encuentro no es un ensayo, sino una recopilación de artículos de Kundera. Aquí brilla por su ausencia la construcción al estilo de partitura y su obsesión por la división del libro en siete partes tan característica de su obra, lo cual de verdad se extraña. Lo sorprendente e innovador, es leer textos kunderianos tan breves, como ideas cazadas al vuelo, pensamientos prófugos que se cuelan de pronto en medio de la charla informal, reflexiones de página y media o dos páginas, algo absolutamente atípico en él. No tiene desperdicio el ejemplo de las entrañas de una chica asustada como puerta de entrada a los cuadros de Bacon, como fantástica es su comparación entre las distintas primaveras históricas. Imperdibles también las brevísimas disertaciones sobre grandes novelas y novelistas. Con El idiota de Dostoievski, Kundera reflexiona, una vez más, sobre la risa, mientras que Roth es su punto de partida para disertar sobre el erotismo, tema recurrente en su obra. ¿Dije que todo eran lugares comunes? Miento. Kundera elogia al autor islandés Gudbergur Bergson, al que hasta entonces yo desconocía. Días después de leer El encuentro, encontré en la Feria del Libro Usado de Tijuana una novela de Bergson, La magia de la niñez y confiando ciegamente en la recomendación de Kundera, la compré. Hasta ahora no me ha defraudado y la recomendación de un buen libro es algo que se agradece tanto como la recomendación de un buen vino. Al final, uno acaba de leer el nuevo libro de Milan en un par de sentadas. Ágil, breve, casi informal transcurre El encuentro o acaso deba decir reencuentro (como su título en francés Une rencontre) con este viejo compañero de la adolescencia. Lo que un día fue no será, dijo José José y si algo me ha quedado claro, es que ya no debo esperar de Kundera otra Insoportable levedad del ser. Pero mientras este narrador checo transformado en francés esté vivo, tendremos el privilegio de gozar estas deliciosas charlas redundantes. Que no hay (casi) nada nuevo bajo el Sol en estas letras, es cierto, como cierto es que reencontrar un entrañable amigo literario es uno de esos placeres por los que la vida merece la pena ser vivida.