Una humilde contribución en homenaje a esta tierra adoptiva a la que, contra viento y marea, he aprendido a amar tal como es.
Arena; polvo madre de una ciudad de esfuerzos nacida en el desierto.
Acero; temple en el corazón de eternos migrantes que engrandecen nuestra entidad.
Piedra; espíritu de La Rumorosa, firmeza del brazo poderoso.
Agua; vestigio del Océano Pacífico, guardián infinito, puerta a la inmensidad del mundo.
Arena; polvo madre de una ciudad de esfuerzos nacida en el desierto.
Acero; temple en el corazón de eternos migrantes que engrandecen nuestra entidad.
Piedra; espíritu de La Rumorosa, firmeza del brazo poderoso.
Agua; vestigio del Océano Pacífico, guardián infinito, puerta a la inmensidad del mundo.
Dos torres, dos culturas, dos civilizaciones, hermanadas por sus diferencias, unidas en un destino. En medio, Tijuana, la ciudad de las oportunidades y el progreso, del trabajo y el esfuerzo recompensado, la tierra donde tantos destinos seguirán conociendo la grandeza.
¿Mi destino va unido al de esta madre adoptiva?
La ciudad se ha derretido en mi cabeza.
Mi cabeza va desparramando ideas; prófugas ideas como revoloteantes demonios desangrándose a mi alrededor. Ideas, alucinajes, locuras y la certeza de haber llegado a una suerte de Aleph que se desmorona. Historias que de repente se me ha ocurrido escribir y nunca escribo. Historias que se niegan a transformarse en tinta.
Mi cabeza va desparramando ideas; prófugas ideas como revoloteantes demonios desangrándose a mi alrededor. Ideas, alucinajes, locuras y la certeza de haber llegado a una suerte de Aleph que se desmorona. Historias que de repente se me ha ocurrido escribir y nunca escribo. Historias que se niegan a transformarse en tinta.
Irremediablemente, llega un momento de la vida en que las conversaciones con los amigos más entrañables se transforman en giros repetitivos sobre lugares comunes. Sabemos de antemano lo que escucharemos y acaso descartamos por completo la posibilidad de una sorpresa, pero aún así, esas conversaciones son embriagantes. Redundar es bello.
Dejar atrás es una añeja fantasía adolescente. Quiero irme del país y despertarme mañana en otro lado, canta Todos tus Muertos en Tango Traidor. La vida está en otra parte, diría Kundera. La vida siempre está allende la mar, allá muy lejos, al otro lado de todo. El gusanito viajero es omnipresente; es un duendecillo terco y molestón que jamás me ha dejado en paz. Sin embargo, al llegar a la edad adulta me quedó claro que de viajar a emigrar hay un gran trecho. Vas y viajas; vine, ví y regresé. De pronto, caes en la cuenta que hay un lugar en el mundo en donde estás a gusto. Se llama hogar.
El problema es cuando lo de irte del país deja de ser una alucine adolescente y se transforma en un asunto de supervivencia. Aún no es ni ha sido nuestro caso, por fortuna, pero no soy en absoluto optimista respecto a mi sangrante país. Sí, puedes trabajar cada día por hacer de tu hogar el paraíso en la Tierra, pero si el entorno que lo rodea se vuelve infernal, entonces tendrás que dejarlo. Las especies emigran cuando su habitad se ha vuelto inhóspito, cuando su ecosistema se agota y se pudre. He escuchado demasiado la perorata comparativa de que si sobrevivimos al 76, al 82 y al error de diciembre del 94, entonces saldremos de esta. Que el mexicano es creativo, que siempre se las arregla, que su picardía e ingenio lo sacan adelante. El mexicano como una cucaracha resistente a los más poderosos insecticidas; el mexicano en una eterna prueba de resistencia; el mexicano cargando piedras en una carrera de obstáculos. Qué abnegado y heroico es ser mexicano. Sí, cada quien habla como le ha ido en la feria y a mí, hasta ahora, me ha ido bien, pero no estoy ciego ante mi entorno. Mi país es una fruta engusanada, un cuerpo carcomido por parásitos, un enfermo terminal en la eterna sala de espera de una clínica del IMSS.
Desde que supe que sería padre, la vida me pareció más bella y mi país más abominable. Este no es el país que deseo para heredarle a un hijo. En realidad, este país es una herencia que nadie desea. ¿Tú hijo nacerá en Tijuana? Me pregunta la gente incrédula, como si esta ciudadanía fuera de tercera división. Y no, jamás he alucinado paraísos perfectos ni idealizo el estrechísimo ecosistema europeo. Yo amo a esta ciudad y me siento feliz y orgulloso de vivir en ella. Tijuana sale adelante, a pesar de México. Se que el desempleo es mucho peor en España que en este país y que el proletariado intelectual es mucho más vasto en el Viejo Continente que aquí. Pero este México nuestro tiene mucha prisa por suicidarse, por despeñarse en abismos, por invocar a sus demonios y yo quiero liberar a mi hijo de todo eso.
Angie
Cuando la mujer que será asesinada esa noche despierta, el hombre que va a asesinarla aún duerme o mejor dicho, apenas se ha quedado dormido. Él hombre anda, en sus propias palabras, amanecido. La mujer, sea el día de su muerte o cualquier otro, se habría de cualquier manera levantado a las 8:00 de la mañana. Si bien su naturaleza es noctámbula, ha asimilado bien las obligaciones que le impone su nuevo empleo, aunque no puede evitar concederse trece minutos de modorra antes de tomar fuerzas de quién sabe dónde para entrar a bañarse. El hombre empieza a caer en un sueño profundo y ya ni siquiera puede sentir el hormigueo en los brazos y pecho, tan propio de sus amaneceres, siempre antecedidos por veladas de Buchanas y coca.
A.U.
- Todo fue culpa del olor a gasolina. ¿Sabes? He escuchado por ahí que es afrodisíaco- La madre mira al vacío y arrojando babas le devuelve algo parecido al inicio de una carcajada. Algo de afrodisíaco debe tener esa peste a combustible que lo ha acompañado a lo largo de toda su vida.