Hacienda de los parásitos
La colonia donde vivo es una fruta en proceso de pudrición, un microcosmos donde se reflejan, en espeluznante escala, los grandes problemas nacionales por los que México se despeña en el abismo. El pasado sábado hubo junta de vecinos. El escenario no pudo ser más desolador ni catastrofista: la oficina donde se coordina el mantenimiento y la vigilancia del fraccionamiento, simplemente cierra sus puertas. En la caja quedan tan sólo 3 mil pesos en efectivo. ¿Por qué? Por la simple y sencilla razón de que a lo largo de todos estos años, únicamente un 23% de los vecinos, es decir menos de la cuarta parte, hemos cargado con el mantenimiento de nuestro habitad. Menos de la cuarta parte de los vecinos pagamos por tener una caseta con guardias que controlen entradas y salidas y hagan rondines. Menos de una cuarta parte pagamos por tener calles barridas y un parque verde y recortado. Los demás se dedican a gozar los beneficios. El parque lo disfrutan por igual, pues a nadie se le niega la entrada; las calles han sido, hasta ahora, seguras y limpias para todos, no nada más para los que pagamos. ¿Se les pide acaso una cantidad impagable a mis “pobrecitos y humildes” vecinos? No. Se les piden 400 pesos al mes. Eso y nada más. Ahora bien ¿mis vecinos son gente que ha caído en la miseria? ¿Obreros golpeados por la crisis? Mmmm, sus carros del año indican lo contrario. Su actitud de nuevos ricos no muestra tiempos de vacas flacas. Cierto, a nadie nos sobra el dinero y a mí menos que a muchos de ellos. Créanme que esos 400 pesos mensuales no los ando tirando por las calles o apostando en el caliente. Mis vecinos, tan pequeño-burgueses, tan de compras en San Diego, tan de carrito fashion, tan de vista al mar, no son capaces de desembolsar 400 pesos al mes. Les resulta una carga impagable. Revisé la lista de deudores y sentí asco, un asco profundo, una repugnancia sin límites. Hay un pasivo superior a los dos millones de pesos. Vecinos que tienen cuatro carros estacionados afuera de sus casas, tienen adeudos de 27 mil pesos que nunca pagarán. Para ellos, las calles se limpian solas, el parque se poda por generación espontánea y los vigilantes son figuras virtuales que no comen ni cobran sueldo. Mi colonia, que hasta ahora ha sido un buen lugar para vivir, un sitio apacible donde es posible sentirse a gusto, empieza a caer al abismo, por la irresponsabilidad, la desidia y la mierdez de tres cuartas partes de los vecinos, a los que nunca les ha importado su entorno, ni el de sus hijos El problema de mi colonia es el de México entero. Un país que mantenemos unos cuantos, los cautivos de siempre, los que Carstens exprime hasta la última gota como un limón viejo. Una república con recursos que se va al infierno por la irresponsabilidad y el zanganísmo de millones. Porque si algo me ha quedado claro, es que en este país los principales evasores son los que más tienen, al igual que en mi colonia, mis arrogantes vecinos que presumen su casita con vista al mar, jamás han dado un solo centavo para mantener sus calles. Son vil mierda parasitaria, sanguijuelas por causa de las cuales este país es un fruto engusanado. Al verlos con su puta actitud de nuevos ricos, haciendo gala de su irresponsabilidad y oportunismo, pierdo toda mi fe en México. Odio esta patética comparación, pero no imagino un fraccionamiento en San Diego donde tres cuartas partes de los vecinos arrastren deudas de años y puedan vivir sin consecuencia alguna. ¿Cuál sería la única solución para evitar que el fraccionamiento se hunda en el latrocinio, el grafitti y la basura? Pues sí, la de Agustín Carstens: que los pocos que pagamos, paguemos más para seguir manteniendo a esa mayoría irresponsable. Cargar la mano al cumplido, una vez más. A la mierda. Pierdo mi fe en este país. Los males de mi pequeñísimo entorno, de mi microcosmos ubicado en la esquina Norte del país, se multiplican por millones en todo México. Agradezco a mis vecinos por haberme ayudado a dimensionar el nivel de nuestra podredumbre y a comprender, de una vez por todas, por qué este país no va a salir de su abismo.