Natural Born Poet en la Cenicienta del Pacífico
La Nostalgia abandona la penumbra y se sube a una nube ensenadense.
Hace ya algunos años, muchísimos en realidad, a principios de la década de los 90, alguien me sugirió que diera forma a algunos vómitos furiosos materializados en letras; viscerales escupitajos que en algún momento alguien se atrevió a llamar poemas y, lo que es peor, yo me atreví a publicar. El decir que tenía 18 años de edad no es justificante. Aquello era una monstruosidad que a nadie se le desea. Siguiendo el consejo de pulir e intentar, en la medida de lo imposible, dar estructura a esos exabruptos, fue que ingresé al Taller Literario de la Universidad Regiomontana donde conocí a sui generis personajes, empezando por su coordinadora, Mara Gutiérrez, poetisa, cantante e iluminada mujer, habitada por espíritus arameos capaces de hacerla sorprender y sorprenderse con las más fascinantes improvisaciones. Nunca volví a ver a Mara, como nunca volví a ver a la inmensa mayoría de los integrantes de aquel grupo que integré entre 1993 y 1994. Con el único que mantuve y he mantenido desde entonces una amistad que atravesó las barreras del tiempo y de la edad, es con Gerardo Ortega, un auténtico Natural Born Poet, tal vez el único de su especie que conozco. Hay gente que en algún momento de su vida le da por hacerle a la poesía. Ortega en cambio nació con ella. La poesía es su auténtico tatuaje púrpura, su sábana de nubes arrastrada por una mañana eterna, la paloma cuya historia no fue breve. Un poema búlgaro que fue mucho más lejos de Sofía. De Sardica a Yadivia y de Monterrey a Ensenada hay infinitos valles y un amor (el orteguiano amor, que tratándose de él, es cosa seria) La vida de Ortega es un poema, para señas más específicas un poema de amor. Mientras yo liberaba demonios y dagas sangrantes, él ponía púrpuras tatuajes en corazones rotos. Su Daimon es el duendecillo ese al que llaman amor, el mismo que por azares del destino, lo ha transformado en un visitante habitual de tierras bajacalifornianas. Toda su poesía apunta hoy en día a Ensenada. Yo le he dicho que se nacionalice ceniciento, que tramite su carta de ciudadanía ensenadense, que Monterrey estuvo bien para crecer, pero hoy en día esa ciudad apesta a mierda y está podrida. Sospecho que algún día me hará caso. Por lo pronto, si su poesía apunta a Ensenada, justo es que venga a leerla, o más bien dicho a recitarla de memoria, a la orilla del Pacífico. La cita es el próximo sábado y yo no podré estar ahí. El oráculo vaticina que esa noche de sábado estaré cambiando un pañal, o estaré montando guardia en la maternidad o acaso, en el más improbable de los casos, mirando el reloj para ver a qué horas se le ocurre venir al mundo a este Señor Conejito tan fascinado con el juego del pastor mentiroso. Yo no podré estar ahí, pero si algún improbable lector anda por rumbos cenicientos esa noche, de verdad le recomiendo que se de una vuelta por La Alcoba.