Almas que caminan a un costado de la carretera. Me he acostumbrado a ellas, pues al igual que la mayoría de los humanos, son cíclicos y repetitivos, aún dentro de lo improbable que resulta ver a alguien caminado al costado de una autopista bordeando un acantilado en medio de la noche o en pleno amanecer.
La más exacta en sus rutas y horarios es la pareja del alba. Caminan siempre alrededor de las 6:30 de la mañana en las cercanías de la caseta de cobro en el lado de la carretera que está pegado a las colinas, en sentido contrario de los carros. Supongo, sin conceder, que salen a hacer ejercicio, aunque nunca los he visto correr. Solamente caminan, ella siempre a la izquierda como caballerosamente corresponde. Es una pareja joven y algo me dice que se quieren sinceramente. Ambos usan ropa deportiva y nunca los he visto sin gorra.
Por las noches es común ver a una mujer gorda y pintarrajeada que camina solitaria del lado del mar, también en sentido contrario al de los carros. No se trata de ceder a estereotipos, pero tiene toda la finta de prostituta de carretera, de esas que atienden a los traileros atrás de los huizaches en donde cuelgan un trapo rojo como inconfundible señuelo. Era común ver a esas mujeres por las carreteras de San Luís o Coahuila, pero desconozco si estas costumbres existen también en la carretera escénica Tijuana-Ensenada donde los traileros brillan por su ausencia y en donde en cualquier caso no habría demasiado espacio para orillar un carro y ponerse a coger, a menos que sea haciendo malabarismos y desafiando a la gravedad. Todo hace indicar que la mujer está privada de sus facultades mentales y he llegado a pensar que acaso haya sido una puta de carretera en alguna otra entidad de la República y ahora recorre ritualmente la escénica evocando los días de gloria en que el oficio le daba para vivir.
Particularmente angustiante es ver a los escolares que con su uniforme de primaria y su mochila al hombro, cruzan la carretera desafiando carros que van a más de 75 millas. Lo suyo no es un acto de temeridad y locura. Estos niños cruzan la autopista porque no les queda de otra. Ellos habitan en las comunidades semirurales que se ubican a un costado de los predios conocidos como El Monumento y sin duda estudian en Playas de Tijuana. El problema es que la autopista carece de puente peatonal o cualquier cosa que se le parezca y su única alternativa es cruzar como conejos la carretera y brincar la barda divisoria de carriles. A veces lo hacen acompañados de sus madres. Por supuesto, Caminos y Puentes Federales no ha pensado en destinar unos pesos de los millones que nos roba cada mes en su mierdoza caseta para construir un puente peatonal. Que se chinguen los niños cruzando la carretera. Después de todo, el Gobierno Federal ya se dio cuenta que matar un niño por negligencia no es un asunto grave en México.
También están los pescadores de choros que tienen sus tejabanes en los acantilados. Con algunos he platicado y fue uno de estos ermitaños quien inspiró la historia de Atilio Ramírez, que es harina de otro costal.
Anoche vi la más extraña de las apariciones de carretera. Cerca de las 20:30, un tipo se desplazaba solitario en su silla de ruedas del lado del acantilado. Nadie le acompañaba ni siquiera en las cercanías y su figura apareció frente a mí por una fracción de segundos, emergiendo fantasmal entre la niebla omnipresente.
Para terminar, debo confesar que algunas veces yo también he caminado la carretera y sin duda algún ocioso sin que hacer que pasaba por ahí, elaboró falsas y alucinadas conjeturas sobre la extraña presencia de ese güero loco a un costado de la autopista.
La más exacta en sus rutas y horarios es la pareja del alba. Caminan siempre alrededor de las 6:30 de la mañana en las cercanías de la caseta de cobro en el lado de la carretera que está pegado a las colinas, en sentido contrario de los carros. Supongo, sin conceder, que salen a hacer ejercicio, aunque nunca los he visto correr. Solamente caminan, ella siempre a la izquierda como caballerosamente corresponde. Es una pareja joven y algo me dice que se quieren sinceramente. Ambos usan ropa deportiva y nunca los he visto sin gorra.
Por las noches es común ver a una mujer gorda y pintarrajeada que camina solitaria del lado del mar, también en sentido contrario al de los carros. No se trata de ceder a estereotipos, pero tiene toda la finta de prostituta de carretera, de esas que atienden a los traileros atrás de los huizaches en donde cuelgan un trapo rojo como inconfundible señuelo. Era común ver a esas mujeres por las carreteras de San Luís o Coahuila, pero desconozco si estas costumbres existen también en la carretera escénica Tijuana-Ensenada donde los traileros brillan por su ausencia y en donde en cualquier caso no habría demasiado espacio para orillar un carro y ponerse a coger, a menos que sea haciendo malabarismos y desafiando a la gravedad. Todo hace indicar que la mujer está privada de sus facultades mentales y he llegado a pensar que acaso haya sido una puta de carretera en alguna otra entidad de la República y ahora recorre ritualmente la escénica evocando los días de gloria en que el oficio le daba para vivir.
Particularmente angustiante es ver a los escolares que con su uniforme de primaria y su mochila al hombro, cruzan la carretera desafiando carros que van a más de 75 millas. Lo suyo no es un acto de temeridad y locura. Estos niños cruzan la autopista porque no les queda de otra. Ellos habitan en las comunidades semirurales que se ubican a un costado de los predios conocidos como El Monumento y sin duda estudian en Playas de Tijuana. El problema es que la autopista carece de puente peatonal o cualquier cosa que se le parezca y su única alternativa es cruzar como conejos la carretera y brincar la barda divisoria de carriles. A veces lo hacen acompañados de sus madres. Por supuesto, Caminos y Puentes Federales no ha pensado en destinar unos pesos de los millones que nos roba cada mes en su mierdoza caseta para construir un puente peatonal. Que se chinguen los niños cruzando la carretera. Después de todo, el Gobierno Federal ya se dio cuenta que matar un niño por negligencia no es un asunto grave en México.
También están los pescadores de choros que tienen sus tejabanes en los acantilados. Con algunos he platicado y fue uno de estos ermitaños quien inspiró la historia de Atilio Ramírez, que es harina de otro costal.
Anoche vi la más extraña de las apariciones de carretera. Cerca de las 20:30, un tipo se desplazaba solitario en su silla de ruedas del lado del acantilado. Nadie le acompañaba ni siquiera en las cercanías y su figura apareció frente a mí por una fracción de segundos, emergiendo fantasmal entre la niebla omnipresente.
Para terminar, debo confesar que algunas veces yo también he caminado la carretera y sin duda algún ocioso sin que hacer que pasaba por ahí, elaboró falsas y alucinadas conjeturas sobre la extraña presencia de ese güero loco a un costado de la autopista.