Edad para las lecturas
En su columna política dominical, el editorialista Jorge Zepeda se permite recomendar el nuevo libro de Umberto Eco, sin embargo, advierte que su lectura es apta, preferentemente, para mayores de 50 años. El columnista me dejó pensando: ¿Hay una edad ideal para determinada lectura? ¿Puede un mismo libro disfrutarse e interpretarse de manera totalmente diferente según la edad en que sea leído? La respuesta es sí. La comunión con un libro depende, entre otras cosas, del momento y circunstancias específicas en que es leído.
Recuerdo cuando cayó en mis manos Caligula de Howard, en el verano del Mundial, en 1986. Tenía 12 años de edad y nunca antes había leído un texto clasificación XXX. Caligula, y no las antenas parabólicas, fue mi bienvenida al mundo de la pornografía. Sus explícitas descripciones de sodomía, bestialidad e incesto se encargaron de poblar mis sueños húmedos. Casi 20 años después el libro permanece en mi librero, pero cuando leo alguna página al azar sólo me queda como herencia una risa cómplice por recordar lo que ese libro significó para mí alguna vez. Hoy, con una dosis de mínima frialdad, lo descubro pretencioso, mal estructurado, elaborado con las técnicas de un hollywood desechable. Sin embargo, Calígula es Calígula y tuvo significado porque lo leí a los 12 años. Si hoy descubriera ese libro y lo leyera por primera vez, lo consideraría un ejemplar de pornografía barata y lo olvidaría pronto. Sin embargo, el libro llegó a mí en las circunstancias exactas que le aseguraron volverse inolvidable.
Lo mismo me sucedió con Hesse quien llegó a mí ese mítico verano del 86. Era agosto, el planeta entero vivía bajo la maradomanía a un mes de la coronación de Argentina ante Alemania y unos días de ingresar a la secundaria, me fui de viaje con mi padrino José Manuel a la Isla del Padre. El libro que llevaba a ese viaje, era precisamente Demian. Así las cosas, bajo el quemante sol texano de agosto, empecé a sumergirme en los dilemas de Sinclair y el chantajista Franz Krommer, conocí a al pájaro que rompe el huevo y a Abraxas, del que pronto me declaré adorador. No creo exagerar si atribuyo a Hesse la paternidad de mi rompimiento con la religión. Hoy sus libros me parecen idealistas, insoportablemente adolescentes, pero en su momento me marcaron. Hesse llegó en el momento en que tenía que llegar.
Sin embargo la historia de la lectura a través de una vida humana da muchos vuelcos. En este momento, como Alfonso Quijano, soy inmensamente feliz con libros de caballería. Estoy sumergido en la Trilogía de las Cruzadas del sueco Jan Guillou. Tres volúmenes que narran la vida y obra del caballero templario Arn Magnusson. Una bellísima historia poblada con todos los elementos propios de la caballería: Heroísmo, amor cortés, fe en Dios, sacrificio, determinación. Un libro que perfectamente podría adaptar hollywood y que sin embargo, me encanta. Después de haber pasado por toda clase de autores blasfemos, apostatas, nihilistas, un libro de caballería que exalta los buenos sentimientos es capaz de apoderarse de mí y fascinarme como en la niñez me fascinaron los Tres Mosqueteros y Robin Hood.. ¿En qué radica el secreto? No lo se, Tal vez sea volver al origen.
En su columna política dominical, el editorialista Jorge Zepeda se permite recomendar el nuevo libro de Umberto Eco, sin embargo, advierte que su lectura es apta, preferentemente, para mayores de 50 años. El columnista me dejó pensando: ¿Hay una edad ideal para determinada lectura? ¿Puede un mismo libro disfrutarse e interpretarse de manera totalmente diferente según la edad en que sea leído? La respuesta es sí. La comunión con un libro depende, entre otras cosas, del momento y circunstancias específicas en que es leído.
Recuerdo cuando cayó en mis manos Caligula de Howard, en el verano del Mundial, en 1986. Tenía 12 años de edad y nunca antes había leído un texto clasificación XXX. Caligula, y no las antenas parabólicas, fue mi bienvenida al mundo de la pornografía. Sus explícitas descripciones de sodomía, bestialidad e incesto se encargaron de poblar mis sueños húmedos. Casi 20 años después el libro permanece en mi librero, pero cuando leo alguna página al azar sólo me queda como herencia una risa cómplice por recordar lo que ese libro significó para mí alguna vez. Hoy, con una dosis de mínima frialdad, lo descubro pretencioso, mal estructurado, elaborado con las técnicas de un hollywood desechable. Sin embargo, Calígula es Calígula y tuvo significado porque lo leí a los 12 años. Si hoy descubriera ese libro y lo leyera por primera vez, lo consideraría un ejemplar de pornografía barata y lo olvidaría pronto. Sin embargo, el libro llegó a mí en las circunstancias exactas que le aseguraron volverse inolvidable.
Lo mismo me sucedió con Hesse quien llegó a mí ese mítico verano del 86. Era agosto, el planeta entero vivía bajo la maradomanía a un mes de la coronación de Argentina ante Alemania y unos días de ingresar a la secundaria, me fui de viaje con mi padrino José Manuel a la Isla del Padre. El libro que llevaba a ese viaje, era precisamente Demian. Así las cosas, bajo el quemante sol texano de agosto, empecé a sumergirme en los dilemas de Sinclair y el chantajista Franz Krommer, conocí a al pájaro que rompe el huevo y a Abraxas, del que pronto me declaré adorador. No creo exagerar si atribuyo a Hesse la paternidad de mi rompimiento con la religión. Hoy sus libros me parecen idealistas, insoportablemente adolescentes, pero en su momento me marcaron. Hesse llegó en el momento en que tenía que llegar.
Sin embargo la historia de la lectura a través de una vida humana da muchos vuelcos. En este momento, como Alfonso Quijano, soy inmensamente feliz con libros de caballería. Estoy sumergido en la Trilogía de las Cruzadas del sueco Jan Guillou. Tres volúmenes que narran la vida y obra del caballero templario Arn Magnusson. Una bellísima historia poblada con todos los elementos propios de la caballería: Heroísmo, amor cortés, fe en Dios, sacrificio, determinación. Un libro que perfectamente podría adaptar hollywood y que sin embargo, me encanta. Después de haber pasado por toda clase de autores blasfemos, apostatas, nihilistas, un libro de caballería que exalta los buenos sentimientos es capaz de apoderarse de mí y fascinarme como en la niñez me fascinaron los Tres Mosqueteros y Robin Hood.. ¿En qué radica el secreto? No lo se, Tal vez sea volver al origen.