Ningún escritor que merezca la pena ser leído se limita a sacar sus libros de la vida real, sino que fabula la experiencia a través de su visión personal. Ésta es la diferencia esencial entre el periodismo y la novelística. Incluso las novelas menos ambiciosas son algo más que una mera relación de hechos. El subconsciente y la memoria del escritor son, por lo tanto, su primordial fuente de argumentos. No la vida real. AJ
Dejar de leer
A veces caigo en la cuenta de que mis grandes pasiones son mis grandes enemigos. Son mis tanques de oxígeno y mi veneno. Adicciones al fin, es de suponer que generen altas dosis de placer, pero algún daño han de hacer. Toda adicción va minando el espíritu o el organismo de alguna manera.
Me refiero concretamente al caso de la lectura. En mí esto de leer libros adquiere rasgos que cualquier psicólogo catalogaría de patológicos. Hay mucho de enfermizo y vicioso en mi afán por la lectura. Tal vez la diferencia es que contrario a otros vicios, la sociedad políticamente correcta lo exalta. Aunque nadie en este mundo lea un carajo, es políticamente correcto afirmar públicamente que leer es muy bueno, muy bonito, que es propio de gente cultivada e inteligente. Les aseguro que si mi vicio fuera jugar nintendo 10 horas al día o masturbarme en las cabinas de los pornoshops, nadie me lo exaltaría ni dirían que es bonito. Sin embargo, la lectura sirve exactamente para lo mismo, que es al fin de cuentas dar placer inmediato. La herencia que me deja leer, es la misma herencia hedonista que queda en el masturbador o en el videojugador. La forma enfermiza con que suelo cargar un libro a cualquier lugar que voy tiene más de patología que de afán de conocimiento. Y es que cuando salgo a algún lugar y no llevo un libro en la mano, me empiezo a sentir incompleto, nervioso, tal como un niño que no carga su muñeco de peluche o su cobijita. Quiero traer mi libro en la mano, porque pienso que cualquier instante es bueno para largarme al carajo de la realidad y sustraerme a mi entorno. Toda pasión lleva implícita la agresión, la guerra, la necesidad de depredar otras pasiones para imponerse. Mi pasión por la lectura es tal vez la peor enemiga de mi pasión por la creación y en definitiva ha sido más fuerte, pues ha acabado por mutilarla y arrinconarla. Leer no es el complemento de escribir. Más bien es su antídoto, su veneno. La lectura es la asesina de la escritura. Por un momento, en alguna hora de la tarde, pensé: ¿Y si dejara de leer? ¿Qué pasaría con mi vida si de pronto me hiciera el propósito de no tocar un solo libro en una semana? ¿Habría un cambio si iniciara un proceso de rehabilitación estilo doce pasos?
Tomando en cuenta que hace muchísimos años en que no pasa un solo día sin que lea al menos unas cuántas páginas ¿qué carajos le pasaría a mi existencia si pronto le corto de tajo ese vicio? ¿Qué sucedería con las horas y los minutos que hubiera dedicado a la lectura? ¿Descubriría un mundo nuevo, diferente acaso? ¿Empezaría a escuchar más a la gente, a interesarme en las conversaciones? ¿Escribiría más? ¿Padecería un espantoso síndrome de abstinencia? No lo se. Son dudas solamente, pues confieso que me falta valor y huevos para iniciar un proceso semejante.
Dejar de leer
A veces caigo en la cuenta de que mis grandes pasiones son mis grandes enemigos. Son mis tanques de oxígeno y mi veneno. Adicciones al fin, es de suponer que generen altas dosis de placer, pero algún daño han de hacer. Toda adicción va minando el espíritu o el organismo de alguna manera.
Me refiero concretamente al caso de la lectura. En mí esto de leer libros adquiere rasgos que cualquier psicólogo catalogaría de patológicos. Hay mucho de enfermizo y vicioso en mi afán por la lectura. Tal vez la diferencia es que contrario a otros vicios, la sociedad políticamente correcta lo exalta. Aunque nadie en este mundo lea un carajo, es políticamente correcto afirmar públicamente que leer es muy bueno, muy bonito, que es propio de gente cultivada e inteligente. Les aseguro que si mi vicio fuera jugar nintendo 10 horas al día o masturbarme en las cabinas de los pornoshops, nadie me lo exaltaría ni dirían que es bonito. Sin embargo, la lectura sirve exactamente para lo mismo, que es al fin de cuentas dar placer inmediato. La herencia que me deja leer, es la misma herencia hedonista que queda en el masturbador o en el videojugador. La forma enfermiza con que suelo cargar un libro a cualquier lugar que voy tiene más de patología que de afán de conocimiento. Y es que cuando salgo a algún lugar y no llevo un libro en la mano, me empiezo a sentir incompleto, nervioso, tal como un niño que no carga su muñeco de peluche o su cobijita. Quiero traer mi libro en la mano, porque pienso que cualquier instante es bueno para largarme al carajo de la realidad y sustraerme a mi entorno. Toda pasión lleva implícita la agresión, la guerra, la necesidad de depredar otras pasiones para imponerse. Mi pasión por la lectura es tal vez la peor enemiga de mi pasión por la creación y en definitiva ha sido más fuerte, pues ha acabado por mutilarla y arrinconarla. Leer no es el complemento de escribir. Más bien es su antídoto, su veneno. La lectura es la asesina de la escritura. Por un momento, en alguna hora de la tarde, pensé: ¿Y si dejara de leer? ¿Qué pasaría con mi vida si de pronto me hiciera el propósito de no tocar un solo libro en una semana? ¿Habría un cambio si iniciara un proceso de rehabilitación estilo doce pasos?
Tomando en cuenta que hace muchísimos años en que no pasa un solo día sin que lea al menos unas cuántas páginas ¿qué carajos le pasaría a mi existencia si pronto le corto de tajo ese vicio? ¿Qué sucedería con las horas y los minutos que hubiera dedicado a la lectura? ¿Descubriría un mundo nuevo, diferente acaso? ¿Empezaría a escuchar más a la gente, a interesarme en las conversaciones? ¿Escribiría más? ¿Padecería un espantoso síndrome de abstinencia? No lo se. Son dudas solamente, pues confieso que me falta valor y huevos para iniciar un proceso semejante.