Relaciones públicas
Soy una catástrofe para las relaciones públicas. Pocas personas he conocido como yo con esa asombrosa capacidad para ganarse antipatías y enemistades.
Concedo la razón a quienes han sentido deseos de romperme la madre alguna vez. En realidad los entiendo y los justifico. Claro, otra cosa es que los deje y que puedan.
Lo cierto es que he de reconocer que últimamente me he dado a la tarea de hacer mi master en respuestas pedantes, ofensivas y provocadoras. Soy la hostilidad con patas cuando camino por Palacio Municipal, pero debo reconocer que me agrada esta actitud, exenta de comentarios amables y sonrisas. Hay pocas, poquísimas sonrisas en mi arsenal y estas están reservadas para la casa. Más de una persona me ha dicho que con un poquito más de tacto social, una dosis pequeña de hipocresía y modales, una pizca de amabilidad y lambisconería me iría mucho mejor en este mundo. Aprovecha los contactos, mueve influencias, convives todos los días con gente poderosa e importante, sácale jugo. Eso me dicen. No se si lo he intentado, pero lo cierto es que no me sale. No se me dan las pinches relaciones públicas, tan necesarias para lograr esa cosa que algunos tipos llaman triunfar en este mundo, pero lo cierto es que sólo a Carolina y a Morris les reservó el arsenal de mis sonrisas
Bernhard
Aclaro que inicié esta semana leyendo a Thomas Bernhard, El sobrino de Wittgenstein concretamente y el ánimo fatalista del austriaco se me ha contagiado. Vaya dosis de humor negro. No tiene la gracia tropical de su nihilista hermano Fernando Vallejo, pero si le receta unos buenos escupitajos al universo de los optimistas.
Así las cosas, toda la culpa la tiene Bernhard señores.
Soy una catástrofe para las relaciones públicas. Pocas personas he conocido como yo con esa asombrosa capacidad para ganarse antipatías y enemistades.
Concedo la razón a quienes han sentido deseos de romperme la madre alguna vez. En realidad los entiendo y los justifico. Claro, otra cosa es que los deje y que puedan.
Lo cierto es que he de reconocer que últimamente me he dado a la tarea de hacer mi master en respuestas pedantes, ofensivas y provocadoras. Soy la hostilidad con patas cuando camino por Palacio Municipal, pero debo reconocer que me agrada esta actitud, exenta de comentarios amables y sonrisas. Hay pocas, poquísimas sonrisas en mi arsenal y estas están reservadas para la casa. Más de una persona me ha dicho que con un poquito más de tacto social, una dosis pequeña de hipocresía y modales, una pizca de amabilidad y lambisconería me iría mucho mejor en este mundo. Aprovecha los contactos, mueve influencias, convives todos los días con gente poderosa e importante, sácale jugo. Eso me dicen. No se si lo he intentado, pero lo cierto es que no me sale. No se me dan las pinches relaciones públicas, tan necesarias para lograr esa cosa que algunos tipos llaman triunfar en este mundo, pero lo cierto es que sólo a Carolina y a Morris les reservó el arsenal de mis sonrisas
Bernhard
Aclaro que inicié esta semana leyendo a Thomas Bernhard, El sobrino de Wittgenstein concretamente y el ánimo fatalista del austriaco se me ha contagiado. Vaya dosis de humor negro. No tiene la gracia tropical de su nihilista hermano Fernando Vallejo, pero si le receta unos buenos escupitajos al universo de los optimistas.
Así las cosas, toda la culpa la tiene Bernhard señores.