Cosas de periodistas
Este día se cumple un año de la muerte de Francisco Ortiz Franco. Lo mataron en una mañana caliente como esta, a unos metros de la Procuraduría de Justicia, delante de sus pequeños hijos.
Siento mucho respeto por el trabajo que realizó Ortiz Franco. Fue serio, discreto, profesional. Eludió las luminarias y el rockstarimso al que son tan proclives mis colegas de Zeta. No puedo decir lo mismo de Gato Félix, cuyo trabajo y forma de vida me avergüenza, pero no se supone que deba ser Eterno Retorno un espacio para escupir en las tumbas de los muertos. Simplemente me limito a señalar que me molesta que se compare o se equipare el trabajo de Ortiz Franco con el de Félix, pues hay años luz de distancia.
365 días después del crimen, seguimos en las mismas. Lo único que ha cambiado es que en este año se han incrementado las agresiones contra periodistas. El caso que más duele, ni duda cabe, es el de nuestro colega Alfredo Jiménez del Imparcial, pero no por ello olvidamos a los de Tamaulipas y Veracruz.
Y claro, no faltarán los oportunistas que se permitan alzar la voz y salgan a vociferar en las plazas de la Libertad de Expresión o en los foros de asociaciones prostitutas y exijan respeto a la tarea de los periodistas y castigo a los crímenes impunes. Los mismos colegas oportunistas que no dudarán en acudir a las borracheras patrocinadas por Hank Rhon y a las charreadas de Castro Trenti o las comilonas panistas en el Rodeo para salir inflados de alcohol y regalos, gustosos de tener funcionarios tan preocupados por garantizar la libertad de expresión.
Cosas de la vida. También en este año se ha vuelto más descarado el matrimonio entre comunicadores y gobierno. Con eso de que lo inn es revivir viejos vicios y lo retro está de moda, hay tipejos que se dicen colegas para los que el chayotil descaro es una forma de glamour.
Podrido y apestando, el periodismo tijuanense se regodea chapoteando en sus miasmas y embriagándose en sudores narcicísticos.
Desde los auténticos pordioseros de la grabadora que recorren las oficinas de los regidores aplicando vacunas chayoteras de 30 pesos bajo el argumento de que sus patrones les pagan una miseria, hasta los gangsters del micrófono que quitan y ponen funcionarios y fungen como gestores de permisos de alcohol y placas de taxis. O que me dicen del evasor de impuestos que usa su fuero de diputado para evadir la cárcel y que desde la comisión de Hacienda se permite lucir su patética figura en las portadas del periódico que dirige. Y no se salvan los grandes detractores del gobierno que son capaces de tumbar políticos, pero tiemblan cuando se topan de frente con un Calimax o Grupo Urbi amenazando con romper un contrato publicitario. Eso es el periodismo tijuanense señores. Sintámonos orgullosos del él.
Este día se cumple un año de la muerte de Francisco Ortiz Franco. Lo mataron en una mañana caliente como esta, a unos metros de la Procuraduría de Justicia, delante de sus pequeños hijos.
Siento mucho respeto por el trabajo que realizó Ortiz Franco. Fue serio, discreto, profesional. Eludió las luminarias y el rockstarimso al que son tan proclives mis colegas de Zeta. No puedo decir lo mismo de Gato Félix, cuyo trabajo y forma de vida me avergüenza, pero no se supone que deba ser Eterno Retorno un espacio para escupir en las tumbas de los muertos. Simplemente me limito a señalar que me molesta que se compare o se equipare el trabajo de Ortiz Franco con el de Félix, pues hay años luz de distancia.
365 días después del crimen, seguimos en las mismas. Lo único que ha cambiado es que en este año se han incrementado las agresiones contra periodistas. El caso que más duele, ni duda cabe, es el de nuestro colega Alfredo Jiménez del Imparcial, pero no por ello olvidamos a los de Tamaulipas y Veracruz.
Y claro, no faltarán los oportunistas que se permitan alzar la voz y salgan a vociferar en las plazas de la Libertad de Expresión o en los foros de asociaciones prostitutas y exijan respeto a la tarea de los periodistas y castigo a los crímenes impunes. Los mismos colegas oportunistas que no dudarán en acudir a las borracheras patrocinadas por Hank Rhon y a las charreadas de Castro Trenti o las comilonas panistas en el Rodeo para salir inflados de alcohol y regalos, gustosos de tener funcionarios tan preocupados por garantizar la libertad de expresión.
Cosas de la vida. También en este año se ha vuelto más descarado el matrimonio entre comunicadores y gobierno. Con eso de que lo inn es revivir viejos vicios y lo retro está de moda, hay tipejos que se dicen colegas para los que el chayotil descaro es una forma de glamour.
Podrido y apestando, el periodismo tijuanense se regodea chapoteando en sus miasmas y embriagándose en sudores narcicísticos.
Desde los auténticos pordioseros de la grabadora que recorren las oficinas de los regidores aplicando vacunas chayoteras de 30 pesos bajo el argumento de que sus patrones les pagan una miseria, hasta los gangsters del micrófono que quitan y ponen funcionarios y fungen como gestores de permisos de alcohol y placas de taxis. O que me dicen del evasor de impuestos que usa su fuero de diputado para evadir la cárcel y que desde la comisión de Hacienda se permite lucir su patética figura en las portadas del periódico que dirige. Y no se salvan los grandes detractores del gobierno que son capaces de tumbar políticos, pero tiemblan cuando se topan de frente con un Calimax o Grupo Urbi amenazando con romper un contrato publicitario. Eso es el periodismo tijuanense señores. Sintámonos orgullosos del él.