Un par de botellas de Bibayoff, apetecible vino que fabrican los rusos de Ensenada aguardan en casa. Carajo, agua se me hace la boca de imaginar. Es un vino artesanal, fabricado con métodos ancestrales, lo cual se nota en el abundante sedimento que queda en la botella. Vale la pena decantarlo y dejarlo que respire un poco antes de dar el primer trago. Las botellas me las ha comprado Carolina en la Gran Cava. Un Santa Rita y un tempranillo italiano (cuyo nombre he olvidado) completarán la faena en caso de solicitar refuerzos. Un libro llamado El Ángel Caído, de Massimo Centini, es mi autoregalo. Se trata de un ensayo sobre el Diablo en la religión, la historia, el arte y el folclore. Un disquito de Steel Attak, Predator of the Empire, banda sueca de heavy-speed metal, hace las delicias auditivas. Los años pasan y yo sigo víctima de mis mismas aficiones. Si a los 14 años de edad me hubieran regalado un libro del Diablo y un disco de heavy metal hubiera sido feliz como lo soy ahora. Bueno, digamos que en la adolescencia no era aficionado al vino, sino a la cerveza, pero fuera de eso, nada ha cambiado en mí. No se si a los 45 años de edad me vaya a seguir dando por escuchar hevay metal y leer compulsivamente libros de mitología, historia y demás. Ojalá mi organismo siga disfrutando entonces las visitas del espíritu de la vid. Deseaba comprar Scarlett Diva, la película de Asia Argento, pero a la hora de la hora desistí. No me gusta el cine ni tengo paciencia para sentarme frente a una pantalla a chutarme películas. Además, en caso de adquirirla, la vería una vez y ya. No le encuentro mucho sentido a eso de comprar películas, para ser honesto. Vaya, me gusta Asia Argento, pero no me gusta el cine. Grave dilema.
Tal vez uno de los propósitos de mi nueva edad sea el minimizar mis adquisiciones discográficas y bibliófilas. Basta ya. No hay más sitio en casa y cuando adquieres demasiados, sucede como con los extranjeros del futbol mexicano: Sólo uno de cada 10 vale la pena. Pero para qué carajos hago promesas que nunca cumpliré. He tenido sueños extraños, muy extraños. De algunos de ellos hubiera querido no despertar.
El tiempo corre más rápido que yo, más rápido que mi capacidad de asimilarlo. ¿Habrá posibilidad humana de sepultar el concepto del tiempo y fundirse en las delicias del presente perdido?
Tal vez uno de los propósitos de mi nueva edad sea el minimizar mis adquisiciones discográficas y bibliófilas. Basta ya. No hay más sitio en casa y cuando adquieres demasiados, sucede como con los extranjeros del futbol mexicano: Sólo uno de cada 10 vale la pena. Pero para qué carajos hago promesas que nunca cumpliré. He tenido sueños extraños, muy extraños. De algunos de ellos hubiera querido no despertar.
El tiempo corre más rápido que yo, más rápido que mi capacidad de asimilarlo. ¿Habrá posibilidad humana de sepultar el concepto del tiempo y fundirse en las delicias del presente perdido?