AJ
El asesinato de una señora y tres niños pequeños a manos de un adolescente de 15 años, ha consternado a la opinión pública. Aspirantes a Truman Capote, es hora de ponerse las pilas y demostrar hasta donde es posible llegar en este oficio. Mañana hblaré de este tema.
Sin embargo, debo admitir que esta masacre no me consterna tanto como la desaparición de mi colega sonorense Alfredo Jiménez. Mañana cumplirá 10 días desaparecido y en al arsenal de mi optimismo se han agotado las reservas. La realidad, sería un milagro que apareciera con bien.
El tema me afecta, primero porque Alfredo Jiménez es un colega de profesión que trabaja en un periódico hermano. Creo que si el destino es morir a manos de la mafia, el menor de los males es que sea en un tiroteo repentino y no pasar por la espantosa agonía de un secuestro con la tortura mental y física que ello implica.
Sin embargo, lo más abominable de todo esto, es reconocer que estas tácticas terroristas dan resultados. Sí, es cierto, no nos hagamos pendejos, dan resultados. Digamos lo que digamos, por más que unamos voces y gritemos, la táctica de la mafia cumple con sus objetivos. Primero, silenciar una voz. Eliminar a una pluma incómoda a la que saben será muy complicado reemplazar. Alguien ha salido ganando con su desaparición. Pero no solo con su eliminación ganan. Lo hacen también con el miedo y la desconfianza que siembran. De una u otra forma, la opinión pública, consiente o inconscientemente, culpa al reportero. Cuando la gente sabe que eres un reportero que te dedicas a investigar temas de narcotráfico, la reacción, por increíble que parezca, es de minimizar el hecho: Ah, entonces andaba metido en esos temas, mmm, es lógico que terminara así, el que juega con fuego se quema. Esa es la estúpida reacción. Pones las cosas en la balanza y entonces decides que debes guardar silencio, no involucrarte, no meterte. Te han sembrado el miedo. Han logrado su objetivo.
Nunca he sido un reportero policíaco. Me ha tocado trabajar uno que otro tema rojo, pero jamás de tiempo completo. Sin embargo, entiendo perfectamente la psicología que lleva a actuar a un colega. Por otros rumbos, yo también he tenido que entrarle a temas espinosos, aún bajo amenaza. Mis amigos vendedores de naftaleno no me dejarán mentir. Y sí, es lógico, viene la pregunta obvia de la gente ¿Por qué lo haces? ¿Qué ganas tú con escribir cosas comprometedoras? ¿Cómo pueden jugarse la vida a cambio de un sueldo miserable? Es difícil responder a esa pregunta. Los impulsos que llevan a un reportero a hacer su trabajo no son del todo comprensibles, ni fáciles de explicar. Ya he dicho otras veces que este trabajo es una adicción. Que lo haces por cierto gusanito que te impulsa a desearlo sin una razón práctica de por medio. No se hagan bolas, ni busquen oscuras conspiraciones. A menudo la gente se imagina muchas leyendas negras sobre nosotros: De seguro andaba metido en el ajo, tenía sus intereses, a los reporteros no los matan de gratis. Odio escuchar estos comentarios. Olvídense de chingaderas. Es cierto que en nuestro oficio hay más de un lacra que se involucra con la mierda en altos niveles y sabe alimentarse de ella, pero les puedo asegurar que son los menos. La inmensa mayoría de los que hacemos esto no somos ricos y sabemos que nunca seremos ricos. Y sabemos que en este país donde se celebra con bombo y platillo la libertad de expresión, cualquier día te callan el hocico. Hace falta muy poco para lograrlo. Basta que le resultes incómodo a alguien que tiene más poder y más dinero que tu y que tiene la plena seguridad de que no le pasará nada. Mi colega Alfredo es víctima de un sistema. En un país donde la mafia sabe que no las tiene todas consigo, no se darían a la tarea de callarte. Pero a su favor hay policías, jueces, ministerios públicos y el olvido rápido de la gente, por no hablar de la franca indiferencia. La mafia juega en su cancha y con el árbitro a favor. Los visitantes somos nosotros.
La mafia silencia a balazos, secuestrando, desapareciendo, amenazando. Pero no son los únicos que atentan contra la libertad de expresión. Conozco casos de colegas a los que les ha destrozado la vida algún honorable empresario. Basta con que un día le toques un pelo a un respetable hombre de negocios o a su empresa. El noble personaje hablará a tu medio para exigir que te echen a la calle so pena de retirar su contrato millonario de publicidad. ¿Y saben que es lo peor? Que la mayoría de las veces les funciona. Conozco casos concretos en distintas partes de México. Al final de cuentas, logran su objetivo: Una pluma se calla y a los demás les heredan el miedo. Triste herencia la que nos dejan.
El asesinato de una señora y tres niños pequeños a manos de un adolescente de 15 años, ha consternado a la opinión pública. Aspirantes a Truman Capote, es hora de ponerse las pilas y demostrar hasta donde es posible llegar en este oficio. Mañana hblaré de este tema.
Sin embargo, debo admitir que esta masacre no me consterna tanto como la desaparición de mi colega sonorense Alfredo Jiménez. Mañana cumplirá 10 días desaparecido y en al arsenal de mi optimismo se han agotado las reservas. La realidad, sería un milagro que apareciera con bien.
El tema me afecta, primero porque Alfredo Jiménez es un colega de profesión que trabaja en un periódico hermano. Creo que si el destino es morir a manos de la mafia, el menor de los males es que sea en un tiroteo repentino y no pasar por la espantosa agonía de un secuestro con la tortura mental y física que ello implica.
Sin embargo, lo más abominable de todo esto, es reconocer que estas tácticas terroristas dan resultados. Sí, es cierto, no nos hagamos pendejos, dan resultados. Digamos lo que digamos, por más que unamos voces y gritemos, la táctica de la mafia cumple con sus objetivos. Primero, silenciar una voz. Eliminar a una pluma incómoda a la que saben será muy complicado reemplazar. Alguien ha salido ganando con su desaparición. Pero no solo con su eliminación ganan. Lo hacen también con el miedo y la desconfianza que siembran. De una u otra forma, la opinión pública, consiente o inconscientemente, culpa al reportero. Cuando la gente sabe que eres un reportero que te dedicas a investigar temas de narcotráfico, la reacción, por increíble que parezca, es de minimizar el hecho: Ah, entonces andaba metido en esos temas, mmm, es lógico que terminara así, el que juega con fuego se quema. Esa es la estúpida reacción. Pones las cosas en la balanza y entonces decides que debes guardar silencio, no involucrarte, no meterte. Te han sembrado el miedo. Han logrado su objetivo.
Nunca he sido un reportero policíaco. Me ha tocado trabajar uno que otro tema rojo, pero jamás de tiempo completo. Sin embargo, entiendo perfectamente la psicología que lleva a actuar a un colega. Por otros rumbos, yo también he tenido que entrarle a temas espinosos, aún bajo amenaza. Mis amigos vendedores de naftaleno no me dejarán mentir. Y sí, es lógico, viene la pregunta obvia de la gente ¿Por qué lo haces? ¿Qué ganas tú con escribir cosas comprometedoras? ¿Cómo pueden jugarse la vida a cambio de un sueldo miserable? Es difícil responder a esa pregunta. Los impulsos que llevan a un reportero a hacer su trabajo no son del todo comprensibles, ni fáciles de explicar. Ya he dicho otras veces que este trabajo es una adicción. Que lo haces por cierto gusanito que te impulsa a desearlo sin una razón práctica de por medio. No se hagan bolas, ni busquen oscuras conspiraciones. A menudo la gente se imagina muchas leyendas negras sobre nosotros: De seguro andaba metido en el ajo, tenía sus intereses, a los reporteros no los matan de gratis. Odio escuchar estos comentarios. Olvídense de chingaderas. Es cierto que en nuestro oficio hay más de un lacra que se involucra con la mierda en altos niveles y sabe alimentarse de ella, pero les puedo asegurar que son los menos. La inmensa mayoría de los que hacemos esto no somos ricos y sabemos que nunca seremos ricos. Y sabemos que en este país donde se celebra con bombo y platillo la libertad de expresión, cualquier día te callan el hocico. Hace falta muy poco para lograrlo. Basta que le resultes incómodo a alguien que tiene más poder y más dinero que tu y que tiene la plena seguridad de que no le pasará nada. Mi colega Alfredo es víctima de un sistema. En un país donde la mafia sabe que no las tiene todas consigo, no se darían a la tarea de callarte. Pero a su favor hay policías, jueces, ministerios públicos y el olvido rápido de la gente, por no hablar de la franca indiferencia. La mafia juega en su cancha y con el árbitro a favor. Los visitantes somos nosotros.
La mafia silencia a balazos, secuestrando, desapareciendo, amenazando. Pero no son los únicos que atentan contra la libertad de expresión. Conozco casos de colegas a los que les ha destrozado la vida algún honorable empresario. Basta con que un día le toques un pelo a un respetable hombre de negocios o a su empresa. El noble personaje hablará a tu medio para exigir que te echen a la calle so pena de retirar su contrato millonario de publicidad. ¿Y saben que es lo peor? Que la mayoría de las veces les funciona. Conozco casos concretos en distintas partes de México. Al final de cuentas, logran su objetivo: Una pluma se calla y a los demás les heredan el miedo. Triste herencia la que nos dejan.