De guardia
Escuchando el Killing The Dragon de Mister Ronnie James Dio y esperando que el scanner de frecuencias me revele los nombres secretos del Apocalipsis, hago guardia en la redacción. Todo hace indicar que el México vs Suecia se jugará bajo la lluvia, pues los pronósticos dicen que Tlaloc volverá a hacer de las suyas por estos rumbos.
Una sobredosis de grilla política infesta mi mente. Yo intento conjurarla con buenas lecturas y ahogarlas en una copa de tinto.
Lo peor del caso es que hay gente que cree que a mí me encanta la política y que soy feliz grillando. Ciertamente cuando uno lleva trabajando mucho tiempo en algo, se vuelve inevitablemente canchero y acaba por dominar el tema. A mí nadie me va a contar cómo se las gastan los políticos tijuanenses, pues se su vida, obra, vicios, sueños, odios, rencores, pasiones, fobias. Pero lo se porque de eso se trata mi trabajo, no porque me guste o porque sea feliz con ello. Sería más feliz si el tiempo que le dedico a los políticos lo empleara leyendo un libro de mitología nórdica o de historia medieval, pero bueno, de algo tengo que vivir y sería más triste ser vendedor o promotor de algún producto o empleado de banco. Tengo colegas de otros medios que en verdad parecen disfrutar de la política. Adoran ir a comer con los funcionarios, empedarse en sus carnes asadas, llevarse de cachete y nalgada con ellos, inmiscuirse en su ambiente. Yo no. Se que en relaciones públicas repruebo, que podría haber hecho muchos más amigos y contactos, pero a mí esos ambientes me repugnan. Pese a que las invitaciones llueven, jamás he acudido a la fiesta o convivencia de algún político. Nunca. Que tire la primera piedra el que me haya visto. Son pocos mis momentos de descanso y relajación y esos deseo pasarlos con mi mujer. No me cabe en la cabeza como hay periodistas que son capaces de invertir por gusto sábado y domingo en andar como rémoras tras los funcionarios. No lo entiendo en verdad. Mi vida privada es sagrada y los políticos no son bienvenidos en mi universo.
Escuchando el Killing The Dragon de Mister Ronnie James Dio y esperando que el scanner de frecuencias me revele los nombres secretos del Apocalipsis, hago guardia en la redacción. Todo hace indicar que el México vs Suecia se jugará bajo la lluvia, pues los pronósticos dicen que Tlaloc volverá a hacer de las suyas por estos rumbos.
Una sobredosis de grilla política infesta mi mente. Yo intento conjurarla con buenas lecturas y ahogarlas en una copa de tinto.
Lo peor del caso es que hay gente que cree que a mí me encanta la política y que soy feliz grillando. Ciertamente cuando uno lleva trabajando mucho tiempo en algo, se vuelve inevitablemente canchero y acaba por dominar el tema. A mí nadie me va a contar cómo se las gastan los políticos tijuanenses, pues se su vida, obra, vicios, sueños, odios, rencores, pasiones, fobias. Pero lo se porque de eso se trata mi trabajo, no porque me guste o porque sea feliz con ello. Sería más feliz si el tiempo que le dedico a los políticos lo empleara leyendo un libro de mitología nórdica o de historia medieval, pero bueno, de algo tengo que vivir y sería más triste ser vendedor o promotor de algún producto o empleado de banco. Tengo colegas de otros medios que en verdad parecen disfrutar de la política. Adoran ir a comer con los funcionarios, empedarse en sus carnes asadas, llevarse de cachete y nalgada con ellos, inmiscuirse en su ambiente. Yo no. Se que en relaciones públicas repruebo, que podría haber hecho muchos más amigos y contactos, pero a mí esos ambientes me repugnan. Pese a que las invitaciones llueven, jamás he acudido a la fiesta o convivencia de algún político. Nunca. Que tire la primera piedra el que me haya visto. Son pocos mis momentos de descanso y relajación y esos deseo pasarlos con mi mujer. No me cabe en la cabeza como hay periodistas que son capaces de invertir por gusto sábado y domingo en andar como rémoras tras los funcionarios. No lo entiendo en verdad. Mi vida privada es sagrada y los políticos no son bienvenidos en mi universo.