Esclavos de su nave
El automóvil es el becerro de oro de la clase media mexicana. El vehículo de cuatro ruedas en el que diariamente se trasladan a sus celdas de perpetua esclavitud, ha sido elevado a un altar en el que proyectan todas sus frustraciones, complejos de aristocracia y en el que buscan redimir sus anhelos mutilados.
El clasemierdero promedio concede una importancia desmedida a su carro. El poseer un automóvil marca la frontera entre la pobreza extrema y el buen nivel de vida según su mísera visión.
Es por ello que muchos sureños recién llegados a Tijuana tienen orgasmos cuando se dan cuenta que aquí pueden comprar una chatarra por 500 dólares o hacerse esclavos de un lote como Autos Londres pagándoles altas mensualidades por un carro usado. Pero todo, cualquier cosa, cualquier sacrificio, se justifica con tal de tener carro. El pedazo de lámina con cuatro neumáticos es el símbolo del progreso, del estatus social, de no tener que humillarse y andar a píe, que bajo el concepto de sus mentes de insecto es lo más degradante para el ser humano. La gente escribe a sus respectivos terruños y le presume a sus familiares que acá en Tijuana ya tiene carro (aunque no les presume que gana el salario mínimo en una maquiladora)
Puedo hacer una larga, larguísima lista de gente que tiene unos ingresos de mierda y que sin embargo presume un carrote. Eso sí, no le preguntes dónde vive y qué come, porque posiblemente mienta, pero el orgullo del carrote nadie se lo quita.
La mayoría de la gente piensa primero en el carro como un artículo de primera necesidad y es capaz de gastarse una fortuna en él. Pero eso sí, ahí los tienes rentando casa eternamente o habitando en muladares milimétricos de la Zona Este de la ciudad, bebiendo cerveza mala y sin conocer más mundo que San Ysidro Outlet. Pero eso sí, con su carrote.
Yo jamás he sido un esclavo del automóvil. Siempre me ha gustado mucho caminar. De verdad es una de mis actividades favoritas. Cuando camino suelo tener buenas ideas, meditar mejor las cosas, ver el entorno con otros ojos. De no ser porque el lugar donde vivo en inaccesible en transporte público por estar en medio de una carretera federal, yo podría prescindir del automóvil en mi vida.
Me da risa la gente que piensa que caminar es un calvario para mí. Calvario es encontrar un estacionamiento, calvario es luchar con el tráfico, calvario es vivir con el culo en la mano esperando el día en que te roben tu nave, calvario es pelearte con mecánicos adeptos a las chicanadas, calvario es entregar tu sueldo a Pemex.
Yo no tengo pedo alguno con caminar. Admito que tengo otras manías propias de un burgués, no lo niego. Para mí es de suma importancia vivir en un lugar bonito y ordenado, alejado del bullicio. Tampoco admito los malos vinos y me gusta comer bien, de la misma forma que me gusta viajar. Pero por lo que al carro respecta, nunca he cojeado de esa pata clasemierdera.
El automóvil es el becerro de oro de la clase media mexicana. El vehículo de cuatro ruedas en el que diariamente se trasladan a sus celdas de perpetua esclavitud, ha sido elevado a un altar en el que proyectan todas sus frustraciones, complejos de aristocracia y en el que buscan redimir sus anhelos mutilados.
El clasemierdero promedio concede una importancia desmedida a su carro. El poseer un automóvil marca la frontera entre la pobreza extrema y el buen nivel de vida según su mísera visión.
Es por ello que muchos sureños recién llegados a Tijuana tienen orgasmos cuando se dan cuenta que aquí pueden comprar una chatarra por 500 dólares o hacerse esclavos de un lote como Autos Londres pagándoles altas mensualidades por un carro usado. Pero todo, cualquier cosa, cualquier sacrificio, se justifica con tal de tener carro. El pedazo de lámina con cuatro neumáticos es el símbolo del progreso, del estatus social, de no tener que humillarse y andar a píe, que bajo el concepto de sus mentes de insecto es lo más degradante para el ser humano. La gente escribe a sus respectivos terruños y le presume a sus familiares que acá en Tijuana ya tiene carro (aunque no les presume que gana el salario mínimo en una maquiladora)
Puedo hacer una larga, larguísima lista de gente que tiene unos ingresos de mierda y que sin embargo presume un carrote. Eso sí, no le preguntes dónde vive y qué come, porque posiblemente mienta, pero el orgullo del carrote nadie se lo quita.
La mayoría de la gente piensa primero en el carro como un artículo de primera necesidad y es capaz de gastarse una fortuna en él. Pero eso sí, ahí los tienes rentando casa eternamente o habitando en muladares milimétricos de la Zona Este de la ciudad, bebiendo cerveza mala y sin conocer más mundo que San Ysidro Outlet. Pero eso sí, con su carrote.
Yo jamás he sido un esclavo del automóvil. Siempre me ha gustado mucho caminar. De verdad es una de mis actividades favoritas. Cuando camino suelo tener buenas ideas, meditar mejor las cosas, ver el entorno con otros ojos. De no ser porque el lugar donde vivo en inaccesible en transporte público por estar en medio de una carretera federal, yo podría prescindir del automóvil en mi vida.
Me da risa la gente que piensa que caminar es un calvario para mí. Calvario es encontrar un estacionamiento, calvario es luchar con el tráfico, calvario es vivir con el culo en la mano esperando el día en que te roben tu nave, calvario es pelearte con mecánicos adeptos a las chicanadas, calvario es entregar tu sueldo a Pemex.
Yo no tengo pedo alguno con caminar. Admito que tengo otras manías propias de un burgués, no lo niego. Para mí es de suma importancia vivir en un lugar bonito y ordenado, alejado del bullicio. Tampoco admito los malos vinos y me gusta comer bien, de la misma forma que me gusta viajar. Pero por lo que al carro respecta, nunca he cojeado de esa pata clasemierdera.