Tragedia en las Torres de Tijuana
La máxima de Don Juan Matus revelada a Carlitos en Viaje a Ixtlán, recomienda tener a La Muerte como consejera. Tener a La Muerte como consejera significa estar consciente de que en todos y cada uno de los momentos de nuestra existencia, Ella camina a nuestro lado y en cualquier momento, cuando Ella lo decida, puede tocar nuestro hombro y llamarnos a su lado.
A mis 18-20 años fui un asiduo lector de los libros de Castaneda. Ya no lo soy y creo que luego de los cuatro primeros libros publicados en el FCE, mucha dosis de charlatanería y afanes lucrativos se colaron en la obra castanediana.
Sin embargo, lo relativo a lo revelado por Don Juan en Viaje a Ixtlán (por mucho el mejor libro de Castaneda) en torno a La Muerte, es algo que he guardado como máxima. Todos los días tengo plena conciencia de la omnipresencia de La Muerte y sí, en efecto, la he tomado como consejera.
Cuando a unos pasos de ti ocurren tragedias absolutamente improbables, totalmente absurdas, inimaginables, es cuando tomo una mayor conciencia de que La Muerte no suele avisar.
Los lectores de tijuanenses sin duda ya han escuchado la horrible historia ocurrida el viernes 22 de octubre en las Torres de Tijuana, pero los externos acaso no sepan que dos niños encontraron un espantoso final en uno de los elevadores de los edificios más altos de nuestra ciudad.
La mañana del viernes, yo me encontraba en la primera torre, cubriendo el foro binacinal de energía. El accidente ocurrió en la segunda torre. Mientras yo hablaba con la gente de Chevron Texaco en una de las mesitas del lobby y me fumaba un relajador purito, empecé a ver un movimiento inusual de gente; ambulancias, bomberos, gritería. Lo primero que pensé es que se traba de un incendio y ya me imaginaba a todos los jerarcas de las empresas gaseras evacuados del Grand Hotel. Cuál sería mi sorpresa al saber lo que sucedió: Un niño, una niña y una señora cayeron al vacío, pues en donde se suponía que debía estar un elevador, sólo había un abismo. El elevador llegó algunos segundos tarde y degolló al niño que estaba sujetándose del borde. La niña cayó tres pisos y murió. La madre quedó malherida. Es increíble la cantidad tan enorme de versiones que puedes escuchar cuando acaba de suceder una tragedia. En medio del caos y la histeria la gente te dice cualquier cosa: Hay muchas personas atrapadas en el elevador, una familia completa murió aplastada, entró por el sótano, entró por el lobby. Todo en unos cuantos segundos. Mi celular no tenía crédito, fui corriendo a comprar una tarjeta y en eso vi llegar a mi colega Said Betanzos que como buen policiaco venía a toda velocidad a cubrir la nota. A menudo experimento ese placer tan propio de todo comunicador de estar en la punta del grito en el lugar de los hechos y en el momento preciso. En esta ocasión no fue así. Agradecí a todos los dioses de mi pagano universo que mi colega Betanzos haya llegado. Simplemente no me hubiera gustado nada hacerme cargo de esa nota, hablar con los familiares, conseguir las fotos en vida de los pequeños. Me fui de ahí, a seguir cubriendo el foro binacional. A la hora del la comida clausura, los zares de la energía comían con cierto desgano y acaso repulsa su delicioso platillo de salmón ahumado. En los pasillos de las Torres de Tijuana ya nadie hablaba de crisis energética y de Islas Coronado, sino del un par de niños muertos en un elevador. Soy demasiado frío ante las tragedias, pero cuando los niños sufren no puedo evitar poseerme por la melancolía.
La máxima de Don Juan Matus revelada a Carlitos en Viaje a Ixtlán, recomienda tener a La Muerte como consejera. Tener a La Muerte como consejera significa estar consciente de que en todos y cada uno de los momentos de nuestra existencia, Ella camina a nuestro lado y en cualquier momento, cuando Ella lo decida, puede tocar nuestro hombro y llamarnos a su lado.
A mis 18-20 años fui un asiduo lector de los libros de Castaneda. Ya no lo soy y creo que luego de los cuatro primeros libros publicados en el FCE, mucha dosis de charlatanería y afanes lucrativos se colaron en la obra castanediana.
Sin embargo, lo relativo a lo revelado por Don Juan en Viaje a Ixtlán (por mucho el mejor libro de Castaneda) en torno a La Muerte, es algo que he guardado como máxima. Todos los días tengo plena conciencia de la omnipresencia de La Muerte y sí, en efecto, la he tomado como consejera.
Cuando a unos pasos de ti ocurren tragedias absolutamente improbables, totalmente absurdas, inimaginables, es cuando tomo una mayor conciencia de que La Muerte no suele avisar.
Los lectores de tijuanenses sin duda ya han escuchado la horrible historia ocurrida el viernes 22 de octubre en las Torres de Tijuana, pero los externos acaso no sepan que dos niños encontraron un espantoso final en uno de los elevadores de los edificios más altos de nuestra ciudad.
La mañana del viernes, yo me encontraba en la primera torre, cubriendo el foro binacinal de energía. El accidente ocurrió en la segunda torre. Mientras yo hablaba con la gente de Chevron Texaco en una de las mesitas del lobby y me fumaba un relajador purito, empecé a ver un movimiento inusual de gente; ambulancias, bomberos, gritería. Lo primero que pensé es que se traba de un incendio y ya me imaginaba a todos los jerarcas de las empresas gaseras evacuados del Grand Hotel. Cuál sería mi sorpresa al saber lo que sucedió: Un niño, una niña y una señora cayeron al vacío, pues en donde se suponía que debía estar un elevador, sólo había un abismo. El elevador llegó algunos segundos tarde y degolló al niño que estaba sujetándose del borde. La niña cayó tres pisos y murió. La madre quedó malherida. Es increíble la cantidad tan enorme de versiones que puedes escuchar cuando acaba de suceder una tragedia. En medio del caos y la histeria la gente te dice cualquier cosa: Hay muchas personas atrapadas en el elevador, una familia completa murió aplastada, entró por el sótano, entró por el lobby. Todo en unos cuantos segundos. Mi celular no tenía crédito, fui corriendo a comprar una tarjeta y en eso vi llegar a mi colega Said Betanzos que como buen policiaco venía a toda velocidad a cubrir la nota. A menudo experimento ese placer tan propio de todo comunicador de estar en la punta del grito en el lugar de los hechos y en el momento preciso. En esta ocasión no fue así. Agradecí a todos los dioses de mi pagano universo que mi colega Betanzos haya llegado. Simplemente no me hubiera gustado nada hacerme cargo de esa nota, hablar con los familiares, conseguir las fotos en vida de los pequeños. Me fui de ahí, a seguir cubriendo el foro binacional. A la hora del la comida clausura, los zares de la energía comían con cierto desgano y acaso repulsa su delicioso platillo de salmón ahumado. En los pasillos de las Torres de Tijuana ya nadie hablaba de crisis energética y de Islas Coronado, sino del un par de niños muertos en un elevador. Soy demasiado frío ante las tragedias, pero cuando los niños sufren no puedo evitar poseerme por la melancolía.