No sólo había de lamentar que la profanación hubiera ocurrido justo en su primera noche de guardia frente la Colonia Libertad, sino que para su desgracia, debió soportar un viento terco y picante que comenzó a soplar justo al amanecer haciendo fácil la labor de los fotógrafos que alcanzaron a llegar para captar la escena de la bandera profanada.
De nada sirvió que los dos cadetes del servicio nocturno en la Garita bajaran la bandera apenas unos instantes después de que el primer agente en verla diera un grito. Nueve minutos fueron suficientes para que la prensa tijuanense asegurara, antes de las 6:00 a.m., su foto de primera plana para el día siguiente.
Randolph Losada no necesitaba esperar a la mañana siguiente para leer los encabezados: ?Profanan bandera de Estados Unidos?, ?Burlan grafiteros cerco de la Patrulla Fronteriza?. Tan sólo le restaba desear con todas sus fuerzas que los diarios sandieguinos no magnificaran la fotografía, pues entonces sí sería su perdición. ¿O qué podían decir sus superiores al ver en una fotografía a las barras y las estrellas bajo un vulgar graffitti aún fresco y oloroso?
La primera idea que asaltó a Randolph cuando lo despertaron los gritos del agente del Servicio de Inmigración, es que se había tratado de una mala broma, una novatada de bienvenida al nuevo patrullero del sector. Pero cuando acabó de despejar las lagañas, una reminiscencia de sentido comun aún amodorrada le hizo ver que ni un agente de la Aduana, ni del Servicio de Inmigración y mucho menos del Ejército sería capaz de mancillar los símbolos patrios. Mucho menos en esa semana de mil diablos en la que todo lo que oliera a nacionalismo había sido elevado a objeto de adoración.
Antes de ver ondear la bandera, escuchó a los soldados hablando por radio a la Base Naval. Le bastó escuchar el tono de voz para darse cuenta la gravedad de la situación. Fue entonces cuando la vio, agitada por el viento, luciendo ese enorme graffitti que la cubría en toda su extensión frente a la mirada de los miles de automovilistas que hacían fila frente a la garita.Por un momento se detuvo a pensar en cada una de las historias, burlas y teorías que se fraguaban dentro de cada carro. Una bandera rayada, justo en el puerto de entrada más transitado de la nación más poderosa del Mundo, era, en esos días, algo mucho más grave que la afrenta de un vándalo ocioso.Conocía demasiado bien a sus superiores y es que desde la mañana de ese maldito martes, no había siquiera un chsite que no fuera considerado una ofensiva terrorista y el mal chsite se lo habían hecho justo a él, como si se tratara de comprobar públicamente su ineptitud, precisamente en el día en que debia estar tomando su avión rumbo a Hawai. Entonces extrañó como nunca etsar solo en su camioneta, mirando el amanecer frente al Cañón Los Laureles. Pero estaba ahí, frente a oficiales jovenzuelos y prepotentes que no había visto nunca en su vida, que hablaban a gritos entre ellos sin siquiera voltearlo a ver. Randolph sabía bien que no sería cosa de una amonestación, reporte o suspensión. En cosa de minutos estaría en un cuarto sin ventanas, frente a dos agentes del FBI armados con un arsenal de horas de paciencia para interrogarlo.
A Randolph Losada Trujillo le notificaron su traslado a las colinas aledañas a la Garita de San Ysidro la misma tarde que le dieron la noticia de la indefinida suspensión de sus vacaciones. Su superior no dio lugar a alegatos. Se trataba de una alerta nacional, una cruzada en la que todas las corporaciones debían unirse en una misma fuerza para defender América. ¿Qué acaso no lo entendía? Le recordó que la responsabilidad de la Patrulla Fronteriza era mayúscula. El enemigo siempre proviene del exterior y ahora más que nunca debían permanecer inmaculadas las fronteras de la nación. ¿Cómo puede usted saber por qué rincón entraron a América esos inmundos terroristas? ¿Qué le hace pensar que no fue por estas colinas? A Randolph sólo le quedaron las ganas de escupir al suelo como hacía siempre ante una situación irremediable. No solo debía resignarse a posponer sus vacaciones, sino que además debía renunciar a sus 48 horas de descanso para ir a sustituir a un compañero en la colina frente a la Colonia Libertad, justo a un costado del puerto fronterizo más transitado de la la Tierra.
De nada sirvió que los dos cadetes del servicio nocturno en la Garita bajaran la bandera apenas unos instantes después de que el primer agente en verla diera un grito. Nueve minutos fueron suficientes para que la prensa tijuanense asegurara, antes de las 6:00 a.m., su foto de primera plana para el día siguiente.
Randolph Losada no necesitaba esperar a la mañana siguiente para leer los encabezados: ?Profanan bandera de Estados Unidos?, ?Burlan grafiteros cerco de la Patrulla Fronteriza?. Tan sólo le restaba desear con todas sus fuerzas que los diarios sandieguinos no magnificaran la fotografía, pues entonces sí sería su perdición. ¿O qué podían decir sus superiores al ver en una fotografía a las barras y las estrellas bajo un vulgar graffitti aún fresco y oloroso?
La primera idea que asaltó a Randolph cuando lo despertaron los gritos del agente del Servicio de Inmigración, es que se había tratado de una mala broma, una novatada de bienvenida al nuevo patrullero del sector. Pero cuando acabó de despejar las lagañas, una reminiscencia de sentido comun aún amodorrada le hizo ver que ni un agente de la Aduana, ni del Servicio de Inmigración y mucho menos del Ejército sería capaz de mancillar los símbolos patrios. Mucho menos en esa semana de mil diablos en la que todo lo que oliera a nacionalismo había sido elevado a objeto de adoración.
Antes de ver ondear la bandera, escuchó a los soldados hablando por radio a la Base Naval. Le bastó escuchar el tono de voz para darse cuenta la gravedad de la situación. Fue entonces cuando la vio, agitada por el viento, luciendo ese enorme graffitti que la cubría en toda su extensión frente a la mirada de los miles de automovilistas que hacían fila frente a la garita.Por un momento se detuvo a pensar en cada una de las historias, burlas y teorías que se fraguaban dentro de cada carro. Una bandera rayada, justo en el puerto de entrada más transitado de la nación más poderosa del Mundo, era, en esos días, algo mucho más grave que la afrenta de un vándalo ocioso.Conocía demasiado bien a sus superiores y es que desde la mañana de ese maldito martes, no había siquiera un chsite que no fuera considerado una ofensiva terrorista y el mal chsite se lo habían hecho justo a él, como si se tratara de comprobar públicamente su ineptitud, precisamente en el día en que debia estar tomando su avión rumbo a Hawai. Entonces extrañó como nunca etsar solo en su camioneta, mirando el amanecer frente al Cañón Los Laureles. Pero estaba ahí, frente a oficiales jovenzuelos y prepotentes que no había visto nunca en su vida, que hablaban a gritos entre ellos sin siquiera voltearlo a ver. Randolph sabía bien que no sería cosa de una amonestación, reporte o suspensión. En cosa de minutos estaría en un cuarto sin ventanas, frente a dos agentes del FBI armados con un arsenal de horas de paciencia para interrogarlo.
A Randolph Losada Trujillo le notificaron su traslado a las colinas aledañas a la Garita de San Ysidro la misma tarde que le dieron la noticia de la indefinida suspensión de sus vacaciones. Su superior no dio lugar a alegatos. Se trataba de una alerta nacional, una cruzada en la que todas las corporaciones debían unirse en una misma fuerza para defender América. ¿Qué acaso no lo entendía? Le recordó que la responsabilidad de la Patrulla Fronteriza era mayúscula. El enemigo siempre proviene del exterior y ahora más que nunca debían permanecer inmaculadas las fronteras de la nación. ¿Cómo puede usted saber por qué rincón entraron a América esos inmundos terroristas? ¿Qué le hace pensar que no fue por estas colinas? A Randolph sólo le quedaron las ganas de escupir al suelo como hacía siempre ante una situación irremediable. No solo debía resignarse a posponer sus vacaciones, sino que además debía renunciar a sus 48 horas de descanso para ir a sustituir a un compañero en la colina frente a la Colonia Libertad, justo a un costado del puerto fronterizo más transitado de la la Tierra.