Pasos de Gutenberg
Por Daniel Salinas Basave
Para efectos de no atentar contra la objetividad y las buenas costumbres de toda reseña, debo empezar advirtiendo que desde un tiempo para acá me he vuelto un adicto a los libros de Henning Mankell.
¿Por qué la adicción tan radical al Conan Doyle de Escandinavia? Es una pregunta que todavía me hago, sobre todo al comprobar una vez más que Mankell incurre en excesos que a otros autores tal vez no les perdonaría.
Sus novelas parecen alargarse más de lo necesario, abusan de los detalles, las descripciones situacionales e incursionan en profundidades en apariencia triviales. Pese a ello, admito que no puedo soltar el libro una vez iniciado.
Dicho en otras palabras, estoy demasiado consciente de los defectos de la narrativa de Mankell y sin embargo lo sigo leyendo. Pero eso no es todo: Debo confesar que pese a esas notorias fallas, cada nuevo libro me gusta más. ¿Será que en lugar de defectos son virtudes?
Digno heredero de la más ortodoxa tradición de un Conan Doyle, el nativo de Estocolmo ha creado su Scherlock Holmes vikingo: El detective Kurt Wallander. Pisando los talones es su nueva aventura
Para hacer la reseña de una novela típicamente policíaca, uno debe ser harto cuidadoso, pues no se supone que esté yo aquí para platicarle quién es el cruel asesino que despacha a ocho personas al otro mundo y acaba de golpe con la modorra provinciana de la apacible ciudad de Ystad, situada en la costa Sur de Suecia.
Baste decir que la nueva tarea de Wallander comienza cuando tres jóvenes vestidos con trajes del Siglo XVIII son asesinados en un bosque durante la Noche de San Juan. Por si fuera poco, el escudero del detective estrella, el agente Svedberg, desaparece misteriosamente.
Un criminal que actúa sin móvil aparente anda suelto en las cosa de Ystad y Wallander debe detenerlo a como de lugar.
Un caso en apariencia más complicado que los anteriores, lleno de laberintos oscuros que Kurt Wallander debe enfrentar con la salud destrozada.
Mankell no traiciona su fórmula en un sólo párrafo y se mantiene fiel a su vocación de minucioso relojero que va construyendo su trama sin prisa alguna.
Wallander reflexiona, profundiza, se cuestiona, va de un lado a otro, vuelve al punto de partida, encuentra una pequeña pista, luego otra, una frase al aire, una foto, un recuerdo y su investigación avanza a paso de tortuga mientras el fiscal se desespera y exige resultados inmediatos.
Si usted es seguidor de Agatha Christie o Georges Simenon es posible que se identifique con Mankell, aunque debo advertirle que Wallander resuelve un caso cada 550 páginas, espacio en el que Poirot o Maigret tal vez resuelvan cinco.
Extraño caso el de Mankell; aunque su formación es de dramaturgo infantil y su trabajo de tiempo completo es como director de un teatro en Mozambique, país harto contrastante con su Suecia natal, lo que lo ha lanzado a la fama mundial son sus novelas policíacas y Kurt Wallander es su gallina de los huevos de oro.
Lo paradójico de todo esto, es que según afirmó Mankell (y la verdad me cuesta trabajo creerle) él no pretendió nunca hacer novelas detectivescas, sino exponer con crudeza los móviles criminales del hombre moderno y reflejar la realidad de la Suecia actual, enfrentada a la pérdida de unos valores que el autor, conservador al fin, defiende hasta muerte.
Así las cosas, un accidente convirtió a un dramaturgo infantil, en el narrador policíaco vivo más obsesivamente perfeccionista que ofrece el panorama literario actual. Tan pulcro me parece su perfeccionismo, que hasta le perdono la lentitud.
Pisando los talones
Henning Mankell
TusQuets
Por Daniel Salinas Basave
Para efectos de no atentar contra la objetividad y las buenas costumbres de toda reseña, debo empezar advirtiendo que desde un tiempo para acá me he vuelto un adicto a los libros de Henning Mankell.
¿Por qué la adicción tan radical al Conan Doyle de Escandinavia? Es una pregunta que todavía me hago, sobre todo al comprobar una vez más que Mankell incurre en excesos que a otros autores tal vez no les perdonaría.
Sus novelas parecen alargarse más de lo necesario, abusan de los detalles, las descripciones situacionales e incursionan en profundidades en apariencia triviales. Pese a ello, admito que no puedo soltar el libro una vez iniciado.
Dicho en otras palabras, estoy demasiado consciente de los defectos de la narrativa de Mankell y sin embargo lo sigo leyendo. Pero eso no es todo: Debo confesar que pese a esas notorias fallas, cada nuevo libro me gusta más. ¿Será que en lugar de defectos son virtudes?
Digno heredero de la más ortodoxa tradición de un Conan Doyle, el nativo de Estocolmo ha creado su Scherlock Holmes vikingo: El detective Kurt Wallander. Pisando los talones es su nueva aventura
Para hacer la reseña de una novela típicamente policíaca, uno debe ser harto cuidadoso, pues no se supone que esté yo aquí para platicarle quién es el cruel asesino que despacha a ocho personas al otro mundo y acaba de golpe con la modorra provinciana de la apacible ciudad de Ystad, situada en la costa Sur de Suecia.
Baste decir que la nueva tarea de Wallander comienza cuando tres jóvenes vestidos con trajes del Siglo XVIII son asesinados en un bosque durante la Noche de San Juan. Por si fuera poco, el escudero del detective estrella, el agente Svedberg, desaparece misteriosamente.
Un criminal que actúa sin móvil aparente anda suelto en las cosa de Ystad y Wallander debe detenerlo a como de lugar.
Un caso en apariencia más complicado que los anteriores, lleno de laberintos oscuros que Kurt Wallander debe enfrentar con la salud destrozada.
Mankell no traiciona su fórmula en un sólo párrafo y se mantiene fiel a su vocación de minucioso relojero que va construyendo su trama sin prisa alguna.
Wallander reflexiona, profundiza, se cuestiona, va de un lado a otro, vuelve al punto de partida, encuentra una pequeña pista, luego otra, una frase al aire, una foto, un recuerdo y su investigación avanza a paso de tortuga mientras el fiscal se desespera y exige resultados inmediatos.
Si usted es seguidor de Agatha Christie o Georges Simenon es posible que se identifique con Mankell, aunque debo advertirle que Wallander resuelve un caso cada 550 páginas, espacio en el que Poirot o Maigret tal vez resuelvan cinco.
Extraño caso el de Mankell; aunque su formación es de dramaturgo infantil y su trabajo de tiempo completo es como director de un teatro en Mozambique, país harto contrastante con su Suecia natal, lo que lo ha lanzado a la fama mundial son sus novelas policíacas y Kurt Wallander es su gallina de los huevos de oro.
Lo paradójico de todo esto, es que según afirmó Mankell (y la verdad me cuesta trabajo creerle) él no pretendió nunca hacer novelas detectivescas, sino exponer con crudeza los móviles criminales del hombre moderno y reflejar la realidad de la Suecia actual, enfrentada a la pérdida de unos valores que el autor, conservador al fin, defiende hasta muerte.
Así las cosas, un accidente convirtió a un dramaturgo infantil, en el narrador policíaco vivo más obsesivamente perfeccionista que ofrece el panorama literario actual. Tan pulcro me parece su perfeccionismo, que hasta le perdono la lentitud.
Pisando los talones
Henning Mankell
TusQuets