Eterno Retorno

Monday, September 13, 2004

Niños Héroes

Dentro de los rimbombantes afanes épicos de la Mitología Histórica Oficial, nada como los Niños Héroes. Recién llegado a la primaria has de memorizar sus nombres: Juan de la Barrera, Agustín Melgar, Francisco Márquez, Vicente Suárez, Fernando Montes de Oca y Juan Escutia. De éste último es del que todos se acuerdan. Los demás son condenados al olvido. Recuerdo mi salón de segundo de primaria en el Liceo Anglo Francés de Monterrey. Una enorme estampa pegada al frente en donde se apreciaba la imagen de un estoico, hierático, heroico Juan Escutia cayendo al vacío envuelto en la bandera. El sacrificio de Escutia es el clímax de los afanes de poesía épica que padece nuestro oficialismo. Nada más pintoresco, nada más apoteótico que un adolescente con toda la vida por delante que prefiere inmolarse antes de permitir la humillación del símbolo patrio. El sacrificio de Escutia tiene más de pasaje del Antiguo Testamento o mito homérico que de hecho histórico. La bandera elevada a objeto sacro, inmaculado, divino. Más si osare un extraño enemigo y el soldado que el cielo en cada hijo te dio, (¿lo has pensado Patria querida?) bien puede ser un puberto capaz de hacer pedazos su cuerpo contra la roca volcánica del Castillo de Chapultepec antes de ver los dedos anglosajones posados sobre el Águila y la Serpiente. Así las cosas, nos aprendemos el pasaje de Juan Escutia, muy a fuerzas los nombres de los otros cinco, pero nunca nos dicen que las Barras y las Estrellas ondeaban en Palacio Nacional la noche del 15 de septiembre de 1847. Nadie se toma la molestia de decirnos que en realidad fueron muchos los cadetes y también los civiles que perdieron la vida en las faldas del cerro. Nos hemos olvidado de la heroica defensa del coronel Santiago Felipe Xicotencatl, de la batalla de Molino del Rey, del Batallón de San Patricio, de la defensa de Monterrey a cargo de los civiles. Mucho menos nos cuentan que un joven soldado de 15 años llamado Miguel Miramón también se jugó la vida en Chapultepec en aquella infausta jornada. La Guerra México- Estados Unidos ha sido la más hija de puta de todas las guerras que han devastado a nuestro país. Por ello me parece un tanto injusto reducir tres años de baño de sangre y mutilación territorial, a únicamente memorizar como loro los nombres de seis muchachos de los muchos que cayeron frente a las balas de la tropa de Scott.


Insomnio

No puedo acusar a mi insomnio de informal e irresponsable. Nada más alejado de la realidad. Mi insomnio es un caballero cíclico, metódico, obsesivo de la puntualidad. A mi insomnio lo contrataron para trabajar la noche del domingo al lunes. Él se ha tomado con devoción su labor semanal y cumple con visitarme cada séptima noche. No importa lo que yo haga o intente hacer. Mi insomnio llegará puntual a la cita del domingo. Una que otra vez me da una visita sorpresa entre semana, pero la noche del domingo al lunes es su turno invariable. Antes yo sufría y trataba infructuosamente de conjurarlo. No comer de más, no beber, no atiborrarme de agua, empezar a relajarme desde temprano. Da lo mismo. Mi amigo el insomnio llega en domingo. Vista la situación, he optado por firmar un armisticio. Ya ni siquiera apago la luz ni cierro los ojos, ni cuento ovejitas rosas. Más bien tomo un buen libro y me sumerjo en sus páginas a esperar el alba. Confieso que envidio el buen sueño de Carolina que duerme como angelito a mi lado, mientras yo permanezco desamparado por el sueño. Anoche comencé a leer Ángeles del abismo de Enrique Serna. Estuve leyendo hasta pasadas las 3:30 de la madrugada. Avancé más de la cuarta parte del libro, lo cual no es cualquier cosa tomando en cuenta que es un tamal gordo de casi 600 páginas. Buen libro el de Serna. Las aventuras de Crisanta y Tlacotzin tienen la mejor sazón de la picaresca del Siglo de Oro español. Un poco de Periquillo sarniento y otro tanto de Lazarillo de Tormes. Llevo casi 200 páginas y desde ya puedo afirmar que es un gran libro. Ayer por la mañana terminé, por fín, de leer Pisando los talones de Henning Mankell. Luego entonces hay relevo en mi lectura de buró. Kurt Wallander ha sido remplazado por Crisanta. Al rato va la reseña del deductivo Mankell. Mi lectura de calle (que por lo regular suele ser un libro ligero y fácil de portar como exige el tratado de la Conspiración Shandy de Vila Matas en su Historia Universal de la Literatura Portátil)
también ha mutado. La semana pasada concluí con El cerco de Bogorá de Santiago Gamboa y ahora recién comienzo con El cantor de tango del tucumano Tomás Eloy Martínez. La historia trata sobre un estudiante estadounidense que llega a Buenos Aires en septiembre de 2001 en busca de un mítico tanguero. ¿Y saben donde llega a alojarse el estudiante? En una gran casona ubicada en la calle Garay, entre Defensa y Bolívar. Tiene un sótano con 19 escalones. A ver, conocedores de la literatura argentina, hermanos borgeanos del mundo ¿qué hay en esa casa de la calle Garay? Sí, acertó usted, es la sede del mismísimo Aleph. Según un personaje del libro, actualmente se hacen tours en la casa para bajar al sótano donde Borges encontró el Aleph. Un jovencito que habita la casa, dice que hace muchos años vivió ahí un tal Ale que al parecer era famoso. De ahí el interés de los tours. A Tomás Eloy le sobran detractores. Incluso a mí mismo me resulta a veces un poco mercenario, pero es un escritor con sangre de periodista al que guardo respeto y este cantor de tango suena bien.
Pero Daniel, ¿qué no estabas hablando de tu insomnio? ¿Por qué carajos te pones a escribir sobre los libros que has leído, cosa que a nadie le interesa? Bueno, del señor insomnio nada hay más que agregar. Digamos que a las 4:00 de la mañana traté de hacerme creer que descansaba sólo por cerrar los ojos, pero en cuestión de instantes dieron las 6:00 de la mañana y se encendió el despertador de la tele. El Insomnio volvió a ganarme la pelea por KO.

Taxistas

Es un cliché de los viajeros afirmar que ante una duda sobre la ubicación de una calle o dirección, nada mejor que preguntarle a un taxista. Pues bien, nuestra Tijuana, experta destructora de clichés y lugares comunes, también echó por tierra este machacado concepto. Y es que en Tijuana uno se topa muy a menudo con taxistas recién desempacados de un pueblo serrano, cuyo descubrimiento de la urbe se da en el momento en que toman el volante y se arrojan a desafiar las calles sin nombre y los edificios con triple numeración de nuestra ciudad. Ahora que he vuelto a los taxis me he dado cuenta de cuántos recién llegados hay tras el volante de una guayina. El viernes hice la ruta Rosarito- 5 y 10 con un taxista que tenía apenas dos semanas de haber llegado de un pueblo de Sinaloa. Ingeniero civil titulado y condenado por ley de la probabilidad y estadística neoliberal a engrosar las tropas del desempleo, el señor ingeniero tuvo que abandonar su Sinaloa querido para venir cumplir el sueño tijuanense, en donde hay un empleo para todos. Y sí, Tijuana siempre te reservará un lugar en la maquila o un asiento tras el volante de un taxi. Nuestro ingeniero optó por ser ruletero en lo que la fortuna sonríe, cosa que podrá tardar algunos años, pues Doña Fortuna no es una mujer de sonrisa fácil. Mientras tanto, sólo le resta ir descubriendo la ciudad. Como él hay cientos de taxistas que apenas están descubriendo los secretos de estas caóticas callejuelas y está teniendo su bautizo de fuego con las calafias de la 5 y 10. En taxistas se rompen géneros: Los hay viejos, jóvenes, amables, groseros, campesinos, urbanos, de Sinaloa, de Michoacán, de Nayarit, deportados, emigrados, exiliados, prófugos. Eso sí: No hay taxista sin estéreo. Sería tanto como un fraile sin rosario. La mayoría escuchan música grupera y son felices con los Tucanes de Tijuana. Otros gustan del pestilente pop que les recetan las estaciones cursis. Algunos, los más agresivos y malandretes, te deleitan el viaje con una dosis de repugnante hip- hop. También los hay que llevan música cristiana y alabanzas y para los que cada viaje es una misión evangelizadora. Si te toca ir sentado al lado de un taxista evangélico, tendrás que fletarte una perorata sobre la gracia infinita de nuestro señor Jesucristo, que salvo al chofer en cuestión de una vida de pandillerismo y drogadicción, para encaminarlo al camino de la luz. Esta mañana, el taxi que me trajo de Rosarito a la 5 y 10 era conducido por una mujer. Recordé aquel pasaje de la Virgen de los Sicarios de Vallejo en el que Alexis le mete un tiro en la cabeza a un taxista que no le bajaba al volumen de sus cumbias colombianas.
Los taxis desafían las leyes de masa y espacio. La física y la termodinámica se van al carajo en el asiento de un taxi tijuanense. Todo cabe en una guayina sabiéndolo acomodar. Esa es la máxima de todo taxista convencido de que una gorda de 130 kilos debe ocupar y pagar por el mismo lugar que ocupa un paqueterito adolescente desnutrido cuyas costillas ponen en evidencia sus malpasadas. La posibilidad de toparte con un borracho que se queda dormido en tu hombro siempre es alta. Al menos es más probable a la hipótesis de una chica apetecible.
Los taxis son auténticos microcosmos. Sus tripulaciones son fugaces cofradías capaces de debatir, disertar y arreglar el mundo de un semáforo a otro. Si en la radio suena alguna tribuna en la que un ciudadano se rasga las vestiduras frente a Suárez Soto hablándole de las mil y un desgracias a los que lo ha sometido el mal servicio de la Cespt o se queja de las incontables corruptelas de los soberbios gobernantes panistas, es muy posible que algún pasajero del taxi, las más de las veces una doña de espíritu combativo, extienda la discusión de la tribuna al vehículo. La doña comienza por comentarle al chofer que es cierto, que los panistas son unos ladrones, que sólo gobiernan para los ricos, que ella ya tenía su terrenito y se lo quieren quitar, que a su hijo lo detuvo la Policía sólo por verle cara de cholo y entonces un pasajero de atrás interviene y afirma que con el PRI estábamos mucho peor (¿qué no se acuerda señora?) y va a ver ahora con este desgraciado de Hank lo mal que nos va a ir. Ese señor es de la mafia señora, dicen que él mató al Gato Félix. Y la señora se ofende y se pone su camiseta de la Marea Roja. Fíjese que no, que ese señor Hank es un alma de Dios, a mi me ayudó con la escuela de mi chamaco y dos dio hartos regalos el Día de Reyes, él va a gobernar para los pobres como nosotros. No señora, él es peor que los panistas, acuérdese de lo que le digo, yo leo el Zeta. Pues usted dirá lo que quiera, pero con el Ingeniero Hank ya no va a haber tanto ratero, los va a meter en cintura y ...y en eso uno de los dos, la señora o el muchacho dice aquí bajó frente al Mercado de Todos y el debate político se interrumpe de golpe. Y el taxi sigue su marcha y el mundo sigue girando.


20 de Noviembre

Los camiones y taxis evitan detenerse en la parada del semáforo de la 20 de Noviembre. Lo digo por experiencia, pues ese es el lugar más cercano al periódico para tomar el transporte público y siempre se batalla horrores para lograrlo. La razón del temor de los choferes es sencilla y comprensible. En esa colonia siempre hay decenas de malandros y tecatones recién liberados de la Estancia Municipal de Infractores. Ya sabemos que la Estancia funciona como hotel para un censo más o menos constante de varios cientos de vagos y mal vivientes que son sus huéspedes permanentes. Los liberan en la tarde y los arrojan a la calle luego de su respectiva calentada, siempre sin un centavo en la bolsa. Los heroinómanos, que son mayoría, suelen ir presas de espantosas malillas. Su primer dilema en su primer minuto de recién recuperada libertad, es conseguir lo necesario para treparse a un camión y largarse de nuevo a la Zona Norte o al Canal en busca de una nueva dosis que inyectarse en sus machacadas venas. Si no bajan a un desprevenido caminante o talonean con mirada agresiva, la solución de siempre es subirse al camión sin pagar. Las más de las veces los choferes se resignan a dejar subir a ocho o diez tecatones que no le darán un centavo. Otros más envalentonados e intolerantes los bajan a punta de gritos y fuetazos. Cuando los dejan abordar el camión, invariablemente se van al asiento de hasta atrás y algunas veces se dan a la tarea de talonear a los pasajeros. Para cuando el camión sube al Centro por Calle Tercera, empiezan a sentirse como peces en el agua y bajan presurosos en la primera oportunidad en busca de la dosis salvadora.