Reflexiones en torno a tres plumas chatarra
1- Coelho
Leo lo escrito por filtrocerebral[>] en torno a Paulo Coelho. Para ser honesto, nunca me he tomado el trabajo de leer uno de los libros de este brasileño. Doy por hecho que debe ser peor que tragarse una hamburguesa de McDonalds o beber una coca cola en Disneylandia.
Según entiendo, este hombre mezcla un caldo de parafernalia de new age desechable con recetas baratas de superación personal aderezadas con toquecitos melosos y romanticoides.
A veces mis prejuicios hacia un autor nacen del tipo de gente que me recomienda su lectura. Existen tantas mentes cortas que me han recomendado a Coelho, que eso mismo ha hecho que me niegue a tomar uno solo de sus libros.
Cuando un libro le gusta a mucha gente es casi siempre sinónimo de que yo lo detestaré. Cuando hay más de cinco babosas que se aglomeran en torno a una obra, inmediatamente empiezo a desconfiar de ella.
Sin embargo, el caldito le ha funcionado. Las recetas más simploides dignas de paladares torpes son las que más venden. Ahí está McDonalds. Ahí está Coelho. Algo tendrá el señor, pro yo confieso que aún no lo he leído.
2- Dan Brown
En los últimos meses pude contar fácil más de 30 personas que me recomendaban efusivamente leer El Código Da Vinci. Me dijeron que me encantaría y más de uno me comentó que no entendía como es posible que yo con tal amor por la lectura, no hubiera leído semejante maravilla editorial. Mi foquito rojo se encendió de inmediato. Si este libro le gusta a todo mundo, pensé, debe ser una soberana mierda. Sin embargo, en ese caso particular decidí jugármela y bueno, al menos no vomité, lo cual ya es ganancia. Hace unos meses, mi colega periodista de Ensenada nanilkah, me prestó el libro. Más bien se lo intercambié por La hora sin diosas, de Beatriz Rivas, a mi juicio una reflexión biográfica doñil y fresoide al más puro destilo de Isabel Allende sobre Lou Salomé y Alma Mahler. A cambio, yo obtuve el libro de Dan Brown. Honestamente creo que salí ganando (perdón Nanilkah si me pase de frívolo con Rivas) Mentiría si dijera que me lleve una gratísima sorpresa con Da Vinci, pero también sería injusto si catalogara al libro como un chatarrero best seller desechable. De hecho me atrevo a decir que es casi un buen libro. Digo, es como esas veces que escuchas un disco de Pop tipo Madonna que aunque no deja ni por un segundo de ser un plástico producto comercial elaborado con el único propósito de vender, tiene al menos una buena producción. Vaya, es como una hamburguesa de Carls Junior, que sin dejar de ser comida chatarra, es mucho mejor que McDonalds
El Código es un libro bien hecho, pensado de manera inteligente. Claro, no deja nunca de ser un producto comercialísimo y tener en todo momento esa vibra de película de Hollywood, pero está bien construido y tiene una buena intención. Digamos que el hecho de que coincida ideológicamente con el autor me ayuda muchísimo. Más allá de la calidad editorial del libro, estoy absolutamente de acuerdo con Dan Brown. No me voy a meter en el machacadísimo tema de Jesucristo y Magdalena y la dimensión humana del Mesías, un asunto viejo, trillado a más no poder y que sólo Saramago supo tratarlo con absoluta maestría. Sin embargo, me confieso fascinado con la reflexión de Dan Brown en torno a la cantidad de elementos paganos que infestan el catolicismo. Desde hace mucho me ha quedado muy claro que el católico es un pagano por excelencia, un politeísta obligado a creer en un solo dios. El monoteísmo del católico es tan puro como el español de un chicano de tercera generación. Un católico tiene de convicción monoteísta lo que yo de piel morena. Me gusta la defensa que hace Brown del paganismo y bueno, aquellos que me conocen, deben deducir que me siento más que identificado y halagado con el hecho de que los malos de la película sean los discípulos de Escrivá de Balaguer. Ellos son y han sido siempre los malos de la historia de mi vida. No hay para mí encarnación más pura del mal, la hipocresía y la mentira. Ahora sí que dieron al clavo con el malo. Felicidades Brown. Nomás por eso te perdono lo comercial y hollywoodesco de tu novela.
3- Dehesa
Y bueno, ya que hablamos de plumas lights y desechables, voy a retomar el tema que ya tocó muy oportunamente http://www.angelopolis.blogspot.com/ en torno a Germán Dehesa. Lo haré porque esta mañana precisamente me tocó ir a entrevistarlo allá en el Grand Hotel, donde fue invitado al desayuno de la Coparmex.
Dehesa tiene muy claro cuál es su negocio y sabe muy bien lo que tiene que venderle a los millones de burguesoides que son felices leyéndolo y escuchándolo.
Dehesa vende un producto bastante simple: Un ratito ameno, chistoso, con cierta dosis de picardía light. El producto le ha funcionado muy bien y se vende como pan caliente. A un público como el de Coparmex, sin duda alguna la más reaccionaria de todas las cámaras empresariales del país, le viene como anillo al dedo desayunar con Dehesa.
Un toque chistosón a la política, el futbol, la vida diaria, un comentario por aquí, un chistecillo por allá, se permite una que otra mentada, pronunciar un mexicanísimo pinche, cabrón, chingada, una reflexión culta, una ironía suave, una etimología, una cita literaria y el público en su puño.
Su público, compuesto por solemnes pavos con delirios aristocráticos, ríe a cada momento y celebra las expresiones altisonantes porque a Don Germán se le perdonan.
Terminada la conferencia, Coparmex había agendado una rueda de prensa con Dehesa, pero el señor estaba cansado y decidió largarse a su cuarto y en forma más que déspota nos mandó a tomar por culo cuando lo fuimos a perseguir hasta el elevador.
Ante las protestas de todos los medios, la gente de Coparmex lo convenció de que nos recibiera media hora más tarde en la suite presidencial en el piso 32 del Grand Hotel. Vaya que se atiende mal este señor. Una suite de rockstar la que le dieron, desde donde tienes una preciosa vista panorámica de Tijuana
Sobre la entrevista sólo puedo decir que detrás del Polo Polo intelectual, del payasito agradable alma de la fiesta, nos encontramos un viejito cansado, muy cansado, huraño y desganado.
No me molesta Germán Dehesa, no me cae mal, pero tengo muy claro lo que es y lo que significa. A veces, pocas veces, leo sus columnas y me divierto. Eso sí, jamás perdería el tiempo comprando o leyendo uno de sus libros. Ignoro de qué tratan, pero doy por hecho que no me pierdo de nada y que no me aportarían un carajo. Hay demasiados libros buenos aguardando en mi biblioteca para perder mi tiempo con él.
Por lo demás, entiendo perfectamente las razones del éxito de Dehesa y en cierta forma su columna es la alternativa menos aburrida de las páginas editoriales del periódico.
Basta con mirar nuestro triste panorama. Les propongo una cosa: Abran la sección editorial de su periódico, el periódico que sea (a menos que sea El País), y díganme honestamente si creen que algún editorialista vale la pena. Las páginas editoriales de los diarios son soporíferos cementerios atiborrados de aburridos politólogos reveladores de verdades absolutas, profetas egocentristas y analistas pretenciosos que se creen poseedores de claves secretas. ¿Quién necesita un Sergio Sirviento, un Carlos Ramírez y de más ejemplares de su especie? Yo No. Luego entonces, comprendo perfectamente y hasta celebro que alguien como Dehesa se tome la molestia de contar chistes.
1- Coelho
Leo lo escrito por filtrocerebral[>] en torno a Paulo Coelho. Para ser honesto, nunca me he tomado el trabajo de leer uno de los libros de este brasileño. Doy por hecho que debe ser peor que tragarse una hamburguesa de McDonalds o beber una coca cola en Disneylandia.
Según entiendo, este hombre mezcla un caldo de parafernalia de new age desechable con recetas baratas de superación personal aderezadas con toquecitos melosos y romanticoides.
A veces mis prejuicios hacia un autor nacen del tipo de gente que me recomienda su lectura. Existen tantas mentes cortas que me han recomendado a Coelho, que eso mismo ha hecho que me niegue a tomar uno solo de sus libros.
Cuando un libro le gusta a mucha gente es casi siempre sinónimo de que yo lo detestaré. Cuando hay más de cinco babosas que se aglomeran en torno a una obra, inmediatamente empiezo a desconfiar de ella.
Sin embargo, el caldito le ha funcionado. Las recetas más simploides dignas de paladares torpes son las que más venden. Ahí está McDonalds. Ahí está Coelho. Algo tendrá el señor, pro yo confieso que aún no lo he leído.
2- Dan Brown
En los últimos meses pude contar fácil más de 30 personas que me recomendaban efusivamente leer El Código Da Vinci. Me dijeron que me encantaría y más de uno me comentó que no entendía como es posible que yo con tal amor por la lectura, no hubiera leído semejante maravilla editorial. Mi foquito rojo se encendió de inmediato. Si este libro le gusta a todo mundo, pensé, debe ser una soberana mierda. Sin embargo, en ese caso particular decidí jugármela y bueno, al menos no vomité, lo cual ya es ganancia. Hace unos meses, mi colega periodista de Ensenada nanilkah, me prestó el libro. Más bien se lo intercambié por La hora sin diosas, de Beatriz Rivas, a mi juicio una reflexión biográfica doñil y fresoide al más puro destilo de Isabel Allende sobre Lou Salomé y Alma Mahler. A cambio, yo obtuve el libro de Dan Brown. Honestamente creo que salí ganando (perdón Nanilkah si me pase de frívolo con Rivas) Mentiría si dijera que me lleve una gratísima sorpresa con Da Vinci, pero también sería injusto si catalogara al libro como un chatarrero best seller desechable. De hecho me atrevo a decir que es casi un buen libro. Digo, es como esas veces que escuchas un disco de Pop tipo Madonna que aunque no deja ni por un segundo de ser un plástico producto comercial elaborado con el único propósito de vender, tiene al menos una buena producción. Vaya, es como una hamburguesa de Carls Junior, que sin dejar de ser comida chatarra, es mucho mejor que McDonalds
El Código es un libro bien hecho, pensado de manera inteligente. Claro, no deja nunca de ser un producto comercialísimo y tener en todo momento esa vibra de película de Hollywood, pero está bien construido y tiene una buena intención. Digamos que el hecho de que coincida ideológicamente con el autor me ayuda muchísimo. Más allá de la calidad editorial del libro, estoy absolutamente de acuerdo con Dan Brown. No me voy a meter en el machacadísimo tema de Jesucristo y Magdalena y la dimensión humana del Mesías, un asunto viejo, trillado a más no poder y que sólo Saramago supo tratarlo con absoluta maestría. Sin embargo, me confieso fascinado con la reflexión de Dan Brown en torno a la cantidad de elementos paganos que infestan el catolicismo. Desde hace mucho me ha quedado muy claro que el católico es un pagano por excelencia, un politeísta obligado a creer en un solo dios. El monoteísmo del católico es tan puro como el español de un chicano de tercera generación. Un católico tiene de convicción monoteísta lo que yo de piel morena. Me gusta la defensa que hace Brown del paganismo y bueno, aquellos que me conocen, deben deducir que me siento más que identificado y halagado con el hecho de que los malos de la película sean los discípulos de Escrivá de Balaguer. Ellos son y han sido siempre los malos de la historia de mi vida. No hay para mí encarnación más pura del mal, la hipocresía y la mentira. Ahora sí que dieron al clavo con el malo. Felicidades Brown. Nomás por eso te perdono lo comercial y hollywoodesco de tu novela.
3- Dehesa
Y bueno, ya que hablamos de plumas lights y desechables, voy a retomar el tema que ya tocó muy oportunamente http://www.angelopolis.blogspot.com/ en torno a Germán Dehesa. Lo haré porque esta mañana precisamente me tocó ir a entrevistarlo allá en el Grand Hotel, donde fue invitado al desayuno de la Coparmex.
Dehesa tiene muy claro cuál es su negocio y sabe muy bien lo que tiene que venderle a los millones de burguesoides que son felices leyéndolo y escuchándolo.
Dehesa vende un producto bastante simple: Un ratito ameno, chistoso, con cierta dosis de picardía light. El producto le ha funcionado muy bien y se vende como pan caliente. A un público como el de Coparmex, sin duda alguna la más reaccionaria de todas las cámaras empresariales del país, le viene como anillo al dedo desayunar con Dehesa.
Un toque chistosón a la política, el futbol, la vida diaria, un comentario por aquí, un chistecillo por allá, se permite una que otra mentada, pronunciar un mexicanísimo pinche, cabrón, chingada, una reflexión culta, una ironía suave, una etimología, una cita literaria y el público en su puño.
Su público, compuesto por solemnes pavos con delirios aristocráticos, ríe a cada momento y celebra las expresiones altisonantes porque a Don Germán se le perdonan.
Terminada la conferencia, Coparmex había agendado una rueda de prensa con Dehesa, pero el señor estaba cansado y decidió largarse a su cuarto y en forma más que déspota nos mandó a tomar por culo cuando lo fuimos a perseguir hasta el elevador.
Ante las protestas de todos los medios, la gente de Coparmex lo convenció de que nos recibiera media hora más tarde en la suite presidencial en el piso 32 del Grand Hotel. Vaya que se atiende mal este señor. Una suite de rockstar la que le dieron, desde donde tienes una preciosa vista panorámica de Tijuana
Sobre la entrevista sólo puedo decir que detrás del Polo Polo intelectual, del payasito agradable alma de la fiesta, nos encontramos un viejito cansado, muy cansado, huraño y desganado.
No me molesta Germán Dehesa, no me cae mal, pero tengo muy claro lo que es y lo que significa. A veces, pocas veces, leo sus columnas y me divierto. Eso sí, jamás perdería el tiempo comprando o leyendo uno de sus libros. Ignoro de qué tratan, pero doy por hecho que no me pierdo de nada y que no me aportarían un carajo. Hay demasiados libros buenos aguardando en mi biblioteca para perder mi tiempo con él.
Por lo demás, entiendo perfectamente las razones del éxito de Dehesa y en cierta forma su columna es la alternativa menos aburrida de las páginas editoriales del periódico.
Basta con mirar nuestro triste panorama. Les propongo una cosa: Abran la sección editorial de su periódico, el periódico que sea (a menos que sea El País), y díganme honestamente si creen que algún editorialista vale la pena. Las páginas editoriales de los diarios son soporíferos cementerios atiborrados de aburridos politólogos reveladores de verdades absolutas, profetas egocentristas y analistas pretenciosos que se creen poseedores de claves secretas. ¿Quién necesita un Sergio Sirviento, un Carlos Ramírez y de más ejemplares de su especie? Yo No. Luego entonces, comprendo perfectamente y hasta celebro que alguien como Dehesa se tome la molestia de contar chistes.