Esta mañana olvidé el celular en casa. Por si fuera poco, el sistema en mi trabajo está invadido de virus y gusanos desde hace una semana y mi correo no funciona, lo que significa que no estoy recibiendo mails y los que mando se pierden en el abismo.
Y entonces canto como Led Zeppelin: Comunication Break Down y me siento perdido, mutilado, como una voz que grita en el desierto esperando ser escuchada.
Surge entonces mi yo proletario y me dice: A ver cabrón, espérate tantito; hace unos pocos años, al final del Siglo XX, tú no tenías celular ni internet y vivías feliz de la vida. No te faltaba nada y jamás te sentiste incomunicado. Es más, durante años viviste en un casa ubicada en la calle Vasconcelos 252 en la que no había ni teléfono. Y jamás sufriste. Hoy por un pinche día que te quedas sin celular y sin correo ya estás chillando.
¿Te das cuenta? Pura pinche necesidad creada
Entre que son peras o son manzanas: Si usted me ha mandado un correo y no lo he contestado no es por desidioso o desinteresado. Lo que pasa es que no tengo corro. Y si llamas al celular y te contesta mi voz pedante en la grabadora, no es que lo traiga apagado, es que lo dejé refundido en casa. Por lo pronto, no traer celular ya me causó problemas.
Tijuanenses e Insensata geometría
Amanda y J se refieren en el tag a dos libros. En verdad me da mucho gusto que pongan sobre la mesa dos libros que he leído y sobre los que puedo expresar mi humilde opinión. Bueno, en realidad me gusta mucho que en el tag y en el blog se hable de lecturas, pues en realidad es lo que me produce más placer. Dado que disfruto mucho más hablando de libros que de políticos, aquí expresaré lo que pienso de cada uno de esos textos, contabilizados en el selectivo censo de mi librero.
Tijuanenses de Federico Campbell: Para andar sin rodeos y empezar por el principio, diré que Tijuanenses me quedó a deber. ¿A deber? Ya Daniel, dilo con palabras contundentes, aunque duela. Bueno, la verdad es que Tijuanenses me decepcionó. Tal vez tenía una alta expectativa y el libro simplemente no la satisfizo. Eso es lo que sucede cuando te haces demasiadas ilusiones. Tal vez porque fue la primera novela que leí de Federico Campbell y hoy en día me he dado cuenta que no puede uno esperar demasiado de él en su fase de novelista. Yo leí Tijuanenses en 1998. En aquel entonces yo solía leer con regularidad la columna de Campbell en Milenio, La Hora del Lobo y me parecía buena. Si bien Campbell me resultaba un tanto redundante en ciertos temas (Sicilia, el telégrafo, Sciascia) encontraba en él cierta afinidad por aquel machacado cliché de periodismo y literatura y algunas coincidencias en gustos narrativos como Conrad. La novela de un escritor nacido en Tijuana con el que compartía afinidades literarias se antojaba un platillo más que suculento para empezar a empaparme del espíritu de la ciudad a donde recién había llegado a vivir. Tal vez hice una involuntaria y muy desafortunada comparación con Dublineses de Joyce e inconscientemente esperaba encontrar lo mismo.
Tijuanenses se compone de una novela corta llamada Todo sobre las focas y una serie de relatos autobiográficos de la Tijuana de los años cuarenta que se parecen mucho a la estructura planteada por el narrador en su libro La clave morse. Todo lo de las focas simplemente falla. Me deja el sabor de boca de una novela que quiso y no pudo, un trabajo con el que acaso ni su propio autor se siente satisfecho.
Uno puede en un principio conceder el beneficio de la duda. Bueno, después de todo los grandes narradores no son digeribles a la primera. Ahí está el ejemplo de un Francisco Tario o un Salvador Elizondo. Pero no. Tijuanenses o Todo lo de las focas, mejor dicho, es una novela que fracasa en su intento narrativo. Lo que es difuso, oculto, acaba por dar la impresión de ser más una falla o una carencia de malicia literaria que comprensible y justificable trampa narrativa del autor. Un personaje central difuso, como es la gringa que aborta y una voz narradora que naufraga desde las primeras páginas, no son la mejor combinación. Años después, en 2002, conocí a Federico Campbell. Tomé con él un curso de periodismo narrativo. Es un buen conversador aunque como tallerista es difuso. Pierde el hilo con facilidad. El ser difuso y brincar de un tema a otro se me haría una virtud para efectos de una conversación informal, pero en cuestión de literatura hasta en el más surrealista de los experimentos requiere una dosis de de construcción coherente.
En fin. Respeto a Federico Campbell, creo que es un buen lector y un columnista interesante, pero que como novelista aún no me ha convencido. Transpeninsular, su novela sobre el periodista Fernando Jordán, es un trabajo con mucha más solidez narrativa que Tijuanenses, pero que sigue careciendo de ese punch, de esa gracia o de ese elixir que distingue a los libros inolvidables.
La insensata geometría del amor de Susana Guzner
Voy a confesar sin tapujos las razones que me llevaron a adquirir un libro de entrada tan improbable en mi biblioteca. Para andar sin rodeos, diré que todos los hombres somos débiles ante las imágenes o conceptos lésbicos. No me vengan con puritanismos; lo lésbico (o al menos el concepto ideal artístico que tenemos de lo lésbico) es el non plus ultra del erotismo. El no va más. En la librería El Día de la Calle Sexta, ese mítico changarro donde he comprado (que no robado, pues ahí sí que no robo) grandes obras, encontré el libro de Susana y digamos que creí estar ante una de esas obras eróticas inolvidables. Hacía mucho tiempo (y hace mucho tiempo, pues los días siguen pasando) que no leía una gran novela erótica. Hoy he llegado a la conclusión que las grandes novelas eróticas las disfrutaba más en la adolescencia, cuando mi vibra literaria era tan cachonda como mi piel.
Creí que en Insensata geometría del amor encontraría la orquídea perdida. Y bueno, encontré una flor muy rara, ciertamente un libro extraño aunque he de confesar que no es lo que esperaba. No se si les ha pasado que se sienten intrusos en un libro, como cuando están en una fiesta donde no tienen vela en el entierro y no los invitaron. Bueno, pues así me sentí en Insensata geometría del amor. Un libro sobre mujeres, para mujeres escrito por una mujer en el que no fui bienvenido como lector. Hay un concepto de lo lésbico hecho para excitar la mente de los hombres. Bueno, ese no es el caso de Geometría. Ese es un libro para mujeres y se acabó. Ni los desafortunados libros de las estrellas de la literatura doñil, llámese Isabel Allende y Ángeles Mastretta, tienen una vibra tan de fémina. Y ojo, no estoy diciendo que Susana Guzner sea peor que Allende, Mastretta, Serrano, Esquivel y compañía, lo cual sí que sería un insulto. No. De hecho me parece un a narradora muy cuidadosa, muy introspectiva, tan en extremo detallista, que a veces me siento culpable de horadar con mis ojos morbosos en sus páginas. Tiene esa vibra tan de decoradora de interiores, tan de florista, que a veces hasta termina por asemejarse a los relatos que aparecen en la Cosmopolitan. Tal vez estas comparaciones no son afortunadas y hacen que me explique mal. Insensata geometría del amor es un buen libro, vale la pena leerlo y sin duda muchas mujeres lo disfrutarán. Su autora es una psicóloga argentina (y perdón porque psicóloga y argentina a veces pienso que es pleonasmo) que no sólo desterró lo masculino de su texto, sino que puso un antídoto contra hombres en sus páginas. Tiene la rara habilidad de navegar con pasaporte de extremadamente frívola y ornamental, aunque no hace falta ser muy analítico para descubrir una autora obsesiva y meticulosa. Y sí, también muy erótica. Dos chicas guapas, muy elegantes, muy femeninas, enigmáticas, cultas e inteligentes se conocen en el aeropuerto de Roma como consecuencia de la demora de un vuelo. Se conocen y claro, se enamoran. Pero uno debe sortear páginas saturadas de detalles, detalles y más detalles como sólo los encuentra una mujer a la hora de decorar con flores una estancia y el lector debe sortear miles de plantas de ornato antes de tener a Eva por fin desnuda y hasta su desnudez acaba por ser etérea, de porcelana. Sin embargo, nomás de acordarme de él, ya me dieron ganas de releerlo, prueba de que es un buen libro aunque al leerlo me sienta tan inn, tan adaptado y en mi ambiente como se sentiría el Piporro si bailara taconazo con Safo en las playas de la isla de Lesbos.
Y entonces canto como Led Zeppelin: Comunication Break Down y me siento perdido, mutilado, como una voz que grita en el desierto esperando ser escuchada.
Surge entonces mi yo proletario y me dice: A ver cabrón, espérate tantito; hace unos pocos años, al final del Siglo XX, tú no tenías celular ni internet y vivías feliz de la vida. No te faltaba nada y jamás te sentiste incomunicado. Es más, durante años viviste en un casa ubicada en la calle Vasconcelos 252 en la que no había ni teléfono. Y jamás sufriste. Hoy por un pinche día que te quedas sin celular y sin correo ya estás chillando.
¿Te das cuenta? Pura pinche necesidad creada
Entre que son peras o son manzanas: Si usted me ha mandado un correo y no lo he contestado no es por desidioso o desinteresado. Lo que pasa es que no tengo corro. Y si llamas al celular y te contesta mi voz pedante en la grabadora, no es que lo traiga apagado, es que lo dejé refundido en casa. Por lo pronto, no traer celular ya me causó problemas.
Tijuanenses e Insensata geometría
Amanda y J se refieren en el tag a dos libros. En verdad me da mucho gusto que pongan sobre la mesa dos libros que he leído y sobre los que puedo expresar mi humilde opinión. Bueno, en realidad me gusta mucho que en el tag y en el blog se hable de lecturas, pues en realidad es lo que me produce más placer. Dado que disfruto mucho más hablando de libros que de políticos, aquí expresaré lo que pienso de cada uno de esos textos, contabilizados en el selectivo censo de mi librero.
Tijuanenses de Federico Campbell: Para andar sin rodeos y empezar por el principio, diré que Tijuanenses me quedó a deber. ¿A deber? Ya Daniel, dilo con palabras contundentes, aunque duela. Bueno, la verdad es que Tijuanenses me decepcionó. Tal vez tenía una alta expectativa y el libro simplemente no la satisfizo. Eso es lo que sucede cuando te haces demasiadas ilusiones. Tal vez porque fue la primera novela que leí de Federico Campbell y hoy en día me he dado cuenta que no puede uno esperar demasiado de él en su fase de novelista. Yo leí Tijuanenses en 1998. En aquel entonces yo solía leer con regularidad la columna de Campbell en Milenio, La Hora del Lobo y me parecía buena. Si bien Campbell me resultaba un tanto redundante en ciertos temas (Sicilia, el telégrafo, Sciascia) encontraba en él cierta afinidad por aquel machacado cliché de periodismo y literatura y algunas coincidencias en gustos narrativos como Conrad. La novela de un escritor nacido en Tijuana con el que compartía afinidades literarias se antojaba un platillo más que suculento para empezar a empaparme del espíritu de la ciudad a donde recién había llegado a vivir. Tal vez hice una involuntaria y muy desafortunada comparación con Dublineses de Joyce e inconscientemente esperaba encontrar lo mismo.
Tijuanenses se compone de una novela corta llamada Todo sobre las focas y una serie de relatos autobiográficos de la Tijuana de los años cuarenta que se parecen mucho a la estructura planteada por el narrador en su libro La clave morse. Todo lo de las focas simplemente falla. Me deja el sabor de boca de una novela que quiso y no pudo, un trabajo con el que acaso ni su propio autor se siente satisfecho.
Uno puede en un principio conceder el beneficio de la duda. Bueno, después de todo los grandes narradores no son digeribles a la primera. Ahí está el ejemplo de un Francisco Tario o un Salvador Elizondo. Pero no. Tijuanenses o Todo lo de las focas, mejor dicho, es una novela que fracasa en su intento narrativo. Lo que es difuso, oculto, acaba por dar la impresión de ser más una falla o una carencia de malicia literaria que comprensible y justificable trampa narrativa del autor. Un personaje central difuso, como es la gringa que aborta y una voz narradora que naufraga desde las primeras páginas, no son la mejor combinación. Años después, en 2002, conocí a Federico Campbell. Tomé con él un curso de periodismo narrativo. Es un buen conversador aunque como tallerista es difuso. Pierde el hilo con facilidad. El ser difuso y brincar de un tema a otro se me haría una virtud para efectos de una conversación informal, pero en cuestión de literatura hasta en el más surrealista de los experimentos requiere una dosis de de construcción coherente.
En fin. Respeto a Federico Campbell, creo que es un buen lector y un columnista interesante, pero que como novelista aún no me ha convencido. Transpeninsular, su novela sobre el periodista Fernando Jordán, es un trabajo con mucha más solidez narrativa que Tijuanenses, pero que sigue careciendo de ese punch, de esa gracia o de ese elixir que distingue a los libros inolvidables.
La insensata geometría del amor de Susana Guzner
Voy a confesar sin tapujos las razones que me llevaron a adquirir un libro de entrada tan improbable en mi biblioteca. Para andar sin rodeos, diré que todos los hombres somos débiles ante las imágenes o conceptos lésbicos. No me vengan con puritanismos; lo lésbico (o al menos el concepto ideal artístico que tenemos de lo lésbico) es el non plus ultra del erotismo. El no va más. En la librería El Día de la Calle Sexta, ese mítico changarro donde he comprado (que no robado, pues ahí sí que no robo) grandes obras, encontré el libro de Susana y digamos que creí estar ante una de esas obras eróticas inolvidables. Hacía mucho tiempo (y hace mucho tiempo, pues los días siguen pasando) que no leía una gran novela erótica. Hoy he llegado a la conclusión que las grandes novelas eróticas las disfrutaba más en la adolescencia, cuando mi vibra literaria era tan cachonda como mi piel.
Creí que en Insensata geometría del amor encontraría la orquídea perdida. Y bueno, encontré una flor muy rara, ciertamente un libro extraño aunque he de confesar que no es lo que esperaba. No se si les ha pasado que se sienten intrusos en un libro, como cuando están en una fiesta donde no tienen vela en el entierro y no los invitaron. Bueno, pues así me sentí en Insensata geometría del amor. Un libro sobre mujeres, para mujeres escrito por una mujer en el que no fui bienvenido como lector. Hay un concepto de lo lésbico hecho para excitar la mente de los hombres. Bueno, ese no es el caso de Geometría. Ese es un libro para mujeres y se acabó. Ni los desafortunados libros de las estrellas de la literatura doñil, llámese Isabel Allende y Ángeles Mastretta, tienen una vibra tan de fémina. Y ojo, no estoy diciendo que Susana Guzner sea peor que Allende, Mastretta, Serrano, Esquivel y compañía, lo cual sí que sería un insulto. No. De hecho me parece un a narradora muy cuidadosa, muy introspectiva, tan en extremo detallista, que a veces me siento culpable de horadar con mis ojos morbosos en sus páginas. Tiene esa vibra tan de decoradora de interiores, tan de florista, que a veces hasta termina por asemejarse a los relatos que aparecen en la Cosmopolitan. Tal vez estas comparaciones no son afortunadas y hacen que me explique mal. Insensata geometría del amor es un buen libro, vale la pena leerlo y sin duda muchas mujeres lo disfrutarán. Su autora es una psicóloga argentina (y perdón porque psicóloga y argentina a veces pienso que es pleonasmo) que no sólo desterró lo masculino de su texto, sino que puso un antídoto contra hombres en sus páginas. Tiene la rara habilidad de navegar con pasaporte de extremadamente frívola y ornamental, aunque no hace falta ser muy analítico para descubrir una autora obsesiva y meticulosa. Y sí, también muy erótica. Dos chicas guapas, muy elegantes, muy femeninas, enigmáticas, cultas e inteligentes se conocen en el aeropuerto de Roma como consecuencia de la demora de un vuelo. Se conocen y claro, se enamoran. Pero uno debe sortear páginas saturadas de detalles, detalles y más detalles como sólo los encuentra una mujer a la hora de decorar con flores una estancia y el lector debe sortear miles de plantas de ornato antes de tener a Eva por fin desnuda y hasta su desnudez acaba por ser etérea, de porcelana. Sin embargo, nomás de acordarme de él, ya me dieron ganas de releerlo, prueba de que es un buen libro aunque al leerlo me sienta tan inn, tan adaptado y en mi ambiente como se sentiría el Piporro si bailara taconazo con Safo en las playas de la isla de Lesbos.