Génesis Tigre
Fue hace casi 20 años, un sábado de agosto, en una tarde caliente típicamente regiomontana, cuando acudí por primera vez en mi vida al Estadio Universitario de San Nicolás de los Garza a ver jugar a mis Tigres.
Honor a quien honor merece: El padrino de mi afición Tigre es José Manuel Basave, quien también es mi padrino de confirmación. En un tópico he sido buen ahijado. En otro no. La fe católica la abandoné en la adolescencia, cuando deserté como soldado de Cristo y dejé de creer en seres superiores. La fe Tigre no la abandoné ni la abandonaré nunca. Luego entonces este padrinazgo felino es eterno. Soy un ser cambiante, de convicciones flexibles. De la niñez a la adolescencia se modificaron mis convicciones religiosas. También las políticas (hoy me da una espantosa vergüenza admitir esta ridícula aberración, pero tengo que confesar con toda la pena del mundo que yo de niño era panista. Imagínense. Todo mundo tiene derecho a cometer un error en esta vida) Pero existe una convicción, una fe que jamás se ha modificado ni ha decaído en su intensidad. La fe Tigre. He vivido y soportado de todo, pero ni siquiera el descenso a la Primera A en 1996 hizo decaer la llama felina. Al contrario, la fortaleció.
Aquella tarde de agosto, Tigres se enfrentaba al Tampico Madero. Era el duelo de los Carlos: Miloc contra Reynoso. Un duelo emocionante. El Tampico era un equipo ofensivo y leñero cuyos defensas, al más puro estilo de Reynoso, no se tocaban el corazón para romper una pierna. El estadio Universitario a reventar. Aquella tarde, mi padrino me regaló una camiseta de los Tigres, de aquellas que tenían la franja azul en el pecho con la leyenda TIGRES en amarillo y el signo de la U del lado del corazón. La camisa de las grandes glorias felinas de Boy, Barbadillo, Mantegaza, Mateo Bravo y Batocletti. En el palco estábamos mi padrino, mi primo Héctor Diego y yo. Las emociones comenzaron pronto, muy pronto, al minuto cuatro, cuando Edmur Lucas fue derribado en el área. Penalty incuestionable.
Manos a la cintura, unos cuantos pasos frente a la pelota, el número 8 en la espalda enmarcando la frontera del área grande y la emoción contenida. Fuerte, raso, colocado. Gol. 1-0 Tomas Boy, el jugador emblema de los Tigres, el capitán de la Selección Mexicana en México 86, el mejor medio armador de la historia del futbol mexicano, anotó el primer gol de los Tigres que mis ojos contemplaron en vivo y a todo color en el coloso nicolaita.
Pero la Jaiba Brava herida era un peligro. Como buen equipo de Reynoso se volcó con todo hacia adelante y en un tiro de esquina cobrado por Eduardo Moses, Sergio Lira clavó de cabezazo el gol del empate. 1-1
Pero el gusto le duraría poco a la Jaiba tampiqueña. Viene un desborde de Lucas, centro al área, balón insurrecto, prófugo rebotando en los cuerpos de varios defensas hasta que apareció la pierna correosa de José de Jesús el Güero Aceves, camisa número 18, balazo quemante a las redes que dejó congelado a Hugo Pineda. GOL
2-1 Tigres.
El segundo tiempo fue un ritual de las recetas favoritas de los dos Carlos. Reynoso ordenó atacar hasta con el portero. Miloc, canchero y viejo zorro cuando de defender se trataba, enfriando al rival, quemando tiempo, contragolpeando oportunamente. Carlos Muñoz haciendo de las suyas en la media, con sus fouls duros pero discretos. Sergio Orduña con sus barridas. Gómez Junco siempre elegante en su toque preciso, Boy comandando la orquesta.
Por aquella época, a mi padrino le daba por salirse del estadio cinco minutos antes del silbatazo final para evitar el caos del estacionamiento. Para mí fue una tortura salir del estadio con la angustia en el corazón. Tampico volcado sobre nuestra portería estrelló un balón en el poste, pero de eso nos enteramos escuchando el radio en el carro ya por la Avenida Barragán, mordiendo las uñas, golpeando los cristales. Ahí fue cuando escuché por primera vez aquella frase de el último minuto también tiene 60 segundos y se me quedó grabada para siempre. Pero los sesenta segundos se consumieron y Tigres conservó la ventaja. 2-1 marcador final.
Y esa fue la historia del primer partido de los Tigres al que acudí en mi vida.
He perdido la cuenta de a cuántos partidos de Tigres he asistido. Varios centenares sin duda. De liga, amistosos, de liguilla, internacionales, entrenamientos, una final de Copa, de local, de visitante, con calor, con frío, con lluvia, de noche, de día, en Sol, en sombra, en palco, en palco de prensa, en la cancha misma, solo, acompañado y siempre con la misma emoción. El último juego de Tigres que acudí a ver en mi vida fue en la primavera de 1999, días antes de autoexiliarme a Tijuana. Fue un Tigres vs Celaya. Ganamos 1-0 con Gol de Luis Hernández. Acudí al estadio con Carolina y mi primo Héctor. Desde entonces la lejanía de mi patria y religión futbolera ha enmarcado la melancolía que me produce el exilio en una tierra de gente que no sabe apreciar el Juego del Hombre.
Mañana Tigres abre en casa una temporada más. Y lo hace nada menos y nada más que contra los rayaditos. No me gusta que el Clásico sea tan pronto, apenas en la Jornada 2, pero igual hay que ganarlo. Después de todo, el primer juego de los Tigres en la Primera División fue El 13 de julio de 1974, Jornada 1 del torneo, contra los rayaditos. Juanito Ugalde se encargó de abrir el marcador de ese histórico juego, primer Clásico primer juego de Tigres en Primera División. Eso lo se por literatura, pues el día que se jugó el primer Clásico yo contaba con dos meses y 22 días de nacido.
La primera vez que acudí a un Clásico fue 12 años después. 1-1 quedó el marcador. Goles de Aceves y el Abuelo Cruz. Mañana se juega el Clásico número 75 y desde esta lejana Tijuana estaré con mi camiseta Tigre puesta. De hecho dormiré con la camiseta puesta esta noche pues esa es mi cábala para la victoria. Este es el verdadero Clásico señores. A mi me vale un carajo el chivas américa o el pumas américa y de más chilangadas. Los chilangos y tapatíos jamás sabrán lo que es un verdadero Clásico. Todas las victorias Tigres se disfrutan, pero las victorias contra la mierda rayada son más ricas que una cerveza helada a las 12:00 del medio día. Espero saborear una mañana. ARRIBA LOS TIGRES.
Fue hace casi 20 años, un sábado de agosto, en una tarde caliente típicamente regiomontana, cuando acudí por primera vez en mi vida al Estadio Universitario de San Nicolás de los Garza a ver jugar a mis Tigres.
Honor a quien honor merece: El padrino de mi afición Tigre es José Manuel Basave, quien también es mi padrino de confirmación. En un tópico he sido buen ahijado. En otro no. La fe católica la abandoné en la adolescencia, cuando deserté como soldado de Cristo y dejé de creer en seres superiores. La fe Tigre no la abandoné ni la abandonaré nunca. Luego entonces este padrinazgo felino es eterno. Soy un ser cambiante, de convicciones flexibles. De la niñez a la adolescencia se modificaron mis convicciones religiosas. También las políticas (hoy me da una espantosa vergüenza admitir esta ridícula aberración, pero tengo que confesar con toda la pena del mundo que yo de niño era panista. Imagínense. Todo mundo tiene derecho a cometer un error en esta vida) Pero existe una convicción, una fe que jamás se ha modificado ni ha decaído en su intensidad. La fe Tigre. He vivido y soportado de todo, pero ni siquiera el descenso a la Primera A en 1996 hizo decaer la llama felina. Al contrario, la fortaleció.
Aquella tarde de agosto, Tigres se enfrentaba al Tampico Madero. Era el duelo de los Carlos: Miloc contra Reynoso. Un duelo emocionante. El Tampico era un equipo ofensivo y leñero cuyos defensas, al más puro estilo de Reynoso, no se tocaban el corazón para romper una pierna. El estadio Universitario a reventar. Aquella tarde, mi padrino me regaló una camiseta de los Tigres, de aquellas que tenían la franja azul en el pecho con la leyenda TIGRES en amarillo y el signo de la U del lado del corazón. La camisa de las grandes glorias felinas de Boy, Barbadillo, Mantegaza, Mateo Bravo y Batocletti. En el palco estábamos mi padrino, mi primo Héctor Diego y yo. Las emociones comenzaron pronto, muy pronto, al minuto cuatro, cuando Edmur Lucas fue derribado en el área. Penalty incuestionable.
Manos a la cintura, unos cuantos pasos frente a la pelota, el número 8 en la espalda enmarcando la frontera del área grande y la emoción contenida. Fuerte, raso, colocado. Gol. 1-0 Tomas Boy, el jugador emblema de los Tigres, el capitán de la Selección Mexicana en México 86, el mejor medio armador de la historia del futbol mexicano, anotó el primer gol de los Tigres que mis ojos contemplaron en vivo y a todo color en el coloso nicolaita.
Pero la Jaiba Brava herida era un peligro. Como buen equipo de Reynoso se volcó con todo hacia adelante y en un tiro de esquina cobrado por Eduardo Moses, Sergio Lira clavó de cabezazo el gol del empate. 1-1
Pero el gusto le duraría poco a la Jaiba tampiqueña. Viene un desborde de Lucas, centro al área, balón insurrecto, prófugo rebotando en los cuerpos de varios defensas hasta que apareció la pierna correosa de José de Jesús el Güero Aceves, camisa número 18, balazo quemante a las redes que dejó congelado a Hugo Pineda. GOL
2-1 Tigres.
El segundo tiempo fue un ritual de las recetas favoritas de los dos Carlos. Reynoso ordenó atacar hasta con el portero. Miloc, canchero y viejo zorro cuando de defender se trataba, enfriando al rival, quemando tiempo, contragolpeando oportunamente. Carlos Muñoz haciendo de las suyas en la media, con sus fouls duros pero discretos. Sergio Orduña con sus barridas. Gómez Junco siempre elegante en su toque preciso, Boy comandando la orquesta.
Por aquella época, a mi padrino le daba por salirse del estadio cinco minutos antes del silbatazo final para evitar el caos del estacionamiento. Para mí fue una tortura salir del estadio con la angustia en el corazón. Tampico volcado sobre nuestra portería estrelló un balón en el poste, pero de eso nos enteramos escuchando el radio en el carro ya por la Avenida Barragán, mordiendo las uñas, golpeando los cristales. Ahí fue cuando escuché por primera vez aquella frase de el último minuto también tiene 60 segundos y se me quedó grabada para siempre. Pero los sesenta segundos se consumieron y Tigres conservó la ventaja. 2-1 marcador final.
Y esa fue la historia del primer partido de los Tigres al que acudí en mi vida.
He perdido la cuenta de a cuántos partidos de Tigres he asistido. Varios centenares sin duda. De liga, amistosos, de liguilla, internacionales, entrenamientos, una final de Copa, de local, de visitante, con calor, con frío, con lluvia, de noche, de día, en Sol, en sombra, en palco, en palco de prensa, en la cancha misma, solo, acompañado y siempre con la misma emoción. El último juego de Tigres que acudí a ver en mi vida fue en la primavera de 1999, días antes de autoexiliarme a Tijuana. Fue un Tigres vs Celaya. Ganamos 1-0 con Gol de Luis Hernández. Acudí al estadio con Carolina y mi primo Héctor. Desde entonces la lejanía de mi patria y religión futbolera ha enmarcado la melancolía que me produce el exilio en una tierra de gente que no sabe apreciar el Juego del Hombre.
Mañana Tigres abre en casa una temporada más. Y lo hace nada menos y nada más que contra los rayaditos. No me gusta que el Clásico sea tan pronto, apenas en la Jornada 2, pero igual hay que ganarlo. Después de todo, el primer juego de los Tigres en la Primera División fue El 13 de julio de 1974, Jornada 1 del torneo, contra los rayaditos. Juanito Ugalde se encargó de abrir el marcador de ese histórico juego, primer Clásico primer juego de Tigres en Primera División. Eso lo se por literatura, pues el día que se jugó el primer Clásico yo contaba con dos meses y 22 días de nacido.
La primera vez que acudí a un Clásico fue 12 años después. 1-1 quedó el marcador. Goles de Aceves y el Abuelo Cruz. Mañana se juega el Clásico número 75 y desde esta lejana Tijuana estaré con mi camiseta Tigre puesta. De hecho dormiré con la camiseta puesta esta noche pues esa es mi cábala para la victoria. Este es el verdadero Clásico señores. A mi me vale un carajo el chivas américa o el pumas américa y de más chilangadas. Los chilangos y tapatíos jamás sabrán lo que es un verdadero Clásico. Todas las victorias Tigres se disfrutan, pero las victorias contra la mierda rayada son más ricas que una cerveza helada a las 12:00 del medio día. Espero saborear una mañana. ARRIBA LOS TIGRES.