Tijuana le ha dado la espalda al mar. Crece, se multiplica y sobrevive aferrada a cerros imposibles, taludes suicidas y laderas espectrales que amenazan con deshacerse en la primera gran lluvia.
En el Tijuana profundo el mar no es ni siquiera un presentimiento o un rumor. Simplemente no existe. Pareciera como si a cientos de kilómetros de distancia no fuera posible encontrar litoral alguno. Nadie que camine por el crucero de la Cinco y Diez o por la Ruta Mariano Matamoros recuerda que a unos cuantos kilómetros se puede contemplar la inmensidad del Océano Pacífico, el más grande de la Tierra.
El mar se esconde, es disimulado, silencioso, sin música ni perfume, como un fantasma en permanente y callado acecho.
A veces, los únicos heraldos de su presencia son las espontáneas parvadas de gaviotas que vuelan sobre el pavimento del Río Tijuana en busca de algún vestigio de vida marina.
En Tijuana habitan muchas personas que llegan a pasar meses o años sin ver nunca el mar y cuando lo contemplan, lo hacen porque viajaron muy lejos, a Cancún, a Mazatlán, a Acapulco o a algún lugar diseñado a priori para pensar en él.
También he conocido una buena cantidad de personas de otras entidades de la República quienes ignoran que Tijuana tiene un litoral de casi 16 kilómetros.
Pienso en los miles y miles de migrantes para quienes su experiencia tijuanense fue llegar a la Central de Autobuses, contactar con el ?pollero?, esperar la partida ocultos en alguna casa de la Zona Norte, hasta que llega el momento de cruzar por el desierto o las montañas.
A veces pienso que esta absoluta indiferencia estriba en la naturaleza casi inolora de nuestro mar. Los mares olorosos, que impregnan de su brisa cuanto objeto material encuentren en la tierra firme, son omnipresentes. Uno no puede olvidarse de ellos en ningún rincón y a ninguna hora del día. Vaya, uno no se olvida tan fácil del mar en el centro de Tampico o de Veracruz. Aún así, el mar tijuanense me parece más seductor. Como esas mujeres discretas, cuya belleza parece aferrarse al disimulo.
Otras veces creo que todo el problema está en la temperatura casi siempre helada de sus aguas, no muy aptas para los bañistas.
No faltan los que se han encargado de difundir la leyenda de que las aguas del Pacífico tijuanense están contaminadas y que bañarse en ellas derivará en una lepra incurable.
Si le hemos dado la espalda al mar, a sus islas les hemos negado siquiera una mirada. De pronto, olvidamos que a 14 kilómetros de la playa existen dos islas y dos islotes.
Un día me día, me di a la tarea de tratar de rastrear en la hemeroteca cuantas cosas habían publicado los periódicos locales sobre las Islas Coronado. Me sorprendió que en 10 años no aparece ninguna nota referente a dicho archipiélago y sin duda seguirían sin aparecer de no ser porque una compañía estadounidense se interesó en instalar ahí una planta tratadora de gas y entonces sí, la prensa se acordó que existían las Coronado.
Pero seamos realistas: ¿Cuántos habitantes de Tijuana tienen presente la existencia de las Islas Coronado? No muchos, pero si de verdad quieren sacar un porcentaje mínimo, ínfimo, entonces habrá que preguntarse lo siguiente ¿Cuántas personas han ido alguna vez a las Islas Coronado?
En el Tijuana profundo el mar no es ni siquiera un presentimiento o un rumor. Simplemente no existe. Pareciera como si a cientos de kilómetros de distancia no fuera posible encontrar litoral alguno. Nadie que camine por el crucero de la Cinco y Diez o por la Ruta Mariano Matamoros recuerda que a unos cuantos kilómetros se puede contemplar la inmensidad del Océano Pacífico, el más grande de la Tierra.
El mar se esconde, es disimulado, silencioso, sin música ni perfume, como un fantasma en permanente y callado acecho.
A veces, los únicos heraldos de su presencia son las espontáneas parvadas de gaviotas que vuelan sobre el pavimento del Río Tijuana en busca de algún vestigio de vida marina.
En Tijuana habitan muchas personas que llegan a pasar meses o años sin ver nunca el mar y cuando lo contemplan, lo hacen porque viajaron muy lejos, a Cancún, a Mazatlán, a Acapulco o a algún lugar diseñado a priori para pensar en él.
También he conocido una buena cantidad de personas de otras entidades de la República quienes ignoran que Tijuana tiene un litoral de casi 16 kilómetros.
Pienso en los miles y miles de migrantes para quienes su experiencia tijuanense fue llegar a la Central de Autobuses, contactar con el ?pollero?, esperar la partida ocultos en alguna casa de la Zona Norte, hasta que llega el momento de cruzar por el desierto o las montañas.
A veces pienso que esta absoluta indiferencia estriba en la naturaleza casi inolora de nuestro mar. Los mares olorosos, que impregnan de su brisa cuanto objeto material encuentren en la tierra firme, son omnipresentes. Uno no puede olvidarse de ellos en ningún rincón y a ninguna hora del día. Vaya, uno no se olvida tan fácil del mar en el centro de Tampico o de Veracruz. Aún así, el mar tijuanense me parece más seductor. Como esas mujeres discretas, cuya belleza parece aferrarse al disimulo.
Otras veces creo que todo el problema está en la temperatura casi siempre helada de sus aguas, no muy aptas para los bañistas.
No faltan los que se han encargado de difundir la leyenda de que las aguas del Pacífico tijuanense están contaminadas y que bañarse en ellas derivará en una lepra incurable.
Si le hemos dado la espalda al mar, a sus islas les hemos negado siquiera una mirada. De pronto, olvidamos que a 14 kilómetros de la playa existen dos islas y dos islotes.
Un día me día, me di a la tarea de tratar de rastrear en la hemeroteca cuantas cosas habían publicado los periódicos locales sobre las Islas Coronado. Me sorprendió que en 10 años no aparece ninguna nota referente a dicho archipiélago y sin duda seguirían sin aparecer de no ser porque una compañía estadounidense se interesó en instalar ahí una planta tratadora de gas y entonces sí, la prensa se acordó que existían las Coronado.
Pero seamos realistas: ¿Cuántos habitantes de Tijuana tienen presente la existencia de las Islas Coronado? No muchos, pero si de verdad quieren sacar un porcentaje mínimo, ínfimo, entonces habrá que preguntarse lo siguiente ¿Cuántas personas han ido alguna vez a las Islas Coronado?