Leo con interés lo que escribe Julio Sueco en torno a la importancia que dan los funcionarios mexicanos a lo escrito en la prensa extranjera, concretamente la prensa gabacha.
Cualquier exageración en ese sentido se queda corta. Como periodista de una ciudad fronteriza lo he vivido mil veces. Un periodista extranjero siempre tendrá puertas abiertas con cualquier funcionario mexicano y se puede dar el lujo de alterarle agendas y planes. Algunas veces, sobre todo en giras de funcionarios federales, llego hablando en inglés y los achichincles del político en cuestión me conceden un lugar privilegiado. Pero si digo que soy mexicano, a la chingada, váyase atrás con la pinche perrada. De verdad, no es broma.
Los funcionarios mexicanos hacen cualquier cosa con tal de que les dediquen una nota miserable en Washington Post o New York Times y tiemblan de miedo cuando estos medios exponen algún trapo cochino. Como medio mexicano, siempre tendrás que arrancar con esa desventaja frente a los gabachos.
Uno de los ejemplos más crudos, sucedió hace unos dos años en una gira de Vicente Fox aquí en Tijuana. Se agendó de manera oficial un panel de preguntas y respuestas con reporteros de medios hispanos de los Estados Unidos. El panel fue en el Cecut y ahí tienes a la gente de Univisión, Telemundo, Nuevo Herald y compañía entrevistando a un Vicente Fox solícito, doméstico, complaciente. A mi me tocó cubrir esa gira y ustedes se preguntarán: ¿Dónde estábamos los periodistas mexicanos mientras se celebraba el panel? Pues ahí, sentados en los asientos del teatro del Cecut pero sin derecho a hablar. Nuestra participación fue como meros espectadores, sin derecho a hacer ninguna pregunta. Los únicos que tenían derecho a preguntar eran los periodistas del otro lado del Río Bravo. Nosotros calladitos y la gente de Presidencia nos miraba como si nos hubieran hecho un gran favor con dejarnos entrar. Yo salí realmente encabronado, pues se que a los periodistas mexicanos el Presidente jamás nos concederá la oportunidad de cuestionarlo por más de una hora dentro de un panel abierto. Con mucha menos razón si eres un periodista de una ciudad de provincia, alejada de la Gran Tenochtitlán. En el escalafón de prioridades de un alto funcionario, primero están los medios de Estados Unidos, después los medios de la capital y al último, pero muy al último, estamos los medios de provincia, que casualemnte somos quienes más hemos luchado por la verdadera libertad de prensa y el acceso a la información, en tanto los colegas chilangos chayotean de lo lindo mientras transcriben boletines en Los Pinos.
Cualquier exageración en ese sentido se queda corta. Como periodista de una ciudad fronteriza lo he vivido mil veces. Un periodista extranjero siempre tendrá puertas abiertas con cualquier funcionario mexicano y se puede dar el lujo de alterarle agendas y planes. Algunas veces, sobre todo en giras de funcionarios federales, llego hablando en inglés y los achichincles del político en cuestión me conceden un lugar privilegiado. Pero si digo que soy mexicano, a la chingada, váyase atrás con la pinche perrada. De verdad, no es broma.
Los funcionarios mexicanos hacen cualquier cosa con tal de que les dediquen una nota miserable en Washington Post o New York Times y tiemblan de miedo cuando estos medios exponen algún trapo cochino. Como medio mexicano, siempre tendrás que arrancar con esa desventaja frente a los gabachos.
Uno de los ejemplos más crudos, sucedió hace unos dos años en una gira de Vicente Fox aquí en Tijuana. Se agendó de manera oficial un panel de preguntas y respuestas con reporteros de medios hispanos de los Estados Unidos. El panel fue en el Cecut y ahí tienes a la gente de Univisión, Telemundo, Nuevo Herald y compañía entrevistando a un Vicente Fox solícito, doméstico, complaciente. A mi me tocó cubrir esa gira y ustedes se preguntarán: ¿Dónde estábamos los periodistas mexicanos mientras se celebraba el panel? Pues ahí, sentados en los asientos del teatro del Cecut pero sin derecho a hablar. Nuestra participación fue como meros espectadores, sin derecho a hacer ninguna pregunta. Los únicos que tenían derecho a preguntar eran los periodistas del otro lado del Río Bravo. Nosotros calladitos y la gente de Presidencia nos miraba como si nos hubieran hecho un gran favor con dejarnos entrar. Yo salí realmente encabronado, pues se que a los periodistas mexicanos el Presidente jamás nos concederá la oportunidad de cuestionarlo por más de una hora dentro de un panel abierto. Con mucha menos razón si eres un periodista de una ciudad de provincia, alejada de la Gran Tenochtitlán. En el escalafón de prioridades de un alto funcionario, primero están los medios de Estados Unidos, después los medios de la capital y al último, pero muy al último, estamos los medios de provincia, que casualemnte somos quienes más hemos luchado por la verdadera libertad de prensa y el acceso a la información, en tanto los colegas chilangos chayotean de lo lindo mientras transcriben boletines en Los Pinos.