Jolopo
Aunque nací en el tiempo de Echeverría, el primer presidente mexicano del que tuve conciencia fue López Portillo. Era de esas preguntas de rigor en la primaria: ¿Quién descubrió América? Cristóbal Colón. ¿Quién es el Presidente de México? López Portillo. Debe haber sido a mis cinco o seis años de edad cuando se inauguró la Plaza de la Alianza en San Pedro Garza García. Un monumento amorfo elaborado con tubos industriales que en poco tiempo se transformó en símbolo de identidad del municipio más rico de México. Me acuerdo que mi jefa me llevó a la inauguración de dicha plaza: “Va a venir el Presidente” me dijo. Fue la primera vez en mi vida que vi a un Presidente o más bien la primera vez que vi el atiborre de soldados, policías, acarreados y lambiscones de corbata y cada uno de los postes de la ciudad adornado con los letreros de “Bienvenido Señor Presidente”. La Plaza de la Alianza significa la reconciliación entre los multimillonarios empresarios regiomontanos del Grupo Monterrey y el Gobierno Federal. En tiempos de Echeverría los empresarios regios desafiaron abiertamente al Presidente, al cual odiaban con fervor e incluso se permitieron correrlo del funeral de Eugenio Garza Sada en 1973. Con López Portillo se anunciaba una época de prosperidad, bonanza y muchos dólares.
Porpillo
Yo tenía ocho años de edad cuando empecé a sentir la mala vibra en el ambiente. Mis padres se casaron en otoño de 1982 (Sí cabrones, no me equivoqué ni están echando mal las cuentas, mis padres se casaron cuando yo tenía ocho años) y sólo se escuchaba hablar de crisis, de ya valió madre, ahora sí no nos va a alcanzar para un carajo. Se acabaron las idas derrochadoras a Mc Allen y la Isla del Padre y las navidades abundantes.
Entonces ya se escuchaban expresiones como Porpillo y el clásico y consagrado perro.
Por primera vez tuve conciencia de que el gobierno te podía joder, de que esos señores podían influir muy negativamente en tu vida diaria (los viajes a Mc Allen, Laredo y la Isla eran menos abundantes, habría menos juguetes en Navidad) Desde entonces escuché la pinche palabra crisis a cada momento, acompañando cada uno de los grises años del señor Miguel de la Madrid. Hoy, 20 años después, me doy cuenta que los rencores siguen vivos en muchos mexicanos.
Apología tricolor
Ya he dicho muchas veces lo que pienso del PRI y el priismo. Aunque la gente me juzga como un apologista del tricolor, creo que si aplicáramos un mínimo de historia comparada y ponemos a México frente al espejo latinoamericano, la historia deberá absolver (e incluso diría agradecer) al Revolucionario Institucional. Odio a la gente que hace leña del árbol caído del priismo cuando en 1990, en plena euforia salinista, mamaban bien y bonito de la ubre. Me parece una insoportable estupidez escuchar a mexicanos hablar de los “75 años de dictadura” y expresarse como lo haría un argentino con Videla o un español con Franco. Por favor, pobres imbéciles. No nos hagamos pendejos, no estábamos bajo ninguna bota militar ni bajo ninguna represión férrea. Sin en estos 75 años no hubo un “cambio”, no fue porque la “dictadura” impusiera su represión, sino porque todos o casi todos, estábamos bien contentos mamando de la teta priista. ¿Qué no había libertad de prensa? Desde 1917 ha estado consagrada en la Constitución. Otra cosa es que es que la enorme mayoría de los medios en este país estuvieran muy felices con su chayotón. ¿Qué gracias al “gobierno del cambio” tenemos libertad de expresión? Ni madre. La tenemos gracias a esos medios que se la jugaron y prefirieron la hostilidad, la aspereza y el mal negocio a las mieles del chayote. Fuera de poquísimos diarios como fueron El Norte en Monterrey, El Imparcial en Hermosillo y Zeta en Tijuana, todos los medios mexicanos eran felices comiendo gratis con papá gobierno.
Los mismos empresarios panistas eran bastante felices con el sistema. Los pocos que se jugaron el pellejo y murieron luchando contra el sistema no eran por cierto panistas (el panismo no tiene mártires a menos de que te creas el cuento del asesinato de Clouthier) sino gente de izquierda, de la que los mismos empresarios panistas siempre abominaron. Fuera de las víctimas inocentes de Tlatelolco, los únicos que de verdad intentaron hacer algo contra la “dictadura tricolor” fueron los siempre minoritarios y aislados grupos izquierdistas. Un empresario jamás se jugará el pellejo y el de su familia por algo que no sean sus empresas y su capital. En cambio, la paz y la estabilidad priista nos trajo grandes beneficios que ningún otro país latinoamericano puede presumir.
Yo lo confieso: Nunca en mi vida he votado por el PRI. No se si en el 2006 les daré mi voto. Eso ya lo veré. He visto muy de cerca (demasiado cerca) sus errores, abusos y aberraciones. Es más, en 1988 lo odiaba a muerte. También creo que el “cambio” fue necesario (un mal necesario definitivamente) para romper el tabú del unipartidismo. Pero conforme pasa el tiempo cada vez comprendo y justificó más los años del priismo como un hijo que empieza a entender las razones de su padre sólo hasta que es adulto.
Aunque nací en el tiempo de Echeverría, el primer presidente mexicano del que tuve conciencia fue López Portillo. Era de esas preguntas de rigor en la primaria: ¿Quién descubrió América? Cristóbal Colón. ¿Quién es el Presidente de México? López Portillo. Debe haber sido a mis cinco o seis años de edad cuando se inauguró la Plaza de la Alianza en San Pedro Garza García. Un monumento amorfo elaborado con tubos industriales que en poco tiempo se transformó en símbolo de identidad del municipio más rico de México. Me acuerdo que mi jefa me llevó a la inauguración de dicha plaza: “Va a venir el Presidente” me dijo. Fue la primera vez en mi vida que vi a un Presidente o más bien la primera vez que vi el atiborre de soldados, policías, acarreados y lambiscones de corbata y cada uno de los postes de la ciudad adornado con los letreros de “Bienvenido Señor Presidente”. La Plaza de la Alianza significa la reconciliación entre los multimillonarios empresarios regiomontanos del Grupo Monterrey y el Gobierno Federal. En tiempos de Echeverría los empresarios regios desafiaron abiertamente al Presidente, al cual odiaban con fervor e incluso se permitieron correrlo del funeral de Eugenio Garza Sada en 1973. Con López Portillo se anunciaba una época de prosperidad, bonanza y muchos dólares.
Porpillo
Yo tenía ocho años de edad cuando empecé a sentir la mala vibra en el ambiente. Mis padres se casaron en otoño de 1982 (Sí cabrones, no me equivoqué ni están echando mal las cuentas, mis padres se casaron cuando yo tenía ocho años) y sólo se escuchaba hablar de crisis, de ya valió madre, ahora sí no nos va a alcanzar para un carajo. Se acabaron las idas derrochadoras a Mc Allen y la Isla del Padre y las navidades abundantes.
Entonces ya se escuchaban expresiones como Porpillo y el clásico y consagrado perro.
Por primera vez tuve conciencia de que el gobierno te podía joder, de que esos señores podían influir muy negativamente en tu vida diaria (los viajes a Mc Allen, Laredo y la Isla eran menos abundantes, habría menos juguetes en Navidad) Desde entonces escuché la pinche palabra crisis a cada momento, acompañando cada uno de los grises años del señor Miguel de la Madrid. Hoy, 20 años después, me doy cuenta que los rencores siguen vivos en muchos mexicanos.
Apología tricolor
Ya he dicho muchas veces lo que pienso del PRI y el priismo. Aunque la gente me juzga como un apologista del tricolor, creo que si aplicáramos un mínimo de historia comparada y ponemos a México frente al espejo latinoamericano, la historia deberá absolver (e incluso diría agradecer) al Revolucionario Institucional. Odio a la gente que hace leña del árbol caído del priismo cuando en 1990, en plena euforia salinista, mamaban bien y bonito de la ubre. Me parece una insoportable estupidez escuchar a mexicanos hablar de los “75 años de dictadura” y expresarse como lo haría un argentino con Videla o un español con Franco. Por favor, pobres imbéciles. No nos hagamos pendejos, no estábamos bajo ninguna bota militar ni bajo ninguna represión férrea. Sin en estos 75 años no hubo un “cambio”, no fue porque la “dictadura” impusiera su represión, sino porque todos o casi todos, estábamos bien contentos mamando de la teta priista. ¿Qué no había libertad de prensa? Desde 1917 ha estado consagrada en la Constitución. Otra cosa es que es que la enorme mayoría de los medios en este país estuvieran muy felices con su chayotón. ¿Qué gracias al “gobierno del cambio” tenemos libertad de expresión? Ni madre. La tenemos gracias a esos medios que se la jugaron y prefirieron la hostilidad, la aspereza y el mal negocio a las mieles del chayote. Fuera de poquísimos diarios como fueron El Norte en Monterrey, El Imparcial en Hermosillo y Zeta en Tijuana, todos los medios mexicanos eran felices comiendo gratis con papá gobierno.
Los mismos empresarios panistas eran bastante felices con el sistema. Los pocos que se jugaron el pellejo y murieron luchando contra el sistema no eran por cierto panistas (el panismo no tiene mártires a menos de que te creas el cuento del asesinato de Clouthier) sino gente de izquierda, de la que los mismos empresarios panistas siempre abominaron. Fuera de las víctimas inocentes de Tlatelolco, los únicos que de verdad intentaron hacer algo contra la “dictadura tricolor” fueron los siempre minoritarios y aislados grupos izquierdistas. Un empresario jamás se jugará el pellejo y el de su familia por algo que no sean sus empresas y su capital. En cambio, la paz y la estabilidad priista nos trajo grandes beneficios que ningún otro país latinoamericano puede presumir.
Yo lo confieso: Nunca en mi vida he votado por el PRI. No se si en el 2006 les daré mi voto. Eso ya lo veré. He visto muy de cerca (demasiado cerca) sus errores, abusos y aberraciones. Es más, en 1988 lo odiaba a muerte. También creo que el “cambio” fue necesario (un mal necesario definitivamente) para romper el tabú del unipartidismo. Pero conforme pasa el tiempo cada vez comprendo y justificó más los años del priismo como un hijo que empieza a entender las razones de su padre sólo hasta que es adulto.