Anoche me fui con mi primo Héctor a dar una vuelta al Estadio Universitario de San Nicolàs de los Garza, llamado desde hace unos años El Volcán. Pasaban de las 23:00. La Ciudad Universitaria estaba desierta y silenciosa y el coloso estaba ahì, callado, majestuoso imponente. Como si cada una de esas viejas piedras sudara el coraje y la ilusión de las decenas de miles de aficionados Tigres que hemos empeñado en sus gradas las mejores tardes de nuestras vidas.
Ese estadio es un templo que forma parte de mi vida. ¿Cuàntas veces he estado en èl? ¿Cuántas veces me ha visto gritar eufórico o patear el suelo maldiciendo? He estado en todos y cada uno de sus rincones; gradas de sol, general, butacas, plateas, preferente, palcos, palco de prensa, cancha, vestidores, oficinas. Y al verlo es inevitable ese vuelco al corazón que producen las grandes catedrales. Si algún dìa fundo una religión, obligarè a realizar una peregrinación anual al estadio Universitario de la misma forma que los musulmanes van a La Meca.
Ese estadio es un templo que forma parte de mi vida. ¿Cuàntas veces he estado en èl? ¿Cuántas veces me ha visto gritar eufórico o patear el suelo maldiciendo? He estado en todos y cada uno de sus rincones; gradas de sol, general, butacas, plateas, preferente, palcos, palco de prensa, cancha, vestidores, oficinas. Y al verlo es inevitable ese vuelco al corazón que producen las grandes catedrales. Si algún dìa fundo una religión, obligarè a realizar una peregrinación anual al estadio Universitario de la misma forma que los musulmanes van a La Meca.