Periodista o político?
Me narra PG Beas acerca de un amigo suyo que luego de ejercer un periodismo combativo, terminó por ingresar al PAN y al cabo de unos años se transformó en un político siempre acompañado de guarros a bordo de un carro de vidrios oscuros.
En mayor o menor medida, la historia que me platica Beas es una constante en el periodismo mexicano. Grandes periodistas que acaban seducidos por la cartera de algún político. Empiezan por redactarles sus insufribles boletines hasta que llega el momento en que ya están demasiado alejados del periodismo, transformados en actores de la política, ejecutantes de todo aquello que en algún momento combatieron con la pluma.
Tuve tiempo de platicar largo y tendido con el periodista costarricense Eduardo Ulibarri, director del Periódico La Nación de San José. Él menciona como una característica muy propia del viejo periodismo mexicano el maridaje que existe entre la figura del periodista con el político. Aunque se da en todos los países, el descaro con que se ha ejercido y ejerce en México este sucio matrimonio entre funcionarios y seudo comunicadores es vergonzante.
Ulibarri no podía creer que en este país es una práctica común que un periodista que en teoría trabaja o por lo menos recibe sueldo de un medio, sea quien le redacte los boletines y le organice las conferencias a dos que tres cerdos de la política. Lo que le resultaba más increíble es que ni siquiera intenten, al menos por dignidad, ocultar semejante grado de prostitución.
Tampoco me podía creer cuando le platiqué que en los diarios de la incompetencia, los reporteros asignados a la fuente son también los vendedores de publicidad oficial y los negociadores de contratos.
La mayor patada en los huevos de esta profesión es el saber que la mayoría de quienes la ejercen sueñan con transformarse en sirvientes en la nómina de algún funcionario público.
No desean cubrir una guerra desde el frente de batalla, no sueñan con ir a hacer un reportaje a la Antartida ni a los desiertos de Arabia. Tampoco les pasa por la cabeza escribir un libro o lograr que su pluma trascienda por su combatividad o un estilo narrativo propio. No, su mediocre sueño es transformarse en directores de incomunicación social de alguna institución, si se puede del Gobierno del Estado o algún Ayuntamiento, pues que mejor. Si no se puede, pues se conforman con cargarle los papales a cualquier politiquete de cuarta. Para ellos es un triunfo dejar los medios e ingresar a algu-na nómina pública y sentirse parte del corral de la política. Lo peor es que ellos sienten que progresaron.
Las oficinas de comunicación social representan la expresión más acabada del anti periodismo. Es cierto, justo es señalar que hay gente en ellas, no mucha, a la que respeto mucho y cuyo desempeño es sin lugar a dudas ético, pero la realidad es que nada está más alejado de la esencia y la vocación de esta inigualable profesión, que teclear boletines infestados de alabanzas al poder público.
Respeto su trabajo pues alguien lo tiene que hacer y entiendo muy bien las reglas de este juego. Cada quien debe hacer su luchita como mejor se pueda. Lo que no concibo es que en este país los periodistas sueñen todas las noches con transformarse en anti periodistas. Un comunicador de gobierno puede ser un honesto profesionista, un hombre honrado y hasta sincero, pero no es un periodista. Hacer eso no es hacer periodismo, es todo lo contrario.
Uno nunca puede decir de esta agua no beberé. Ya sé que la profesión es ingrata, el hambre canija y los vaivenes de la vida y la economía impredecibles, más cuando uno se dedica al periodismo. Solo puedo afirmar que mi deseo es no trabajar nunca, ni siquiera temporalmente, para una dirección de incomunicación. Sería una humillación difícil de tragar, una certeza absoluta de que el periodismo auténtico es una utopía, una alucinación quijotesca y que la única realidad es el odioso mundo del poder público. Si hay un dios, un demonio o algo parecido, solo le pido que me permita ejercer siempre esta profesión como lo hago ahora en busca eterna de la verdad y alejado del hedor a cloaca pública. ¿Será mucho pedir?
Me narra PG Beas acerca de un amigo suyo que luego de ejercer un periodismo combativo, terminó por ingresar al PAN y al cabo de unos años se transformó en un político siempre acompañado de guarros a bordo de un carro de vidrios oscuros.
En mayor o menor medida, la historia que me platica Beas es una constante en el periodismo mexicano. Grandes periodistas que acaban seducidos por la cartera de algún político. Empiezan por redactarles sus insufribles boletines hasta que llega el momento en que ya están demasiado alejados del periodismo, transformados en actores de la política, ejecutantes de todo aquello que en algún momento combatieron con la pluma.
Tuve tiempo de platicar largo y tendido con el periodista costarricense Eduardo Ulibarri, director del Periódico La Nación de San José. Él menciona como una característica muy propia del viejo periodismo mexicano el maridaje que existe entre la figura del periodista con el político. Aunque se da en todos los países, el descaro con que se ha ejercido y ejerce en México este sucio matrimonio entre funcionarios y seudo comunicadores es vergonzante.
Ulibarri no podía creer que en este país es una práctica común que un periodista que en teoría trabaja o por lo menos recibe sueldo de un medio, sea quien le redacte los boletines y le organice las conferencias a dos que tres cerdos de la política. Lo que le resultaba más increíble es que ni siquiera intenten, al menos por dignidad, ocultar semejante grado de prostitución.
Tampoco me podía creer cuando le platiqué que en los diarios de la incompetencia, los reporteros asignados a la fuente son también los vendedores de publicidad oficial y los negociadores de contratos.
La mayor patada en los huevos de esta profesión es el saber que la mayoría de quienes la ejercen sueñan con transformarse en sirvientes en la nómina de algún funcionario público.
No desean cubrir una guerra desde el frente de batalla, no sueñan con ir a hacer un reportaje a la Antartida ni a los desiertos de Arabia. Tampoco les pasa por la cabeza escribir un libro o lograr que su pluma trascienda por su combatividad o un estilo narrativo propio. No, su mediocre sueño es transformarse en directores de incomunicación social de alguna institución, si se puede del Gobierno del Estado o algún Ayuntamiento, pues que mejor. Si no se puede, pues se conforman con cargarle los papales a cualquier politiquete de cuarta. Para ellos es un triunfo dejar los medios e ingresar a algu-na nómina pública y sentirse parte del corral de la política. Lo peor es que ellos sienten que progresaron.
Las oficinas de comunicación social representan la expresión más acabada del anti periodismo. Es cierto, justo es señalar que hay gente en ellas, no mucha, a la que respeto mucho y cuyo desempeño es sin lugar a dudas ético, pero la realidad es que nada está más alejado de la esencia y la vocación de esta inigualable profesión, que teclear boletines infestados de alabanzas al poder público.
Respeto su trabajo pues alguien lo tiene que hacer y entiendo muy bien las reglas de este juego. Cada quien debe hacer su luchita como mejor se pueda. Lo que no concibo es que en este país los periodistas sueñen todas las noches con transformarse en anti periodistas. Un comunicador de gobierno puede ser un honesto profesionista, un hombre honrado y hasta sincero, pero no es un periodista. Hacer eso no es hacer periodismo, es todo lo contrario.
Uno nunca puede decir de esta agua no beberé. Ya sé que la profesión es ingrata, el hambre canija y los vaivenes de la vida y la economía impredecibles, más cuando uno se dedica al periodismo. Solo puedo afirmar que mi deseo es no trabajar nunca, ni siquiera temporalmente, para una dirección de incomunicación. Sería una humillación difícil de tragar, una certeza absoluta de que el periodismo auténtico es una utopía, una alucinación quijotesca y que la única realidad es el odioso mundo del poder público. Si hay un dios, un demonio o algo parecido, solo le pido que me permita ejercer siempre esta profesión como lo hago ahora en busca eterna de la verdad y alejado del hedor a cloaca pública. ¿Será mucho pedir?