Eterno Retorno

Monday, September 15, 2003

-El periodismo es como la prostitución, se aprende en la calle- Esta frase pronunciada por Saúl Fernández, editor de la sección Policíaca de El Clamor, fue más que suficiente para motivarme a invertir 79 pesos de mi sacrosanta y martirizada cartera en Tinta Roja, novela del escritor chileno Alberto Fuguet. Soy un tipo raro yo. Me la paso diciendo que la única razón por la que me sumerjo en los libros es para evadirme o curarme de la sobredosis periodística. Tampoco me canso de afirmar que no me llevo bien con aquellos seres que desempeñan mi mismo oficio. Y sin embargo, pocas veces resisto la tentación de leer literatura de periodistas y sobre periodistas. Y es que aunque me recague en la madre esta aborrecible especie a la que pertenezco, admito una vez más que estoy enganchado a ella como un adicto. ¿Yo que chingados puedo hacerle?


Mitología histórica

Pocas etapas de la Historia tan mal comprendidas como la Independencia. La noche del 15 de septiembre de 1810, Miguel Hidalgo bebía chocolate y jugaba naipes con Allende mientras Juan Aldama cabalgaba a toda velocidad por los caminos del Bajío para darle a conocer que la conspiración de Querétaro había sido descubierta. Ni la noche del 15 de septiembre, ni en los 10 meses y 15 días de vida que le restaron a partir de ese momento, concibió Hidalgo algún proyecto de nación independiente o siquiera algo parecido. La mañana del 16 de septiembre gritó ¡Viva Fernando VII¡ y jamás en su vida pronunció un Viva México o Viva la Independencia y ni imaginó siquiera una bandera trico-lor.
No soy un detractor de Hidalgo ni lo pretendo, pero su movimiento, además de caótico y acéfalo, fue terriblemente circunstancial. Imposible equiparar a Hidalgo con un Bolívar o un San Martín.
Si queremos celebrar la Independencia de México con un poquito de fidelidad histórica, deberíamos festejar el 27 de septiembre de 1821, fecha en que el Ejército Trigarante acaudillado por Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero y llevando como estandarte una bandera tricolor, entró a la Ciudad de México para iniciar con el primer gobierno criollo, independiente ahora sí de la Península Ibérica.
Y bueno, ya que a la historia oficial le caga tanto el oportunismo trepador de Iturbide, a mi juicio el verdadero libertador de México, entonces festejemos la promulgación del documento Sentimientos de la Nación el 6 de noviembre de 1813 o de la Constitución de Apatzingán en 1814 a cargo de José María Morelos, el primero de los insurgentes que concibió un proyecto de nación independiente que jamás tuvieron ni Hidalgo, ni Allende, ni Aldama. Pero a los mexicanos nos gusta la mitología. Es uno de nuestros deportes nacionales y el santoral patrio impulsado durante años por el sistema priista, nos ha hecho caer en singulares interpretaciones de esa escaramuza tan surrealista que fue la rebelión insurgente.

Tatuajes

El 15 y 16 de septiembre son fechas significativas para mi. Por una u otra razón estos días suelen pasar cosas que quedan marcadas. Tan marcadas como un tatuaje. No es casualidad que dos de mis tatuajes fueran elaborados en 16 de septiembre. El 16 de septiembre de 1993, en una humilde casa del Barrio de San Bernabé de Monterrey, el buen artista amateur César Merino puso una buena dosis de tinta sobre mi espalda a cambio de una botella. El 16 de septiembre de 1997, en el confort de su higiénico estudio profesional tapizado de diplomas que lo acreditan como el mejor tatuador de Monterrey, el mismo César Merino arrojó tinta sobre mi tobillo a cambio de una tarifa, para compas, de 400 pesos.
La tarde del 16 de septiembre de 1991, en un parque de la Colonia la Herradura del Estado de México, rompía para siempre con Carime, mi novia de la prepa. Confieso que en su momento me dolió mucho, aunque hoy lo recuerdo con simple ternura.
El 15 de septiembre de 1996, a orillas del Lago Ontario de Toronto, pasé una tarde que acabó trans-formándose en un paseo por los rumbos de eso que llaman cielo.