Santísima Muerte
Sí, la esencia del deseo es la culpa,
La culpa es el néctar divino, las gotas sublimes del elixir del mal.
Sin culpa no hay transgresión , sin transgresión no hay deseo.
Desear es transgredir, mancillar, profanar, invertir, transvalorizar.
Para beberse el éxtasis hay que lamer las llamas de infierno, glorificarse en la humillación.
Es necesaria la vergüenza, el manto de niebla que cubre lo obsceno.
Solo el deseo culpable trae consigo la fascinación. DSB
La Muerte y yo nos llevamos de cachete y nalgada. Somos compillas, camaradas pues.
Buenas bestias que cotorrean el punto en la cantina- temas de pelea y desmadre, de morritas locas e insatisfacción.
La Muerte y yo, siempre tan de la mano. Lo bueno que la Muerte es hembra. Si no, imagínate; ya hasta andarían diciendo que somos putos. DSB
Ante la mirada del que será sin duda mi lecho de muerte, imaginé las historias que estuvieron a dos instantes y una calle de haberse consumado. Nada hay más seductor que aquello que algún día tuvo el rostro de lo posible y nunca fue. ¿Quien escribirá la historia de lo que pudo haber sido? Pregunta Calamaro, ¿Quien chingados la escribirá? En un día, en una calle, al caer la tarde, un cuerpo real, una palabra que hubiera salido de mis labios, un temblor tan ácido, un rubor del alma al enfrentar el rostro del lado más oscuro. ¿Cuantas veces lo he sentido? ¿Cuantas veces sobreviene la calma tras la transgresión? El pecado original encarnó tras un instante así, incomparable tormenta, fascinación por el abismo. Decir sí, sí, sí, quiero mi absoluta negación y la muerte se derramará a un milímetro de tus venas. DSB
Hoy tuve la certeza o será más poético llamarle la más absoluta iluminación de ideas. Voy a morirme en el Pacífico. Ahora lo comprendo todo. Por eso es que tengo un delirio casi enfermizo por desparramar las horas de mi vida frente a esta playa
El Pacífico es la imagen más acabada de la Santísima Muerte. El Pacífico es una cortesana, siniestra y elegante que me ha en-señado su vientre oscuro en dos atardeceres.
¿Lo ven? Aquí estoy sentado conviviendo con el que en teoría es mi peor enemigo ¿Lo adivinan? Sí, el mismísimo yo, seducido ante el cuerpo del que es a un tiempo su arma asesina y lecho de muerte. El Pacífico, tan bélico y caótico el pinche mar ¿Donde encontró Vasco Núñez de Balboa algo parecido a la paz en estas aguas?
¿O será esta paz de espíritu que solo produce la inminencia del final a la que se refiere el explorador? Cuando me enviaron a Neza York para que mis ojos vieran que sintió el hogar de las buenas conciencias cuando le enterraron un par de aviones sin condón en su mismísimo culo, más de uno se imaginó que sentía pavor a ser víctima de la pachequez milenaria del Profeta. Pero que va. Mi muerte en un atentado terrorista es la opción menos viable. En orden de probabilidades, mi muerte va a sobrevenir:
A) En el asiento trasero de un taxi, luego de orgásmicos 160 kilómetros en la Vía Rápida, a los que seguirá una espectacular volcadura.
B) En fenomenal derrapón en la Carretera Escénica que hará rodar mi camioneta acantilado abajo hasta acabar destrozada sobre una playa de rocas.
C)Acuchillado por un tecato en malilla un atardecer de invierno en la Colonia 20 de Noviembre al cortar camino por un callejón.
D) En un día de seducción oscura, la Santísima Muerte me iluminará y entonces entraré con pasos torpes y etéreos al las frías aguas del Océano para no salir jamás.
Si no tuviera en este momento tantas ocupaciones por delante, me detendría a disertar sobre las particularidades, causas y efectos de cada una de estas posibilidades.
Pero hoy la inspiración se me anda fugando y alguien me recordó que no contemplé la opción de ser atrevezado por una bala perdida, con destino a esas inocentes gaviotas que disfrutan la vida paradas sobre el oxidado que cercena América.
Por ahora, solo me queda desear que nunca le deformen el rostro a esta playa, tan cerca de la gran puta imperial y tan vestida de Santísima Muerte. DSB
Sí, la esencia del deseo es la culpa,
La culpa es el néctar divino, las gotas sublimes del elixir del mal.
Sin culpa no hay transgresión , sin transgresión no hay deseo.
Desear es transgredir, mancillar, profanar, invertir, transvalorizar.
Para beberse el éxtasis hay que lamer las llamas de infierno, glorificarse en la humillación.
Es necesaria la vergüenza, el manto de niebla que cubre lo obsceno.
Solo el deseo culpable trae consigo la fascinación. DSB
La Muerte y yo nos llevamos de cachete y nalgada. Somos compillas, camaradas pues.
Buenas bestias que cotorrean el punto en la cantina- temas de pelea y desmadre, de morritas locas e insatisfacción.
La Muerte y yo, siempre tan de la mano. Lo bueno que la Muerte es hembra. Si no, imagínate; ya hasta andarían diciendo que somos putos. DSB
Ante la mirada del que será sin duda mi lecho de muerte, imaginé las historias que estuvieron a dos instantes y una calle de haberse consumado. Nada hay más seductor que aquello que algún día tuvo el rostro de lo posible y nunca fue. ¿Quien escribirá la historia de lo que pudo haber sido? Pregunta Calamaro, ¿Quien chingados la escribirá? En un día, en una calle, al caer la tarde, un cuerpo real, una palabra que hubiera salido de mis labios, un temblor tan ácido, un rubor del alma al enfrentar el rostro del lado más oscuro. ¿Cuantas veces lo he sentido? ¿Cuantas veces sobreviene la calma tras la transgresión? El pecado original encarnó tras un instante así, incomparable tormenta, fascinación por el abismo. Decir sí, sí, sí, quiero mi absoluta negación y la muerte se derramará a un milímetro de tus venas. DSB
Hoy tuve la certeza o será más poético llamarle la más absoluta iluminación de ideas. Voy a morirme en el Pacífico. Ahora lo comprendo todo. Por eso es que tengo un delirio casi enfermizo por desparramar las horas de mi vida frente a esta playa
El Pacífico es la imagen más acabada de la Santísima Muerte. El Pacífico es una cortesana, siniestra y elegante que me ha en-señado su vientre oscuro en dos atardeceres.
¿Lo ven? Aquí estoy sentado conviviendo con el que en teoría es mi peor enemigo ¿Lo adivinan? Sí, el mismísimo yo, seducido ante el cuerpo del que es a un tiempo su arma asesina y lecho de muerte. El Pacífico, tan bélico y caótico el pinche mar ¿Donde encontró Vasco Núñez de Balboa algo parecido a la paz en estas aguas?
¿O será esta paz de espíritu que solo produce la inminencia del final a la que se refiere el explorador? Cuando me enviaron a Neza York para que mis ojos vieran que sintió el hogar de las buenas conciencias cuando le enterraron un par de aviones sin condón en su mismísimo culo, más de uno se imaginó que sentía pavor a ser víctima de la pachequez milenaria del Profeta. Pero que va. Mi muerte en un atentado terrorista es la opción menos viable. En orden de probabilidades, mi muerte va a sobrevenir:
A) En el asiento trasero de un taxi, luego de orgásmicos 160 kilómetros en la Vía Rápida, a los que seguirá una espectacular volcadura.
B) En fenomenal derrapón en la Carretera Escénica que hará rodar mi camioneta acantilado abajo hasta acabar destrozada sobre una playa de rocas.
C)Acuchillado por un tecato en malilla un atardecer de invierno en la Colonia 20 de Noviembre al cortar camino por un callejón.
D) En un día de seducción oscura, la Santísima Muerte me iluminará y entonces entraré con pasos torpes y etéreos al las frías aguas del Océano para no salir jamás.
Si no tuviera en este momento tantas ocupaciones por delante, me detendría a disertar sobre las particularidades, causas y efectos de cada una de estas posibilidades.
Pero hoy la inspiración se me anda fugando y alguien me recordó que no contemplé la opción de ser atrevezado por una bala perdida, con destino a esas inocentes gaviotas que disfrutan la vida paradas sobre el oxidado que cercena América.
Por ahora, solo me queda desear que nunca le deformen el rostro a esta playa, tan cerca de la gran puta imperial y tan vestida de Santísima Muerte. DSB