...descubrí que la vida es inalcanzable en la vida, que la vida está muy por debajo de sí misma y que la única plenitud posible es la plenitud suicida.
Me sentaré a esperar, habrá una silla para mí en esta ciudad y en ella se me podrá ver todos los atardeceres, callado, practicando la saudade, la mirada fija en la línea del horizonte, esperando a la muerte que ya se dibuja en mis ojos y a la que aguardaré serio y callado todo el tiempo que haga falta, sentado frente a este infinito azul de Lisboa, sabiendo que a la muerte le sienta bien la tristeza leve de una severa espera. ¿Pessoa o Vila-Matas?
“Viajar, perder suicidios; perderlos todos. Viajar hasta que se agoten las nobles opciones de muerte que existen”. Este sí es Pessoa.
“Viajar y perder países, inventar personajes que evitan que nos arrojemos al vacío, adentrarse a tumba abierta en la realidad, perseguir con gran fatiga vidas ajenas, morir de esa pasión extrema que puede ser el amor, coleccionar tempestades, interiorizar a los muertos, perderse, practicar la saudade, convertirse en fantasma” Este sí es Vila- Matas.
Saudade
Si la memoria no me falla (y mira que a veces falla mucho) la primera persona a la que escuché pronunciar la palabra “saudade” fue Alfa Irina Caballero. Meses después escuché a Gerardo Ortega emplearla en algún poema.
Aún así, el término saudade me recuerda irremediablemente a Alfa Irina. Un día no supe más de ella. Se marchó y me marché sin rastro alguno, pero la recuerdo cada que escucho o leo la palabra. Luego entonces, la palabra “saudade” lleva la saudade en si misma.
Sábado de Matrix.
Tras los lentes oscuros las balas son meros pretextos, simple parafernalia casi etérea. De una tormenta de millones de balas disparadas a lo largo de toda la película, solo una hizo blanco en Trinity y no fue capaz de matarla. Otras, muy pocas, hicieron blanco en el cerrajero. Las demás quedaron suspendidas en al aire frente a la mano del sacerdotal Neo o se impactaron en la carrocería de un auto. Matrix está atiborrada de malos tiradores.
Las patadas y karatazos son dignas de una refinada exposición artística, sumamente estéticas, ágiles, rítmicas y llenas de gracia. El problema es que son terriblemente inefectivas. Tantas y tantas patadas para no ser capaz ni siquiera de sacar un rasguño en la cara o una fractura de costilla es para preocuparse. Sería mejor ahorrarlas y sacar un infalible picahielo.
Trinity es el alma de Matrix o mejor dicho su símbolo. Al escuchar o leer la palabra Matrix inmediatamente evoco a Trinity. A ninguno de los demás, solo a ella. Como cuando te dicen AC DC y automáticamente piensas en Angus Young y no en otro miembro.
Trinity es simplemente bella. Debo aceptarlo: me gusta esa mujer y su sola imagen justifica la película. Neo en cambio se ve ridículo emulando a Superman enfundado en esa sotana de párroco de pueblo.
Mi primera película en TJ
Maxrix, la parte uno, fue la primera película que vi en un cine tijuanense en el ya lejano 1999. Yo acababa de llegar a la ciudad y la primera vez que Carolina y yo salimos al cine en algún fin de semana fue para ver esa película que honestamente elegimos al azar. Ninguno de los dos somos grandes amantes de la ciencia ficción, pero aún así Matrix nos gustó.
Me agradó de sobremanera el vestuario y la música de Rammstein casi al final. También me agradó el concepto filosófico. Recuerdo que en aquel entonces saqué a colación los conceptos de realidad aparte, “parar el mundo”, o “ver” aprendidos durante mis años como fiel seguidor de Carlos Castaneda.
El poner en duda al mundo que nos rodea y el tratar de sentir realidades paralelas es algo que me ha quitado muchas horas de meditación.
Matrix es una buena película pero hasta ahí. Ya he dicho que no soy cinéfilo y que rara vez voy a deglutir palomitas frente a una pantalla, nunca por mi iniciativa. De cualquier manera confieso haberme divertido y al cine, al igual que a las novelas comerciales (culpables diría Bernardo Jauregui) no les puedo exigir más que eso. Simple y llana diversión.
La clase mierda
Salir del cine siempre constituye un shock, más aún cuando acudes al de Plaza Río. Desde las escaleras eléctricas miras hacia abajo y ante ti está en todo su esplendor la clase media, celebrando si máxima liturgia, su apoteosis cotidiana, deambulando en los parajes en los que se mueve como pez en el agua. Después de mirar lo imposible en la pantalla, debes deleitarte contemplando a los clasemedieros presumiendo impúdicos su membresía en el club de la mediocracia, regodeándose en sus bajas pasiones, exhibiendo sus miserias y complejos. ¿Que diría un ser extraterrestre que pretendiendo hacer una tesis sobre nuestro planeta contemplase el repugnante espectáculo de la clase media congregada en un centro comercial? ¿En que grado de decadencia y mediocridad seríamos situados por el estudioso? Seríamos descritos como un ato de ungulados pastando en prados desiertos, rumiando hierbas de plástico, dóciles, domésticos e infinitamente torpes. Cuanta razón tiene Mayra Luna cuando en su Filtro Cerebral señala en cinco puntos lo limitado y estúpido de la oferta recreativa humana. A la clase media hay que llenarla de aparadores, darle ruido e inventarle ofertas. Hace falta tan poquita mierda para ahogarla.
Puedo ver a la gente congregada en la playa y me divierto (siempre y cuando no tiren basura pues de otra forma me hacen encabronar y corren el riesgo de que los cague a palos), puedo verla en las cantinas, en los estadios o en un concierto y llego a fundirme en la masa, pero siento infinita repulsión cuando veo al género humano congregado en los centros comerciales.
¿Que pecado cometí en una vida pasada o que karma arrastro para tener la condena de ser un clasemierdero? No lo se. No puedo sustraerme o mantenerme aparte del despreciable estrato donde por mis características e ingresos me ubican economistas y sociólogos, pero al menos me redime mi infinita repulsión hacia dicha manada en la que quiera o no, estoy inmerso.
El sábado por la mañana, desembolsé 77 mil 648 pesos. La conversión me indica varios costales de libros, otros tantos de discos, acaso un buen viajecito por el Viejo Mundo o por el Cono Sur o una bacanal bañada en los mejores productos de nuestros bajacalifornianos viñedos. Pero no. A cambio recibí tan solo un papel, un papelito miserable donde dice: “Recibimos del señor Daniel Salinas la cantidad de 77 mil 648 pesos por concepto de enganche total por la vivienda ubicada en la calle Misión de San Bernardo en el fraccionamiento Hacienda del Mar. Y yo estoy contento. Sí, ya se que estoy consumando un ritual calsemediero a más no poder, pero yo estoy feliz. Es bello saber que al menos en un pedacito de este mundo, ubicado justo enfrente del Océano más grande del planeta, hay un lugar que es nuestro. El tan capitalista sentido de la propiedad lo llevamos incrustado hasta en el subconsciente y consumarlo puede ser orgásmico.