Eterno Retorno

Wednesday, May 28, 2003



Ayer estuve en la cabecera de cuatro de los cinco municipios bajacalifornianos. Solo me faltó la Cenicienta del Pacífico.

Zarpazo felino

En lo que se refiere a lo futbolístico estoy de manteles largos. El zarpazo felino derritió el Nevado de Toluca y apagó las llamas del Infierno- 2-1-Kleber parece haber secado la pólvora y afinado la mira. Todo indica que en esta liguilla viene dispuesto a meter todos los goles que falló en el torneo
Tigres viene de menos a más. Cuatro partidos ganados en forma consecutiva, un solo gol recibido en cinco juegos, sobriedad defensiva, efectividad en las pocas oportunidades que genera. Es buen momento y estoy contento, aunque no echo las campanas al vuelo..
Descamisar a la Perra Brava en San Nicolás de los Garza parece demasiado complicado para los diablitos, pero no quiero pecar de optimista y afirmar que ya tenemos un píe en las semifinales. Un demonio mayor como Cardozo aún cojeando puede hacernos pasar una mala tarde, así que esperaré antes de cantar el himno de la victoria. De cualquier manera en estos momen-tos traigo bien puesta literalmente hablando, mi camisa felina. En hora buena ¡Arriba los Tigueres¡

Y bostezo italiano

Hoy Manchester durmió. Hasta el eterno rugir de sus fábricas hoy sonó como bostezo. El Teatro de los Sueños tuvo tanto sueño que se acabó por quedar profundamente dormido
La Ciudad de Manchester, cuna de la Revolución Industrial y hogar de una de las agrupaciones más interesantes de la historia del rock llamada Joy Division, no se merece tres horas de auténtico tedio. No cuando sobre el pasto de ese teatro sagrado, juega una armada roja que a lo largo de más de un siglo de historia ha rendido culto a un juego vertical y agresivo.
Pero hoy el Teatro fue profanado. Dos sumos sacerdotes del catenaccio celebraron una liturgia de aburrimiento.
Hace 140 años, cerca de Manchester, en un lugar llamado Shefield, un grupo de elegantes caballeros británicos redactaron en 1863 las reglas oficiales de un nuevo deporte que emergía del Rugby. Sus aristocráticos inventores pronto se hicieron notar por su buen dominio del juego aéreo, el cabezazo preciso, el centro a la olla y el contacto rudo, herencia del Rugby.
Pero donde sí brilla el sol, al otro lado de Europa, ahí donde Adriático y Mediterráneo bañan una península poblada de bellas mujeres y augustos caballeros, alguien reclamó la paternidad del juego. Improbable que conste en los textos de Virgilio o Cicerón, pero lo cierto es que desde los tiempos de Julio César, o acaso desde las ancestrales épocas etruscas, en esa península se practicaba un juego llamado Calcio. Acaso Rómulo y Remo hayan disputado un balón con la negra loba como árbitro o tal vez Nerón fue el primer Berlusconi de la península, que abandonaba sus deberes de mandatario para seguir el juego.
La cuestión es que estos señores se dieron a la tarea de jugar al Calcio cuyo recuerdo tal vez habría quedado bajo las ígneas rocas que cubrieron Pompeya, de no ser porque los italianos tuvieron a bien descubrir que es enuevo juego exportado por los ingleses les gustaba y mucho. Tanto, que su benemérito Benito Mussolini se dio cuenta que era el jueguito era el medio idóneo para mostrar al mundo las virtudes del fascismo. Vencer o morir, fueron sus palabras antes de la final de 1934 en contra de Checoslovaquia. Y los partisanos del Duce con algún empujoncito arbitral, consiguieron levantar la Copa Mundial en el Estadio Fascista de Roma. Cuatro años más tarde, cuando Europa ya empezaba a oler a pólvora, Mussolini repitió las palabras: Vencer o morir y sus camisas negras de la cancha volvieron a cumplir, ahora en campos parisinos. 4-2 a Hungría. Se-gunda Copa del Mundo.
El problema es que el miedo a no vencer y por ende morir se quedó en el subconsciente itálico y el fascismo quedó instaurado como régimen único en sus campos de futbol. Hay quien dice que la paternidad es de Helenio Herrera. Yo creo que la camisa negra de Mussolini se quedó puesta debajo de la casaca azurra. No importa que sus equipos estén poblados de mercenarios extranjeros. Futbol italiano es sinónimo de catenaccio y catenaccio es sinónimo de fascismo. Prohibida la libertad, prohibida la improvisación, prohibida la genialidad.
Hay que estar cerca, a milímetros del adversario, sentir su respiración y su sudor a lo largo de 90 minutos, recordarle que en el régimen fascista quien recibe más patadas son las piernas y no el balón.
Milán y Juve haciendo dormir a los sueños del teatro manchesteriano. ¿Donde quedó esa Vieja Señora que apabulló a Madrid? ¿Se le olvidó a Del Piero lo que se siente ser genio? ¿Tanto dependen en Turín de un checo de apellido Nedved?
Y los lombardos de Berlusconi, luego de haber dejado en el armario la casaca rojinegra trataron de asustar a la Vieja Señora haciéndole creer que por una vez probarían que se siente ser ofensivo. Y hasta ellos mismos casi se lo creen cuando Shev-chenko batió a Buffon, pero el árbitro decidió que Rui Costa le estorbaba la vista al portero (la carne de burro no es transparente, hubiera gritado Buffon) Un gol que hubiera despertado a Manchester, un gol que acaso les hubiera recordado a los 22 jugadores que se estaba disputando el máximo trofeo europeo, a mi criterio el de mejor nivel del Mundo. Pero el señor árbitro dijo que entre italianos solo es posible un par de roscas y anuló el gol del ucraniano. A partir de ese momento mi insomnio encontró un remedio más efectivo que la más potente pastilla para dormir. Mejor que ahí hubiera pitado para tirar los penales e ir a casa de una vez. Hoy la final fue solo eso, un punto final, un se acabó, pero estuvo lejos de ser la cúspide del mejor tor-neo del mundo. Un indigno bostezo para clausurar una justa que tuvo encuentros de alarido. Desde hace 17 años, cuando Steawa Bucarest batió a Barcelona desde los doce pasos, no me aburría tanto en el último miércoles de mayo.

Concluyo mi disertación con dos acertados comentarios del Diario Marca:

“No se enfaden. No merece la pena. ¿Acaso Titanic no ganó once Óscars? Esta copa viaja a Italia por mucho que nos duela. Eso sí, sus protagonistas salen por la puerta de atrás y con su fútbol más en entredicho que nunca. El 'Teatro de los sueños' fue más bien una sala de películas de 'Serie B'. Ahora Lippi y Ancelotti se deberán tragar sus palabras, porque el paupérrimo espectáculo dado por sus equipos pone al 'calcio' en el punto de mira de todas las críticas”.
“La tanda de penaltis fue de patio de colegio. Diez lanzamientos y cinco fallos. Al final, el transformado por Shevchenko, un jugador que lo intentó todo durante la primera media hora de juego, premiaba a los espectadores, hartos y horrorizados de un espectáculo que da la razón a los que hablan pestes de este maravilloso deporte que algunos se empeñan en domeñar como si fuera un ejercicio fatuo al servicio del músculo”.




El corto verano de la anarquía
Vida y muerte de Durruti
Hans Magnus Enzenberger
Editorial Anagrama

Por Daniel Salinas Basave


No es tarea fácil para un escritor el transformarse en un recolector de
voces que ha de traducir, jerarquizar y acomodar estructuralmente hasta
hacerlas formar una obra.
Construir una historia en base a un caleidoscopio de testimonios es una
labor que se le ha reservado casi exclusivamente al periodista y en la que
pocos literatos aciertan a explorar.
Pero aún en esa invisible frontera entre literatura y periodismo que es el
relato de no ficción o el reportaje narrativo, la pluma del autor se
comporta en todo momento como dueña absoluta de los personajes. Después de todo, por más apegado a la verdad que el au-tor pretenda
mantenerse (si es que aún hay quien digiera recetas de verdades absolutas),
siempre será él quien concederá la palabra a sus personajes y quien se
encargará de presentarlos ante el lector.
Lo complicado es permitir que sea la voz de los personajes la que se escuche
sin mordaza alguna y que el autor, o en este caso recolector, se limite a
ser una suerte de director de orquesta que trás el telón vigila que las
voces conserven la armonía.
Este tipo de estructura narrativa es una herramienta sumamente útil cuando
el investigador bucea en acontecimientos históricos o periodos relativamente
recientes sobre los que exista polémica, censura o poco material gráfico. Esta fue la tarea que emprendió el alemán Hans Magnus Enzenberger (Baviera,
1929) que valiéndose de un coro de testimonios recrea la fiebre anarquista
de la España de principios del Siglo XX.
En El corto verano de la anarquía, Enzenberger se entrega a la labor de
escribir la biografía del líder anarquista español Buenaventura Durruti, un
personaje envuelto por el aura de leyenda que acompaña a todo héroe popular
y de cuya existencia apenas sobreviven los testimonios de quienes lo
conocieron.
Al reconstruir la vida de este obrero metalúrgico que pasó casi toda su
vida en la clandestinidad y cuyo anecdotario es propio de un personaje de
película de acción, Enzenberger entrega uno de los trabajos más completos
que se hayan escrito sobre el movimiento anarquista.
En una época de totalitarismos e ideas radicales, los anarquistas
representaron desde su extremo, uno de los movimientos más puros en lo que
se refiere a su ideario e incorruptible en la acción.
A diferencia de los comunistas, los anarquistas no conocieron la corrupción
ni la seducción del poder.
En los cientos de testimonios recopilados por el escritor alemán, Durruti y
sus compañeros oscilan desde una sencilla condición de jovenes obreros
enfrentados a todo tipo de adversidades, hasta la de héroes de leyenda que
con sus convicciones de hierro y su audacia lograron encender una mecha
revolucionaria que se contagió por toda Europa.
Lo poco que oficialmente se sabe sobre Buenaventura Durruti, es que nació en
Léon (provincia de Castilla) en 1896. Siendo un adolescente trabajó en un
taller y por las noches acudía a la escuela, en donde empezó a relacionarse
con otros obreros.
Muy joven aún se convierte en impulsor de huelgas Y se transforma en un
perseguido que debe sobrevivir a salto de mata, huyendo de una ciudad a
otra.
En esta historia, Enzenberger decide empezar por el final y el prólogo de su
obra es la narración del funeral de Durruti en medio de una lluviosa noche
de 1936 en la roja Barcelona de la Guerra Civil.
Después de este prólogo, y tras una breve introducción a los orígenes e
ideario del movimiento anarquista, comienza la recopilación de los
testimonios sobre la vida de Durruti desde su infancia hasta su muerte a
manos de los falangistas al inicio de la guerra.
Como toda recopilación, la de Enzenberger es fragmentaria y encuentra su
mayor riqueza en la contradicción de los testimonios, que nos revelan la
imposibilidad de acceder a la objetividad absoluta.
Un paralelo en la literatura mexicana sería el libro La noche de Tlatelolco
de Elena Poniatowska que maneja una estructura casi idéntica. En estas obras, el recolector le entrega al lector las voces. Los personajes
hablan. “Su” verdad está ahí, con toda la carga de subjetividad que tiene
todo testimonio humano.
Las dudas, los cuestionamientos, las opiniones y las conclusiones son tarea
del lector.