Antología sodomita
Tal como lo prometí hace una semana, he decidido recopilar en este espacio las mejores páginas de sodomía en la literatura. La semana pasada incluí un pasaje de Trilogía sucia de La Habana.
Hoy he elegido a Álvaro Uribe, uno de los prosistas más pulcros y obsesivos que he leído en los últimos años. Uribe es ante todo un erudito. Licenciado en filosofía por la UNAM, coordinador de varios proyectos editoriales del Conaculta, su perfil es más el de un riguroso académico que el de un narrador de historias eróticas.
Por su nombre es una novela exquisita. Cuesta trabajo que sea posible mantener una prosa tan obsesivamente trabajada a lo largo de 306 páginas. Esta novela la leí hace exactamente un año, en mayo de 2002, cuando Carolina y yo viajábamos por Cuba. Dado que el lugar de la lectura imprime su sabor en las páginas leídas, por su nombre tiene para mi un sabor caribeño, pese a que su trama se desarrolla en la Ciudad de México, París y la costa de Jalisco.
Por su nombre es ante todo una novela de amor, muy bien lograda por cierto. Creo que Uribe jamás ha pretendido que la literatura erótica sea su sello distintivo, como sí lo ha hecho Ruy Sánchez. Sin embargo los pasajes que se incluyen en Por su nombre superan al de cualquier aspirante a erotómano light (como es el caso de Ruy Sánchez) o a los incontables falsos émulos de Sade.
Pues bien, este filósofo se permite narrar un acto de sodomía entre sus dos personajes principales que a la postre constituye la cúspide carnal de su platónica relación de casi 30 años.
Con ustedes Álvaro Uribe:
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Nada era todavía irreversible cuando Patricia, para recibirme, se empinó un poco más. Tampoco cuando me le encaramé con la intención de embestirla de golpe. Ni siquiera cuando recapacité y en vez de penetrarla se me ocurrió, con el miembro todavía empuñado en mi diestra, conducir de ida y vuelta el glande a lo largo de su vulva, como si intentara soldar con el cauterio de mi carne la cuarteadura que hendía la de ella. Pero en uno de esos vaivenes continuos, que nos encarrilaban juntos sin llevarnos a ninguna parte, mi sexo lubricado con tantas secreciones resbaló por inercia hasta rozar su culo y yo comprendí en el acto, de un solo envión, lo que azarosa o rencorosamente acababa de decidir.
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Que Patricia no deseaba ni siquiera presentía lo que hice entonces se infiere no solo del aullido que pegó de inmediato, sino también y sobre todo, de la precipitación con que se volcó hacia adelante hasta tenderse de bruces en la cama. En pocas pala-bras, trató de escapar. Yo sin embargo había presentido y tal vez deseado torvamente su fuga. En el instante justo en que se lanzaba contra las almohadas me arrojé sin pensarlo en la misma dirección, de modo que caí encima de ella y con el impulso de nuestra caída simultánea, terminé de empalarla.
Patricia volvió a aullar, quizá con más fuerza que antes. También, con una enérgica flexión de sus piernas, intentó zafarse otra vez. Sólo consiguió levantar la grupa hasta el punto donde yo la agarré de la cintura para inmovilizarla. Después, aprovechando la conveniente inclinación de su cuerpo, la acometí como un perro a una perra.
Desde mi postura ventajosa la oí exclamar de muchas maneras y en tonos de diversa urgencia que la estaba lastimando. Yo sentí por mi parte que a cada acometida me despellejaba un poco, pero un ardor más hondo me impelía a seguir. Podría alegar que el sexo es siempre una forma voluntaria o por lo menos consciente de inflingir y al mismo tiempo padecer sufrimiento.
Álvaro Uribe
Por su nombre
TusQuets Editores