Eterno Retorno

Thursday, April 10, 2003



Por Daniel Salinas Basave

Pixie en los suburbios
Ruy Xoconostle
Joaquín Mortiz

La gente cambia, la música cambia, las drogas cambian. Con esas palabras en boca de Diane, una Lolita escocesa que seduce a Marc Renton en Trainspotting, Irvine Welsh pone sobre la mesa un dilema generacional.
De pronto los jóvenes nacidos en la década de los setenta son adultos demasiado viejos que miran de frente a una generación de adolescentes ochenteros que parecen estar a años luz de distancia en lo que a gustos se refiere.
Las palabras de Diane son aplicables a la narrativa, o al menos a esos estilos que aspiran a priori a mostrar cierta dosis de irreverencia juvenil.
Cuando en 1964 José Agustín se estrenó a los 20 años de edad con la publicación de La tumba, inauguró una nueva forma de hacer literatura.
Temática, lenguaje e ideas típicamente adolescentes se colaron en el atlas de la narrativa mexicana. Años después, la corriente fue bautizada por Margo Glanz como “literatura de la onda”, que además de José Agustín, tuvo a Parménides García Saldaña y Gustavo Sainz como máximos paladines.
Al estilo le sobraron detractores e imitadores. Si bien sirvió para que muchas plumas en pubertad fueran tomadas en cuenta por editoriales grandes, lo cierto es que las más de las veces los libros onda quedaron estancados en el pantano de lo banal.
En la entrada del Siglo XXI, un habitante de Ciudad Satélite llamado Ruy Xoconstle, quiso transformarse en punta de lanza de un nuevo concepto literario que reflejara a los jóvenes del Internet y el Playstation. La generación Molotov como le llama Juan Villoro, quien definió al libro de Xoconostle como una historia cargada de nitroglicerina.
Con Pixie en los suburbios, Ruy buscó nuevas estructuras narrativas y un lenguaje a la medida de un yuppie chilango de la clase media alta.
El resultado es una interesante, entretenida y sabrosa goma de mascar literaria que si bien no apunta a transformarse en un emblema generacional, tiene los elementos para agenciarse una horda de seguidores.
Cada página de Pixie en los suburbios está salpicada de parafernalia yuppie: Videojuegos, tecnología al último grito de la moda, música electrónica, comida rápida, cine comercial, futbol americano y televisión por cable.
Pero más allá de los vacíos comunes, Ruy tiene a bien bucear en los dilemas generacionales, el vacío existencial, la muerte de los ideales, el absurdo del estilo ejecutivo y el trabajo de jóvenes millonetas como responsables de corporativos macrocefálicos. El pandemonio yuppie en todo su esplendor.
El mundo se divide en generación Cachún y generación MTV, chicos Atari y chicos Playstation
Ruy aporta lenguaje y hasta palabras propias para definir ciertas cosas o conceptos (al menos yo no había escuchado expre-siones como vecos o ptitsas). También incluye una buena salpicada de anglicismos y alterna sus páginas con dibujos en blanco y negro.
El escenario no es del todo realista y gusta de las exageraciones y deformaciones caricaturescas para ridiculizar o llevar al extremo diversas situaciones prototípicas.
Sin dejar de reírse y sin tomarse demasiado en serio, Ruy se permite ridiculizar las formas, gustos e ideales de una época. Aunque al final, el autor mismo parece regodearse chapoteando en los pantanos de ese mundo. Xoconostle debe haber pasado muchas horas de su vida frente a un televisor y debe haber comido demasiadas palomitas en funciones del cine comercial.
En la contraportada del libro, alguien señala que Pixie en los suburbios sigue el camino de obras como On the road de Jack Kerouac o Trainspotting de Irvine Welsh. La verdad le quedó muy grande el calificativo. Nada tiene que ver Ruy con esas plumas malditas. Después de todo, con todo y su gran su gran innovación de estilo, en el plano anecdótico su historia es bastante convencional: Un chico lo tiene todo materialmente hablando, pero está solo y no encuentra el amor. Se enamora de una linda chica llamada Pixie, pero se acaba por casar con una mujer fría y materialista. Después rectifica y al cabo de una serie de aventuras todo acaba en un final feliz con la chica de sus sueños- El triunfo del verdadero amor. ¿Se puede considerar re-volucionaria a una fórmula tan machacada en la más cursi tradición telenovelera? Welsh y Kerouac se reirían bastante