Fe de RATAS
En mi librero se pueden encontrar Clarisa ya tiene un muerto, Más alemán que Hitler y Lodo. Sería hipócrita si dijera que es de mis autores favoritos, pero no dejo de ser sincero al afirmar que ninguno de sus libros me ha decepcionado y que lo considero un narrador mucho más sagaz y malicioso que muchas “luminarias” alfaguarianas. Sin embargo, por alguna incomprensible razón, tengo la manía de agregar una letra más a su nombre. Una N inexistente. Le digo Fan (como fanático) danelli. Y lo peor de todo es que he hecho público mi error. He publicado un par de reseñas otorgando totalmente gratis una letra más a su apellido. Guillermo FaNdanelli. Una disculpa a todas las hordas de Moho por escribir mal el nombre de su gurú. Una letra más o menos en el nombre no es capaz de influir en mis aficiones librescas.
Todos los días se aprende algo.
He aquí la prueba fehaciente del error. No lo recuerdo, pero creo que incluso lo había publicado en este Blog. Por partida entonces la letra de pilón.
Por Daniel Salinas Basave
No hay duda; puedo asegurar que Benito Torrentera se llevaría el premio al mejor antihéroe moderno de la literatura mexicana. Hacía demasiado tiempo que no encontraba un personaje tan bien logrado. De hecho podría afirmar que es el mejor personaje que ha construido Guillermo FaNdanelli en toda su carrera. Torrentera es un hombre que puede hacer reír, rabiar y enternecer al más apático lector. Una de las expresiones más acababas del prototípico “looser”, que como tal se asume en la vida. Un retrato-sátira casi perfecto de un vulgar anacoreta intelectual que de pronto, en el otoño de su existencia, se ve frente a las puertas del placer al que jamás ha podido acceder en medio siglo de vida. En realidad todos los personajes de “Lodo” resultan deliciosos. Torrentera, Eduarda, Copelia y Bolaños son de esas escasas creaciones que parecen correr a través de las páginas con vida propia.
Narrado en primera persona por el profesor Benito Torrentera, “Lodo”, la última novela de Guillermo FaNdanelli, puede leerse como un afortunado matrimonio de sátira y tragedia.
La vida de Torrentera, un apocado ratón de biblioteca cuyos modestos placeres mundanos están en extremo dosificados, se encuentra a sus 50 años de edad a las puertas de la primera aventura erótica de su vida.
Eduarda, una veinteañera que huye de la justicia tras haber cometido en crimen, pide resguardo en la casa del viejo profesor.
La fugitiva ofrece al viejo maestro ilimitados favores carnales a cambio de ser ocultada y el profesor, harto de recurrir a su magra bolsa cuando se trata de tener sexo, acepta el pacto sin dudarlo. A partir de ese momento se inicia una breve aventura que para Torrentera constituye el momento más intenso de su aburrida existencia.
El desenlace trágico de la novela puede conocerse desde la primera página o desde la misma contraportada. Sabemos casi desde un principio que el profesor narra la historia desde la cárcel. Sabemos que su aventura amorosa fue efímera. Sabemos que su mísera existencia ha descendido un peldaño y sin embargo nos adentramos en “Lodo” deseosos de empaparnos de su desgracia. He ahí la sagacidad de FaNdanelli. Es una novela que en el plano meramente anecdótico mantiene siempre niveles de tensión, no obstante su carácter satírico.
Pero lo más delicioso de este “Lodo” no son las desventuras del pobre profesor Torrentera, sino sus disertaciones filosóficas. El maestro nos cuenta su vida de la única forma que sabe hacerlo, es decir a manera de ensayo filosófico. Como si recurriera a una suerte de tratado de lógica para conceptuar la insignificancia, el caos y las jugarretas de un destino de fatalidad griega.
Vaya, se me ocurre que hasta puede leerse como una antifábula. No importa si en la mente humana se acumula un caudal de racionalidad; al final, el instinto más simple, básico y mundano acabará triunfando. La razón es una pesada carga, los apetitos humanos son los gobernantes de toda existencia, la existencia transcurre sin que los hombres puedan participar de ella, el amor es un invento absurdo. Más de 30 años de filosofía se desbaratan frente a la visión de una jovencita de barrio (los estudios no matan las pasiones, aceptará el filósofo al final de la aventura).
Torrentera es un perdedor nato que tiene la virtud de jamás autocompadecerse. Tampoco lucha por superar su condición y se asume a sí mismo sin falsas pretensiones. Asume su derrota con una resignación que tiene mucho más de desidiosa que de estoica. Pero la entrada de Eduarda en su vida toca los desvanes ocultos y hace florecer con toda su intensidad las pasiones demasiado humanas del intelectual. Y aunque jamás abandona su perpetua resignación, Torrentera, como no queriendo la cosa, le abre las puertas a la ilusión del enamoramiento, a creer que el sentido de la vida puede encontrarse en el misterio del otro. He ahí la mayor derrota para un nihilista. Ceder al afán de poseer y entregarse, de celar, de ambicionar y arrojar sobre la amada todos sus ilusiones, complejos e inseguridades. El absurdo erótico en su máxima expresión.
A los detectives suecos no les regalo letras de más. Bueno, eso creo
Los perros de Riga
Henning Mankell
TusQuets Editores
Por Daniel Salinas Basave
Cuando uno se sienta a leer una novela policíaca, lo menos que espera es que las páginas tengan un imán capaz de atrapar la atención y conducirla por un laberinto de sorpresas.
En ese sentido, el lector de Los perros de Riga del autor sueco Henning Mankell no tendría porque sentirse defraudado. Es una típica novela negra que si bien en lo que se refiere a estructura literaria no aporta grandes novedades estilísticas, sí consigue tomar como rehén la atención del lector.
Aunque los teorréicos puristas de la literatura se han empeñado erróneamente en discriminar al género policíaco enviándolo a una suerte de segunda división de la narrativa, lo cierto es que apostar por los cánones típicos de las historias detectivescas y no resultar trillado, implica por lo menos una buena dosis de materia gris en la cabeza del escritor.
Más que los elementos de misterio y sorpresa, la gran aportación de Mankell en Los perros de Riga es la angustiante materia-lización del sentimiento de ser observado a cada momento por un ojo invisible y omnipresente.
Al más puro estilo de la tradición inaugurada por Sir Arthur Conan Doyle, Mankell tiene su Sherlock Holmes particular: El detective sueco Kurt Wallander, un personaje cuya lupa parece ser una flauta mágica que atrae lectores en todo el mundo y hace traducir las obras de Mankell a 23 idiomas.
El inspector Wallander ya ha sido el protagonista de La quinta mujer, Asesinos sin rostro y La falsa pista y tras un periodo de receso, reaparece en Los perros de Riga.
La novela comienza en alta mar, cuando un par de contrabandistas suecos encuentran dos cadáveres flotando a la deriva en las heladas aguas del Báltico.
Los cadáveres arriban a las playas de Ystad y claro está, caen en manos de un cansado inspector Wallander que por esos días piensa en retirarse de una vez por todas de la Policía para transformarse en guardia privado de una fábrica.
Muy a pesar suyo, Wallander es asignado a la investigación, pero ahora no se desarrollará en las heladas calles de Suecia, en donde el inspector es pez en el agua, sino en los oscuros ministerios de Riga, la capital de Letonia.
Wallander descubre que los dos hombres muertos encontrados en la barca son de nacionalidad letona y el rumbo que toma la investigación, exige que vaya hasta la capital de la caótica ex república soviética.
Y es una vez que Wallander aterriza en Riga, cuando comienza esa infernal sensación de estar siendo espiado a cada momento.
El detective sueco tendrá que moverse desempeñando papales alternos entre una burocracia oscura y criminal formada al más puro estilo de la KGB.
Mankell es fiel al machacado estilo de narrar en tercera persona y transformarse en amo y señor del pensamiento, ideas y sensaciones de su personaje.
Pero tan trillada fórmula logra que el lector se identifique de tal manera con Wallander, que es inevitable no quedar con esa sensación de ser vigilado por un espía oculto en cada página.
El lector sabe que Wallander investiga un crimen colaborando con sus propios autores y siempre tiene la impresión de que hay algo muy oscuro en cada conversación y en cada gesto.
Pero a la vez desarrolla a su propia investigación alterna, que lo convierte en un enemigo de sus colaboradores.
Perros de Riga es un doble juego, con más de un as bajo la manga. Una larga cobija tejida con puros hilos negros.