las mofetas que a punto estuvieron de mear a Meóstenes
De la primera red duermevelera ensenadense, queda por herencia el caballo moribundo y las mofetas que a punto estuvieron de mear a Meóstenes. El caballo era blanco, como el de José Alfredo y yacía postrado en el patio con las patas traseras rotas o tullidas. Solo quedaba la alternativa de sacrificarlo, pero el sacrificio mismo sería una monserga. Conseguir un arma para dispararle, sacar a rastras su descomunal cuerpo de nuestro patio, deshacernos de él antes de que la peste lo infiltrara todo. De las mofetas solo recuerdo mi urgencia por retratarlas con el celular. Dos de ellas eran pequeñas e inofensivas, pero una tercera era choncha y feroz como un ratel. Creo recordar que había también un gatito moribundo, pero ni siquiera me consta. De la última noche nada queda por herencia salvo la boca seca y la falta de café