En fin, es un vicio confeso leer a Álvaro Uribe
No recuerdo a algún colega que se haya referido alguna
vez a Álvaro Uribe como su autor de culto o su principal influencia a la hora
de escribir. El homónimo del odiado ex presidente colombiano es de muy bajo
perfil mediático y está lejos de ser el clásico ajonjolí de todos los moles
feriales o el omnipresente novelista de moda que te recibe en la mesa principal
de Gandhi y perora sobre cualquier tren del mame. Sin embargo, Álvaro Uribe es de los poquísimos autores
mexicanos contemporáneos de los que nunca he leído un libro mediocre o
prescindible. De muy escasos narradores puedo decir que me he leído ocho libros
y todos sin excepción me han gustado. A
Uribe lo descubrí allá por 2001 en una antología de raritos y excéntricos
llamada Paisajes del Limbo, en donde aparecen, entre otros, Francisco Tario,
Jesús Gardea, Guadalupe Dueñas, Arqueles
Vela y mi tocayo Daniel Sada. Después leí la novela Por su nombre durante un
viaje a Cuba y me encantó, así que me seguí con La lotería de San Jorge, Expediente del atentado, Morir más de una vez,
Leo a Biorges y de ahí pal real. Ahora estoy leyendo su última novela llamada
Los que no y la estoy disfrutando en serio. La inconfundible marca de Uribe es
la pulcritud de la prosa - limpiecita, matemática, trazada con compás- y el
tono oscilante entre la elegante ironía y el discurso filosófico. Es una suerte
de relojero suizo de las palabras, un sastre obsesivo tejiendo cada botón con concentración
absoluta. Si solo me concentrara en su biografía y no en su obra, Uribe podría
aparentar ser de esos autores culturosos que a priori me resultan chocantes o
pedantescos. Ya saben, el típico autor demasiado libresco y educado que odiaría
Kiko Amat, pero la realidad es que Uribe tiene más fuelle y malicia que muchos
de quienes quieren navegar con bandera de callejeros, oscuros o malandros. Tal
vez por la naturaleza de los personajes la última novela tiene un tono o un humor más
juanvilloresco. Claro los escenarios no cambian mucho respecto a anteriores
entregas: mexicanos en París a finales de los setenta, servicio exterior, la UNAM,
accidentes carreteros, giros improbables. El tema de la última novela es algo a
lo que yo he dado muchas vueltas: aquellos amigos o colegas que en la juventud
consideraba absolutamente geniales y destinados a la grandeza y que por alguna
jugarreta de la aleatoriedad o el destino acabaron por naufragar o malograrse. En fin, es un vicio confeso leer a Álvaro Uribe.
No lo conozco personalmente y jamás me lo he topado en alguna feria o encuentro.
No suelo mencionarlo mucho que digamos y sin embargo debo admitir que es uno de
mis autores mexicanos favoritos.