Ya entrado el otoño fuiste a descubrir los deleites del tabaco. Bonita cosa: cuando parecía que habías podido volar sobre mil y un pantanos viciosos sin sentir nunca el impulso de comprar una cajetilla, a tus cuarenta y muchos empiezas a encontrarle sentido a la vocación de tantísimo chacuaco. En tus tiempos de alucinaje ampliamente recompensado el tabaquismo te parecía una tentativa siempre estéril, una masturbación sin posibilidad orgasmo, una gratuita jodienda a los pulmones. Ni siquiera huele rico como la mota, por más que tragues humo nunca podrás volar a ninguna parte y tu único destino posible será el puntual asomo de la gastritis. Hoy me parece haber descubierto la droga adecuada. Ojo, no he dicho perfecta. Solamente la más adaptable a esta zona del naufragio existencial. El tabaco regala una pequeña fuguita, una ligera interrupción del caos, un brevísimo destello de iluminación. Sí, me ha dado por pensar que el tabaco favorece y da algún sentido a esa grandísima patraña llamada creatividad literaria. Durante los 120 segundos que tarda el cigarro en consumirse puedes intuir algunos islotes ocultos entre un horizonte poblado de niebla y entonces el engranaje narrativo parece posible. El humo invoca a esas hadas calientahuevos que en la duermevela irrumpen como aletas y colas de cetáceos y entonces piensas que todo este altar del sinsentido puede llegar algo traducido en palabra escrita impregnada de humo.
Friday, August 16, 2019
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