La rabiosa jauría de Armanda Barradas
La noche de verano en que la policía irrumpió en la casa
donde Armanda Barradas vivía hacinada con seis de sus acólitas y 129 perros
callejeros, yo cubría la guardia de un reportero borracho y no tenía puta idea
de quién era aquella demente de ojos color agua puerca y hedor animal que de un
manotazo arrojó mi cámara al suelo cuando intenté fotografiarla.
Varios meses antes de esa redada empezamos a recibir en
el periódico mensajes emitidos por vecinos de Playas de Tijuana denunciando la
pestilencia y la extrema suciedad de una vivienda donde parecía habitar una
jauría que por las noches enloquecía y hacía un ruido demencial. No se sabía si
eran lobos, coyotes o viles perros, pero aquellos animales emitían unos aullidos
escalofriantes que perturbaban el sueño de no pocas familias en varias calles a
la redonda. Alguien incluso se refirió a la luna llena como detonante, pues
esas eran las peores noches. Imposible dormir con semejante escandalera.
El acabose ocurrió
la noche del 4 de julio, cuando los cohetones y luces artificiales
arrojados por gringos parranderos en pleno festejo de su independencia
terminaron por desquiciar a los perros. Pasadas las diez de la noche alguien se
comunicó a la redacción para informarnos que algo anormal estaba sucediendo en
Playas.
Según el testimonio de nuestro denunciante, aquello era
una aterradora cacofonía de ladridos, en combinación con gruñidos, gritos de
mujer y golpes en un portón metálico.
En mi calidad de corrector de estilo del diario El Bordo, no me era dado salir a cubrir
noticias, pero la enésima borrachera de Edelmiro “El Carnitas” Mascorro,
titular de la guardia nocturna, me obligó a salir disparado rumbo a
Playas de Tijuana e improvisarme como reportero y fotógrafo. Nunca antes había
utilizado la cámara Minolta que estaba disponible para la guardia y apenas
estrenaría la aplicación notas de voz en
mi celular. En casi cuatro años de trabajo había corregido varios miles de
textos periodísticos pero todavía no
firmaba el primer párrafo de mi autoría. Ramiro Reyes, el director editorial,
fue quien me dio la orden. En Playas de Tijuana hay un importante nicho de
lectores de El Bordo y esta historia
de los perros pinta para generar morbo, así que manos a la obra campeón. Minutos antes de las once me fui en taxi hasta la zona profunda de Playas.