De Coronel Pringles a Estocolmo, tiempo de salir airosos
¿Saldrá
airosa la argentinidad en Estocolmo? ¿Soplarán Buenos Airas en Suecia? Se ve difícil,
pero entre las barajas de los apostadores, este señor me daría particular
gusto.
La
primera vez que escuché nombrar a César Aira fue en boca de Mario
Bellatin en septiembre de 2001, cuando el autor de Salón de Belleza impartía
un taller literario de una semana en el Cecut. Aquella ocasión le
pregunté a Mario qué autores latinoamericanos consideraba innovadores en su
propuesta y él mencionó, entre otros, al mexicano Pablo Soler Frost y al
argentino César Aira. Tal vez por lo corto y lo atípico, el apellido
del argentino se me quedó grabado, pero en las librerías tijuanenses no
encontraba nada suyo en aquel entonces. Paradójicamente, la primera vez que di
con un libro de César Aira fue en un sitio de lo más improbable: una
pequeña librería en Cabo San Lucas, a donde había viajado en octubre de 2002
para cubrir la cumbre de la APEC. Ese primer libro de Aira que cayó
en mis manos fue La prueba, uno de sus relatos más
cortos que se limita al caótico e incoherente diálogo de dos chicas punks con
una niña pacata a la salida de una escuela en el Barrio de Flores en Buenos
Aires. Fue un gran inicio. Posteriormente en ferias del libro me di
a la tarea de cazar todo lo que viera de Aira, que por desgracia se encontraba
a cuentagotas a principios de siglo. Así
di con Fantasmas, una novela en donde seis familias visitan
la obra negra del edificio de departamentos donde habitarán. Es el día 31 de
diciembre pero para sorpresa de los futuros habitantes de las viviendas, entre
los andamios habitan unos peculiares y atípicos fantasmas gordinflones cuya
irrupción en el relato rompe con todos los clichés literarios sobre espectros y
aparecidos. Poco después cayó en mis manos Varamo, la
kafkiana historia de un apocado burócrata panameño que en una sola noche
escribe un portento de poema después de recibir su sueldo en billetes falsos. En
una de tantas duermevelas, inmerso de madrugada en la lectura de El
tercer personaje de Sergio Pitol, di con una pequeña revelación.
Pitol refiere que conoció a Aira durante un congreso de escritores en
la ciudad de Mérida, Venezuela, en 1994 y entonces reparé que ese
encuentro es el que Aira noveló y parodió en su fantástico
relato El congreso de la literatura en donde incluso se
permite clonar a Carlos Fuentes. Los comentarios que Pitol le dedica a Aira dimensionan
el tamaño del escritor argentino y su trascendencia como creador de una
atmósfera singularísima. Según Pitol, después de fascinarse con Chéjov, con Gógol, con
Borges y con James, lo más extraordinario que le ha pasado como lector en su
edad madura ha sido descubrir a César Aira lo cual, viniendo del
autor de El tañido de una flauta no es para echar a
saco roto. Por lo que a mi respecta, agrego Cumpleaños, Las noches de Flores,
La costurera y el viento, Continuación de ideas diversas y el clasicazo Cómo me
hice monja como lo mejor de Aira. Me impresiona saber que he leído más de 20
libros suyos y no es ni siquiera la sexta parte de su obra completa.
En
fin, me cuesta trabajo creer que un país que ha dado tantísimas buenas letras a la humanidad no
tenga todavía un Premio Nobel de literatura. A la Academia le hacen falta otros
Airas. De Coronel Pringles para el mundo.