Nieve sobre juaritos
Creo que la última vez que vi nevar fue en noviembre de
2004, cuando salimos de la estación de Brno, la tierra de Milan Kundera, rumbo
a Viena, la tierra de un chingo de talentos. En el camino cayó una nevada de
aquellas que Cone y yo conjuramos bebiendo ingentes cantidades de vino caliente
en la capital austriaca. Ayer al mediodía la nieve cayó sobre Juárez. Cuando
calienta el sol aquí en mi Juárez. Lo bueno que ya empezó a hacer calorcito por
estos rumbos. Como dijo Rengokuuu: mantén tu corazón ardiente, porque aquí va a
hacer buena falta.
Viernes 10 de enero: Día Nacional de la Procrastinación. Día
Nacional de la Masacre Inmisericorde de horas y más horas. Desperté a las 8:40
de la mañana y pronto serán las cuatro de la tarde, Estoy por cumplir ocho
horas perdiendo el tiempo en este desolado hotel. Ocho horas en las que no fui
capaz de parir un miserable párrafo rescatable, de hacer algo coherente u
organizado. Odio a Toks. Creo que sería más feliz limpiando letrinas. Hay un
rechazo sobrenatural sobre ese trabajo, un asco que no me había producido otro
encargo. Es casi psicosomático. Es un puto vómito. Y como era de esperar, no
hice absolutamente nada pese a tener el tiempo y la calma que a menudo no tengo.
¿Quién carajos me molesta o interrumpe en este frígido hotel aséptico? Nadie. Podría
haber trabajado sin parar, pero no fui capaz de hacerlo. Tenía el gran reto de
asesinar doce horas y bueno, ya maté más de ocho sin haber hecho absolutamente
nada fuera de leer un largo texto sobre la vida, pasión y muerte de Julio Haro
de El Personal y la Guadalajara jota de los ochenta. Lo peor, la careza en el
pastel de lo errático de este día, el colmo de la conspiración contra uno mismo,
fue pedir una pizza hawaiana. ¿Pero a quién carajos se le ocurre pedir
semejante mazacote ahogaperros en este momento de la vida? Puta pizza
deprimente. Ni tres pedazos me comí y no es que fuera la peor pizza del mundo (estaba
malita pero no aberrante), sino que al momento de recibirla me dí cuenta de que
odiaba de sobremanera la idea de haber pedido una pizza. Ahora ya no sé si ir
al Centro o esperar cuatro horas aquí a que sean horas más o menos decentes
para pedir que me lleven de una vez al aeropuerto en donde seguiré asesinando
el día sin piedad.