Dejemos hablar al viento
Dejemos hablar al viento, mandó
decir Juan Carlos Onetti y entonces el ventarrón dio un golpe de estado,
derrocó a las lluvias de antaño y se proclamó amo y señor de este enero hostil.
Antes de que el clima de este planeta
enloqueciera, esta solía ser nuestra temporada de diluvios, pero hoy a los
dragones les ha dado por soplarnos en la cara. Esto apesta a distopía. De pronto
imaginé que vivimos en un mundo apocalíptico donde un viento sequísimo y
rabioso sopla a perpetuidad desatando mil fuegos a su paso mientras la diáspora
del sueño roto yace frente a un muro fronterizo por donde cada noche deportarán
a cientos de familias. Al otro lado de la barda retumba la perorata del odio y la
oligofrenia sienta sus reales. Aquí
retumban las sirenas de los sufridos bomberos
y el olor a chamusque todo lo impregna mientras los cerros lucen sus coronas de
lumbre y un pobre caballo arde en llamas ante miradas indiferentes. En la
oscuridad brillan fuegos amenazantes y las columnas de humo surcan el cielo. Arde
el aire con la danza a Pazuzu. Francamente no sé que carajos haya visto el apóstol
San Juan en la isla de Patmos, pero sospecho que este enero se parece mucho a
su Apocalipsis.