La línea de producción
Si yo fuera una fábrica
(y en cierta forma lo soy) este espacio sería el equivalente a la línea de producción
de la maquila. De este pequeño y catastrófico rinconcito hogareño ha brotado
todo lo que he producido en los últimos doce años. Desde diciembre de 2012 esta
ha sido mi única oficina. No tengo ni he tenido otra. Con excepción de lo que
llego a escribir en hoteles, cafés o aeropuertos, puedo decir que aquí se ha
generado el 97% de mi trabajo. De aquí
han emergido catorce libros publicados, varios cientos o miles de columnas, artículos
y posts como este y también cientos de miles de párrafos de albañilería
escritural o escritura chamba y toneladas de textos vertidos a mano o en
teclado que a la fecha no se publican y tal vez no se publiquen nunca. En estos
doce años he cambiado una vez de silla, he usado cuatro laptops distintas,
varias decenas de libretas y cientos de plumas, pero mi colocación no se ha alterado. Siempre estoy
sentado en la misma orientación, en la cabecera oeste de la mesa, de espaldas
al patio mirando hacia la sala, de frente al amanecer y de espaldas al
atardecer. Cuando irrumpe el alba las sombras se proyectan caprichosas en las
cortinas blancas. Cambia la decoración de mi entorno pero no mi posición. Por
ejemplo, en este momento atrás de mí hay unos renos iluminados y enfrente un
hermoso pino. Muy a menudo suele haber un ramo de flores de temporada a unos
centímetros de la laptop y casi en todo momento hay junto a mí una taza, siempre
la misma, pepenada en República Checa hace veinte años. La taza suele ser sustituida
por un vaso al caer la tarde-noche. Algunas mañanas de martes y miércoles la
escritura suele ser acompañada por un partido de la Champions que miro de reojo
en el iPad. Algunas mañanas de sábado un partido de Premier League (mientras
esto escribo se juega se juega Nottingham Forest vs Aston Villa, es decir,
Robin Hood vs Black Sabbath).
Llevamos 21 años viviendo
en esta casa, pero la primera vez que este sitio fue utilizado como verdadera línea
de producción fue en el verano de 2010. Cuando amaneció el 5 de julio de ese
año, me di cuenta que ese era el primer lunes de mi vida adulta en que no tenía
que presentarme a trabajar algún lugar. Ikercho tenía ocho meses de edad y acababa de
descubrir la liberadora sensación de recorrer su mundo en andadera. Entonces
empecé a escribir Réquiem por Gutenberg y a confeccionar Mitos del Bicentenario.
Entonces empezaron a pasar cosas. La lava escritural brotó en incontrolable erupción.
Volví a tener una oficina externa de septiembre de 2010 a noviembre de 2012. Después
retorné a ocupar mi sitio en el comedor y desde entonces no me he movido de
aquí.
Cierto, concedo que yo no he puesto de mi
parte para que este sea un sitio más ordenado. Como dice Fito: yo prefiero
siempre un poco de caos. A un costado de
la silla hay un baúl de madera sobre el que reposa un amasijo de unos 50 libros
(y dentro del baúl yace un centenar más). Junto a los libros hay fotografías,
varias decenas de plumas, lápices y colores (Pilot G-2 mis favoritas) y
chuchulucos diversos inclasificables. Obvia decir que Marie Kondo odiaría a
muerte esta catarsis del caos antiminimalista. Cuando caigo en atasques escriturales
o vías muertas donde descarrilla la creatividad, tiendo a pensar que un cambio me vendría bien, que bastaría con sentarme en otra silla, con mirar al patio y
darle la espalda a la sala, pero esos golpes de timón nunca prosperan e irremediablemente
vuelvo a sentarme en el mismo sitio. A veces pienso en el ojo de una deidad mirándome
envejecer en cámara rápida, una desquiciada secuencia de diapositivas en donde contemplo
la vida entera transcurrir en este exacto sitio el mundo. Amaneceres, crespúsculos,
madrugadas. Ikercho en andador e Ikercho quinceañero. Del invierno al verano,
del café al whisky, de lunes a diciembre
y las mañanas que arrastran su sábana de nubes, diría Ortega y el río de
palabras sin dejar de fluir, a veces en plan de mustio arroyito y otros de
soberbia catarata. Palabras y la canija vida que se va. Un día escribí aquí mi
primer párrafo y un día escribiré el último y el ojo o las diapositivas de la
fisgona deidad mirarán un sitio vacío. Tal vez otras personas habitarán esta
casa o será demolida como demolieron la casa de mi abuelo y como al final todo
es demolido y el río de palabras será ceniza náufraga, furtivo espectro en el
gran desierto digital, el olvido antes del olvido.