Cuando aún haya algo de lumbre ardiendo en el alma
No es el horror sino su fantasma siempre acechante. No es el infierno sino
su impostergable promesa. Desear retirarse a tiempo cuando la vida es aún
disfrutable y te regala escenas con esencia de sueño cumplido. Lo frágil y lo
efímero de la barca en que navegas y lo descomunal del abismo que te rodea. Lo
peor es que la hecatombe no será emocionante. Por su ausencia brillará un
Apocalipsis con esencia de drama wagneriano, sino el lento y burocrático ocaso,
el patetismo del camino de bajada cuando el cuerpo y sus males usurpen los
temas de conversación. El infierno no será un océano de fuego poblado por
seductores súcubos sino la achacosa y lenta existencia confinada en la sala de
espera de una clínica pública, las hijoeputeces de un evasivo seguro médico, las
malquerencias de una cirugía negligente. Decir adiós a los cincuenta y pocos,
cuando aún haya algo de lumbre ardiendo en el alma y fiebre creativa a la alza.
Nunca burlarás a la Santísima Muerte, pero acaso puedas burlar a su versión más
tediosa. Fintar al spleen de la muerte, impregnar con mostrenca poesía el
desbarrancadero.