Furtividad
bajo palabra. Ocultar un salero y arrojarlo al otro lado de la casa de los
Milmo. ¿O acaso ocultaba un encendedor en la capillita azul? La barda se
derrumba. La casa de los Milmo es esencia pura Them. Welcome Home. Alguien me
contempla desde otro lado de la barda.
Recuerdas
el vinilo de Mercyful Fate sonando en el tornamesa. ¿Era Come to the Sabbath o Melissa? At the Graves o
Never Ending Hill? Sonaba el vinilo. Los alcahuetos espectros cumplían con ser arena entre los dedos, sombras de
duermevela.
Deep Purple no toca en Montreux sino en un piojoso hotel
pordiosero de Rosarito. Alguien ha reservado un pase rayado con plumón a nombre
de Guillermo Daniel. Sobre gradas de alfombra tatemada cuatro o cinco cholos
fuman aburridos. Mi cigarro rueda en la alfombra entre un mar de colillas y
polvo, pero el asco no es tan fuerte que me impida seguir fumando. Intento sin
éxito en enviar un texto. Deep Purple no sale.
Digamos que hasta ahora lo único claro es la negra
gabardina de cuero. La prenda forma parte de una santísima trinidad del closet.
La chamarra larga, un rectángulo indefinible y alguna cosa que has olvidado sin
remedio. Era uno de esos relatos sincronía en donde cada parte a su manera
embonaba y tenía sentido. Aún subido en la barca de la duermevela ya imaginabas
el orden de esas palabras, el párrafo casi tan perfecto y coherente como esa
triple corona de la chamarra agujerada, el posible rectángulo y lo demás. Todo
aquello que irremediablemente se derrite con el primer lengüetazo de luz sobre
la cocina y el primer presagio de un domingo náufrago.
Olvidar lo que he olvidado, reparar en que la casa de
espantos de 1976 ya no espanta a nadie, que Demian se pasa de mofletudo y el
setenterísimo corte de su madre es un abuso al estereotipo.
Irrumpió el Pacífico, abrazo voraz en los tentáculos de
su resaca, revolcadero verdugo, olas
oaxaqueñas reventando en la blancura del sillón. Furiosos océanos de
duermevela, capaces de hacerte despertar con los labios cubiertos de agua
salada.