Aquel sarcoma era el rostro de lo que entonces era visto como una plaga apocalíptica
Se trataba, al parecer, de esa nueva enfermedad tan rara que estaba matando homosexuales y haitianos en Estados Unidos y aún desconocíamos casi todo de ella. La doctora me eligió como su asistente en ese arduo proceso. Entrábamos a aquel espacio con el cuidado y el terror de quien manipulará material radioactivo sabiendo que ahí, sobre esa cama, yacía algo terrible y desconocido para la ciencia, algo oscuro y mórbido que no alcanzábamos a dimensionar. Ese era el primer caso registrado en un hospital mexicano. Tal vez hoy lo acabamos por asumir como algo cotidiano, pero en 1983 en verdad aterraba. Aquel sarcoma era el rostro de lo que entonces era visto como una plaga apocalíptica. La paciente murió a las pocas semanas. Su recuerdo se nos quedó para siempre. Sería la primera de muchísimos enfermos que vendrían a morir en nuestras camas. Escuálidos, carcomidos, devastados por la neumonía o la diarrea y marcados por el estigma de lo aberrante. Eran los nuevos leprosos, los apestados a los que nadie quería acercarse.