Eterno Retorno

Friday, April 08, 2022

El tijuano Chernóbil yaciente

 


El Chernóbil yaciente entre el palacio municipal y lo que hasta hace poco era el centro de gobierno es la quintaescencia de lo tijuaneado. ¿Qué es lo tijuaneado? La expresión es aplicada principalmente a los carros curtidos en un millón de baches,  corridos en el lado salvaje y cuyo aspecto muestra las huellas de la batalla. Abolladuras, refacciones piratas, pintura de dos o más colores, composturas hechas a la brava y al buen entender. Lo tijuaneado  tiene diversas acepciones, pero puedes también interpretarlo como una híbrida morbidez,  un grotesco Frankenstein,  lo que quedó a medio camino, varado en vía muerta como el amorfo aborto de un castillo de aire que algún día quiso materializarse. Lo tijuaneado puede aplicarse a la arquitectura, a las construcciones improvisadas y siempre a medias, a la estructura caótica de calles y colonias.

En ese sitio debió estar el Zócalo 11 de Julio pero en su lugar yace un esperpento urbano, un espantajo arquitectónico. Es como si la Macroplaza regia hubiera sido abortada a medio camino por baratas grillas de politiquería parásita.  El resultado es una abominación.   Bajo una  escalera que más parece un andamio yace un vacío abismal al que cualquier niño o cualquier borracho podría precipitarse sin escalas. Al fondo aguarda  un foso de aguas oscuramente verdes donde contra todos pronósticos nadan patos entre la basura mientras furtivas gaviotas revolotean pepenando inmundicias. Los cientos de ucranianos que hoy en día están  llegando a nuestra ciudad no extrañarán demasiado las ruinas a Mariúpol.  Escaleras arriba, en lo que supongo quiso ser una explanada, el escenario es como de una aldea de postguerra. Entre mierda humana y basura se leen grafitis donde Elisa 666 te da la bienvenida al “fuking” Hell (sin C)  o al pinche puto Infierno en donde hay focos quemados, jeringas  y pachas de tonayita. Bajo el puente yace una avenida a la que irónicamente llaman vía rápida pero que no es más que un peregrinaje de atascados caracoles que juran estar cruzando una frontera, una arteria urbana cancelada a perpetuidad. A un lado, entre las dos vías “rápidas”, corre  el Río Purgatorio con su esencia de catacumba leprosa del Antiguo Testamento,  poblada por un nido almas moribundas. En el horizonte destellan las obras grises de mil y un nuevos edificios que se elevan petulantes queriendo sodomizar el cielo mientras yo camino por esta canija ciudad que tantísimas historias me ha inspirado. Desde aquella primavera del 99 no he dejado de reinventar esta ciudad en mi cabeza para narrarla en todas las formas posibles. Ningún otro sitio en el mundo me ha hecho imaginar tantos universos alternos.  La narrativa de ficción que hasta el momento he publicado brotó de estas calles como una mata baldía. La he narrado desde una supuesta objetividad periodística como un reportero pateador de pavimento y la he narrado como fabulador de mundos posibles.  Es como si las calles me susurraran al oído mil historias. De no ser por Tijuana acaso no habría escrito nunca o habría escrito algo harto distinto en donde no me reconocería. La vida está en otra parte y Tijuana,  por si no te has dado cuenta, siempre es otra parte. Y ahora estoy aquí (donde es otra parte) tan tijuaneado o peor que antes, aferrado en un enfermizo romance con esta ciudad suicida. Tijuaneado anónimo sin remedio.