El tijuano Chernóbil yaciente
El Chernóbil yaciente entre el palacio municipal y lo que
hasta hace poco era el centro de gobierno es la quintaescencia de lo tijuaneado.
¿Qué es lo tijuaneado? La expresión es aplicada principalmente a los carros
curtidos en un millón de baches, corridos
en el lado salvaje y cuyo aspecto muestra las huellas de la batalla.
Abolladuras, refacciones piratas, pintura de dos o más colores, composturas
hechas a la brava y al buen entender. Lo tijuaneado tiene diversas acepciones, pero puedes también
interpretarlo como una híbrida morbidez, un grotesco Frankenstein, lo que quedó a medio camino, varado en vía
muerta como el amorfo aborto de un castillo de aire que algún día quiso
materializarse. Lo tijuaneado puede aplicarse a la arquitectura, a las construcciones
improvisadas y siempre a medias, a la estructura caótica de calles y colonias.
En ese sitio debió
estar el Zócalo 11 de Julio pero en su lugar yace un esperpento urbano, un
espantajo arquitectónico. Es como si la Macroplaza regia hubiera sido abortada
a medio camino por baratas grillas de politiquería parásita. El resultado es una abominación. Bajo
una escalera que más parece un andamio yace
un vacío abismal al que cualquier niño o cualquier borracho podría precipitarse
sin escalas. Al fondo aguarda un foso de
aguas oscuramente verdes donde contra todos pronósticos nadan patos entre la
basura mientras furtivas gaviotas revolotean pepenando inmundicias. Los cientos
de ucranianos que hoy en día están llegando a nuestra ciudad no extrañarán
demasiado las ruinas a Mariúpol. Escaleras arriba, en lo que supongo quiso ser
una explanada, el escenario es como de una aldea de postguerra. Entre mierda
humana y basura se leen grafitis donde Elisa 666 te da la bienvenida al “fuking”
Hell (sin C) o al pinche puto Infierno
en donde hay focos quemados, jeringas y
pachas de tonayita. Bajo el puente yace una avenida a la que irónicamente
llaman vía rápida pero que no es más que un peregrinaje de atascados caracoles
que juran estar cruzando una frontera, una arteria urbana cancelada a
perpetuidad. A un lado, entre las dos vías “rápidas”, corre el Río Purgatorio con su esencia de catacumba
leprosa del Antiguo Testamento, poblada
por un nido almas moribundas. En el horizonte destellan las obras grises de mil
y un nuevos edificios que se elevan petulantes queriendo sodomizar el cielo mientras
yo camino por esta canija ciudad que tantísimas historias me ha inspirado. Desde
aquella primavera del 99 no he dejado de reinventar esta ciudad en mi cabeza
para narrarla en todas las formas posibles. Ningún otro sitio en el mundo me ha
hecho imaginar tantos universos alternos. La narrativa de ficción que hasta el momento
he publicado brotó de estas calles como una mata baldía. La he narrado desde
una supuesta objetividad periodística como un reportero pateador de pavimento y
la he narrado como fabulador de mundos posibles. Es como si las calles me susurraran al oído
mil historias. De no ser por Tijuana acaso no habría escrito nunca o habría
escrito algo harto distinto en donde no me reconocería. La vida está en otra parte y Tijuana, por si no te has dado cuenta, siempre es otra
parte. Y ahora estoy aquí (donde es otra parte) tan tijuaneado o peor que
antes, aferrado en un enfermizo romance con esta ciudad suicida. Tijuaneado
anónimo sin remedio.