Cuando el diario íntimo acaba por ser la obra mayor de un escritor opacando por completo a sus novelas
Acaso el gran padrino
moderno de los diarios de literatos o del diario como género literario mayor
sea El oficio de vivir de Cesare Pavese. Intenso, profundo, tristísimo. Un
diálogo interno pleno en dudas y cavilaciones, la mente como un laberinto
oscilante. Aquí están quince años de vida del escritor piamontés que acaban de
manera abrupta con la más melancólica y trágica de las despedidas: “Todo esto
da asco. No palabras. Un gesto. No escribiré más”. Y no, Cesare Pavese no escribió más. Diez días después del punto final
de su diario se suicidó en un hotel de Turín. Creo que el heredero mayor de El
oficio de vivir es sin duda Emilio Renzi y sus diarios. No es casualidad que la
primera vez que Renzi aparece como personaje en un cuento de Piglia sea en Un
pez en el hielo donde el alter ego pigliano yace justamente en Turín tras el
rastro de Pavese buscando pistas en su diario mientras deambula por la estación
Santo Stefano Belbo donde vive una decepción amorosa similar a la del
piamontés. Renzi medita sobre el destino de Pavese (¿se habría salvado de sí
mismo de haber tenido la humildad y la modestia de Kafka?).
“El diario íntimo es una
ocupación peligrosa que puede cerrar la comunicación con los otros y
confinarnos a un soliloquio estéril y secreto”, escribe Julio Ramón Ribeyro,
creador de La tentación del fracaso, uno de los diarios más extremos y entrañables.
“Puede también servirnos para, en caso de los escritores, no escribir lo que
debiéramos escribir y escribir solamente acerca de los problemas y
perplejidades que nos plantea nuestra vocación, de modo que el diario termina
por suplantar a la obra potencial que conteníamos.” Mucha razón tiene
Ribeyro. Olvida que a menudo el diario íntimo acaba por ser la obra mayor de un
escritor opacando por completo a sus novelas.
Por lo que mí a mí
respecta, comencé a escribir un diario desde el orwelliano y heavymetalero año
de 1984. Se mantuvo ininterrumpido en papel hasta 2002, cuando en cierta forma
se mudó al blog Eterno Retorno, que veinte años después sigue vivito y
coleando. De cualquier manera, siempre he mantenido cuadernos alternos de
escritura diaria a mano, aunque cada vez más enfocados a lo onírico y no al
mundo real. Redes duermeveleras les llamo yo.
Uno de los diarios que ha
dado de qué hablar recientemente por lo confesional y explícito es Lo que fue
presente del colombiano Héctor Abad
Faciolince, que bien podría dar tela de dónde cortar a quienes profundizan en
los conflictos en torno a las nuevas masculinidades por la manera en que aborda
ciertos temas de los que los hombres no solemos hablar.
El último gran diario
literario en ingresar a mi biblioteca (cortesía de Anagrama) es el de Rafael Chirbes que estoy por comenzar a
leer. Publicados de manera póstuma, los diarios de Chirbes están siendo un
fenómeno en España, aunque aquí todavía
se le lee poco. Por lo que a mí
respecta, todo lo que hasta ahora he leído este narrador valenciano me ha
dejado huella profunda. Ya les platicaré de sus diarios.
PD-Palabras mayores si de
diarios hablamos es el pessoal Libro del Desasosiego, la autobiografía del
semi-heterónimo Bernardo Soares de quien el propio Pessoa dijo “no siendo su personalidad la mía, es no diferente de la mía, sino una
mutilación de ella”. Por cierto, el traductor de El oficio de vivir de
Pavese y El libro del desasosiego de Pessoa es el poeta Ángel Crespo (que también
tradujo a Dante y a Guimaraes Rosa entre otros muchos) que a su vez escribió
sus propios diarios publicados en Seix Barral bajo el título de Los trabajos
del espíritu. El diario de un traductor que traduce diarios.